Esta mujer de la Plaza Vendôme de París, que trató a Proust y voló como un pájaro incendiado ocho años alrededor de Paul Valéry, apenas escribió un libro de 35 páginas: pura pasión, puro fuego.
Apenas 35 páginas, para qué más, a la sombra de un nombre enigmático: Agnès. Más que un libro se diría una hoja volandera, un texto urgente escrito sin aliento. Pura pasión, puro desaliento. «Mi querido, querido amor, mi amor de dura sonrisa: Te escribo; demasiado pronto. Pero hay muchas posibilidades de que no eche esta carta al correo este año, amor mío».
¿Quién escribe esto? ¿A quién se dirige? Es Catherine Pozzi (1882-1934), una mujer desconcertada que ya se ha separado, que ha conocido al reverenciado poeta Paul Valéry. Es 1920. Sólo 1920. Surge como un disparo «una pasión violenta, cegadora y perturbadora», dirá después Jean Paulhan, director de la Nouvelle Revue Française y el primer editor del texto.
«Todo ese amor que nadie recoge, ¿quién sabe adónde va?». Sí, adónde va esa luz cegadora de una mujer joven sin rumbo. Por lo pronto a un papel, luego ya se verá. Primero ha de sofocar la llama que la consume. No sabe el destinatario sólo que algo la consume y la desborda. «Te entregaré todas las cartas en cuanto te encuentre, en cuanto existas realmente. Así sabrás enseguida si merezco o no el amor. Tal vez dentro de mucho… Entonces el paquete de cartas será enorme. ¿Qué pensarás tú?».
Es Agnès un fulgor que mira a ratos a Dios y otros a Paul Valéry. Quizá a la vez también. Cómo saberlo. Quién pudo conocer bien a aquella joven de la alta burguesía de hace un siglo, hija de un ginecólogo de prestigio que pudo inspirar al doctor Cottard, personaje de Marcel Proust. Quién pudo saber el desarraigo que sintió tras la muerte de su amiga Audrey Deacon, «una bella y caprichosa americana a la que había conocido durante sus vacaciones de 1903». Audrey fallecerá un año después en Florencia. Nada será igual. A ella le dedicó Agnès. Después fue tantear en la niebla. Gritar para ser oída, para ser respondida. Dios, Valéry… No es igual pero quizá sí para ella.
La silueta de Catherine Pozzi hay que rastrearla también por sus poemas, escasos, muy escasos, solo seis. Sus títulos caben casi en una mano: Vale, Ave, Maya, Nova, Escopolamina, Nyx. «El gran amor que tú me habías dado/ el viento de los días ha quebrado sus rayos;/ donde estuvo la llama, donde estuvo el destino/ allí donde estuvimos, allí donde nos dimos con fuerza la mano…». Así arranca Vale, según la traducción de Misael Ruiz Albarracín en El doble exilio. Poemas y correspondencia con Paul Valéry (animal sospechoso editor, 2018). Por ese libro sabemos que ocho años estuvo unida con el autor de El cementerio marino, que nació en el número 10 de la Place Vendôme y que la tuberculosis la fue minando durante años hasta que la estranguló. Pero, ¿íntimamente? Esto fue lo que Valéry escribió de ella el 11 de mayo de 1924: «Karin tiene un enorme interés por el Bien, lo Bello y lo Verdadero. Cuando la apremian, su voz se vuelve aguda y levanta el dedo, se agita e incluso se alarga; sorprende, intriga e inquieta… Pero el tiempo cambia; cae en un pozo negro. Se desploma y se repliega sobre sí misma. Sus ojos se vuelven casi imperceptibles».
La editorial Impedimenta recuperó en 2014Agnès por el empeño de su editor, Julián Rodríguez Marcos, fallecido hace poco más de un mes. El sello se plantea publicar parte de sus voluminosos Diarios (1913-1934), que han de ser muy jugosos a tenor de la cita que se incluye en el prólogo a cerca de la autoría de Agnès, que se publicó con iniciales, lo que desató varias especulaciones; incluida la posibilidad de que fuera Valéry quien estuviera detrás. «Cualquier obra que publique yo [escribe el 9 de mayo de 1927]siempre será él [el autor], ya que se piensa que trabajábamos juntos y no se suele atribuir a la influencia de la luna, en general, el brillo del sol. Agnès soy yo, completamente yo; y la amo como me amo a mí misma. Desde ayer, he dejado de amarme».
El misterio de la autoría se sumó al rápido éxito del libro. Más cuando el propio Valéry pagó una posterior edición de lujo. Al poeta le convenía que se desconociera al autor pues si se descubriera la verdad, se sabría que la relación entre ellos sigue adelante y peligraría su matrimonio. Catherine no se calla, no se oculta. No puede hacerlo. En una nota para una posible reedición póstuma a Agnès, escribe: «Me sienta en sus rodillas. Mi vestido no es bonito. No he querido ponerme un vestido de alta costura, un vestido que sólo se pone una voz. Además, todo eso me daba igual. El raso blanco cuelga, nos cubre a los dos, hace vuelos alrededor de la silla. Estoy sentada ahí como una niña torpe que, en una fiesta, acabara de recitar un cumplido sin gracia».
Catherine Pozzi, la amiga de Colette y Rainer Maria Rilke, de Marcel Schwob y André Gide, que tenía espadas como labios, se llamó, en boca de Valéry, a veces Beatriz, otras Bice, K, Eurídice, Laura o Venus. Como si no existiera, como si no tuviera que existir, como si molestara, como si tuviera que mantenerse en secreto. Catherine Pozzi, la joven que estudió en Oxford y se casó con el autor dramático Édouard Bourdet, de quien se divorció nada más nacer su hijo Claude, «era una mujer alta, delgada, elegantemente vestida; hablaba inglés y alemán, y tenía un anhelo incesante por formarse» (Misael Ruiz Albarracín). Catherine Pozzi se apoyó en la literatura para no incendiarse. Lo dejó claro, a su modo, en Agnès, y en su diario: «Escribo para no morir de soledad».
Leer más en: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/08/06/5d485dd021efa053678b480f.html