Tal y como deseaba Max Brod, el archivo suyo y de Kafka se exhibe en la Biblioteca Nacional de Israel poniendo fin a una lucha judicial de 12 años
La sala preparada por la Biblioteca Nacional de Israel en Jerusalén se quedó pequeña. Como no podía ser menos. No todos los días tiene la oportunidad de exhibir carpetas con centenares de manuscritos, entre ellos inéditos, del escritor Frank Kafka y su ángel de la guarda literario, Max Brod.
Poco después de exponer cartas (como la enviada a su padre que nunca recibió), diarios de viaje, breves textos en hebreo e interesantes bocetos del intelectual judío de Praga guardados hasta hace dos semanas en cajas fuertes en Suiza, el presidente del centro academico israelí, David Blumberg, decía a EL MUNDO: «Podemos dar por acabada la historia kakfiana en torno al archivo de Kafka y de su gran amigo Brod».
«Historia kafkiana» es un término popular en el principal centro bibliotecario israelí situado en la Universidad Hebrea de Jerusalén para definir doce años de litigio judicial y literario en torno a su preciado legado. 95 años después de la muerte de Kafka y 51 después de la de Brod, sus archivos se reagrupan, con las nuevas perlas, en Jerusalén para ser expuestos en los próximos meses en Internet.
Tras la muerte de Kafka en 1924, Brod hizo un histórico favor a la literatura al no atender su último deseo de quemar todos sus escritos y se los llevó a Tel Aviv en su huida de la Europa bajo acoso nazi. La petición del autor de La metamorfosis, El proceso y El castillo, entre otras obras, se puede explicar por su famoso déficit de ego y autoestima literaria. Kafka no consideraba que sus escritos eran tan trascendentales como para compartirlos con el mundo. Brod-que acabó siendo un dramaturgo importante del Teatro Habima de Tel Aviv- apuntó la posibilidad que sí deseaba la publicación sus trabajos. De lo contrario, él mismo los hubiera quemado. «Sólo le hacía falta una cerilla», opinó.
Finalmente el destino -en este caso, su amigo- convirtió su relativo anonimato en vida en mito en ausencia. Lo que Brod no podía imaginar es que su fiel secretaria Esther Hoffe tampoco cumpliese su último deseo legar todos los documentos de Kafka y suyos a una institución pública, preferiblemente a la Biblioteca Nacional de Israel. Entre otros motivos, porque le gustó cómo el centro de Jerusalén administró el archivo de su admirado Martin Buber.
Tras su muerte, sin embargo, Hoffe se quedó con la rica herencia literaria. Al morir en 2007, pasó a manos de sus hijas Ruth y Hava. Un año después, la Biblioteca Nacional lo reclamó ante la Justicia recordando el testamento de Brod mientras las hijas de Hoffe alegaron que cumplían el testamento familiar. En el camino, vendieron una de las grandes creaciones de Kafka, El proceso, por casi dos millones de dólares en Londres.
En el 2016, el Tribunal Supremo israelí dictaminó que todos los textos de Kafka y Brod debían estar en los archivos de la Biblioteca Nacional. Un tribunal suizo secundó la decisión y ordenó el traslado a Jerusalén del material guardado en un banco en Zúrich.
Como recuerda ahora el comisario de la colección en la Biblioteca, el Dr. Stefan Litt, la obra estaba esparcida en cuatro lugares: «En la residencia de Hoffe en Tel Aviv en unas condiciones inhumanas y muy deficientes para preservarlo, en dos bancos en Tel Aviv, en cuatro cajas fuertes de Suiza y en manos de la Policía alemana que logró localizar el material robado de la casa de Hoffe».
A finales del pasado mes de mayo, viajaron a Berlín para recibir miles de documentos robados a Brod. Entre el caudal de textos, una postal de Kafka en 1910 dirigida a Brod. Los documentos, recuperados por la Policía alemana, procedían de la casa de Hoffe en Tel Aviv donde malvivían con numerosos gatos.
60 carpetas de los manuscritos ocultos en Suiza
En Jerusalén, lo llaman «el eslabón perdido en el patrimonio escrito de Brod». Analizando las 60 carpetas, Litt se muestra sorprendido por el eficaz aprendizaje del hebreo en sus últimos siete años de vida. Se sabía que estudió hebreo con una joven profesora de Jerusalén pero no que podía escribirlo tal y como demuestra en el cuaderno exhibido ahora por primera vez. Según él, «muestra que podía escribir textos breves en hebreo y su interés por el sionismo y el moderno lenguaje hebreo».
Litt destaca también las seis hojas autobiográficas, siempre en alemán, con la letra original de Kafka en el 2009 en la que por ejemplo aparece su sentencia: «Entre los alumnos que estudiaron conmigo yo era tonto, pero no el más tonto».
Y las tres versiones en borrador de los «Preparativos de Boda en el Campo» del novio Raban. Y los diarios redactados por Kafka y Brod sobre sus encuentros en el Café Savoy de Praga incluyendo uno con el actor de la compañía de teatro en Yiddish, Isaac Levy.
«Lo que también nos ha sorprendido es el cuaderno con ideas, garabatos, y dibujos», admite Litt a este diario destacando la increíble actividad epistolar de Kafka. Y, cómo no, las 47 páginas de la carta a su padre al que siempre temió.
«Es importante que todos estos documentos estén aquí no sólo porque era la voluntad de Brod sino porque su legado cultural está concentrado y bien cuidado en un mismo lugar y no esparcido en manos de todo tipo de coleccionistas en todo el mundo. Las nuevas generaciones en todo el mundo podrán conocer toda su obra», añade Blumberg. Los manuscritos recibidos, algunos en estado sensible, podrían ser expuestos al gran público, previo trato digital, a finales de año.
Unidos antes y después de la muerte
Nacido en el seno de una familia judía de Praga, Kafka es el autor de trascendentales novelas, colecciones de cuentos y cartas como la enviada a su padre Hermann que nunca recibió.
Atormentado y tímido, Kafka logró salir en cierto modo de su aislamiento (un estado que definió como «forma de conocernos a nosotros mismos») gracias al encuentro en 1902 con el extrovertido Brod. Seguramente la persona que mejor le conoció, más ayudó en vida y tras su muerte al revelar su tesoro literario. Le ayudó a resolver dudas cumpliendo quizá una de las famosas citas de Kafka:»Hay problemas que jamás hubiéramos resuelto si fueran realmente nuestros problemas».
Los dos escritores judíos forjaron una sólida relación literaria que ha sobrevivido al tiempo. Mientras Brod fue enterrado en el cementerio Trumpeldor en Tel Aviv, Kafka descansa en el cementerio judío de Praga. Víctima de la tuberculosis, el escritor fue enterrado en 1924. El año en el Adolf Hitler escribió Mein Kampf. Kafka murió sin tener que sufrir el horror planeado y ejecutado por los nazis a diferencia de sus tres hermanas asesinadas en campos de concentración.
Autor: Sal Emergui
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