¿Merece la pena acercarse al Museo del Prado a ver la exposición de Fra Angelico y el renacimiento florentino cuando sus mejores obras no entran en él? ¿Era el pintor un medieval o un artista moderno? A preguntas como esas responde este texto
Una exposición como la organizada por el Museo del Prado sobre Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia necesariamente ha de producir cierta decepción en los espectadores. Las obras fundamentales de los autores seleccionados tienen formatos que no permiten el transporte y, naturalmente, esto se nota. Si uno quiere contemplar las piezas maestras de Massacio, Masolino, Fra Angelico, Ucello, Lippi, Ghiberti o Donatello no le queda otro remedio que viajar a Florencia y visitar los lugares para los que fueron pintadas o esculpidas. Lo que ofrece el Prado, con ser grato e instructivo, sólo permite hacerse una idea aproximada de lo que ocurrió en la capital de la Toscana a principios del siglo XV.
Un suculento aperitivo
¿Significa lo anterior que no vale la pena acercarse a verla? No digo tanto. Si uno no conoce Florencia, aquí tiene un suculento aperitivo. Nada comparable, desde luego, con lo que allí hay. Una pieza de terracota como «La virgen de la Granada», espectacular en la hornacina donde la han puesto en El Prado, apenas llama la atención rodeada por las grandes obras de Donatello. Y no hablemos de Ghiberti, Ucello o Fra Angelico, representado por cuarenta obras que, a pesar de lo dicho, no dejan duda de su genio. Exactamente igual ocurre, a mi juicio, con la cuestión que los organizadores han planteado a los visitantes, una cuestión que tal vez asalte al viajero que recorre Florencia intentando entender su evolución histórica, pero que dudo preocupe mucho a quienes frecuentan los museos: ¿fue Fra Angelico un autor medieval o renacentista?Lo que ofrece el Prado, con ser grato e instructivo, sólo permite hacerse una idea aproximada de lo que ocurrió en la capital de la Toscana a principios del siglo XV
La Florencia en que vivieron los artistas de la exposición era una ciudad rica, efervescente. Prueba de esa efervescencia es que había personalidades de todo tipo, unas tradicionales, al estilo de Lorenzo Monaco o Gherardo Starnina; otras revolucionarias: Masaccio, Brunelleschi o Donatello. Fra Angelico mantuvo una distancia ecuatorial respecto de ambos hemisferios espirituales e hizo lo que mejor hacen siempre los genios: permanecer fiel a sí mismo. Por suerte, y hasta que no apareció Savoranola, el inevitable aguafiestas que en nombre de la virtud lo ensombrece todo, los florentinos gozaron de libertad para seguir sus propios caminos.
Claro que Fra Angélico (1390-1455) no era de Florencia, sino de Fiésole, vieja ciudad de origen etrusco situada a ocho kilómetros que comenzaba a convertirse en barrio residencial. Allí trabajó primero como miniaturista y luego confeccionando palas de altar hasta 1436, fecha en que los dominicos, orden en la que ingresó dieciocho años antes, se trasladaron al convento de San Marcos de Florencia, recién remozado gracias a las donaciones de Cosme de Medici, el Amancio Ortega del momento.
Nunca se subrayará bastante el papel del dinero en el Renacimiento florentino. Sin él sería poco menos que imposible explicar lo que allí sucedió. Téngase en cuenta que la riqueza amasada en los negocios, especialmente los de carácter financiero, estuvieron durante toda la Edad Media muy mal vistas. Una cosa era la riqueza vinculada a las labores de liderazgo aristocrático y otra la derivada de la astucia empresarial. Para los cristianos radicales, se trataba de una práctica ilícita. Ya saben, el camello y el ojo de la aguja. Los ricos tenían que comprar la salvación de sus almas con obras de caridad y esto incluía cualquier desembolso en favor de la Iglesia.
Artista genial, hombre de fe
Gracias a ello los frailes dominicos de Fiésole consiguieron un espectacular convento en Florencia. Fra Angelico contribuyó a hacerlo espiritualmente más idóneo pintando la sala capitular, la galería del claustro, el retablo de la iglesia y las celdas de los monjes. El conjunto de frescos que allí dejó, su capilla sixtina, prueban no sólo que fue un artista genial, sino un hombre de fe plenamente comprometido con el misterio de Cristo.Nunca se subrayará bastante el papel del dinero en el Renacimiento florentino. Sin él sería poco menos que imposible explicar lo que allí sucedió
Debemos agradecer a Cosme de Medici que no se conformara con hacer un donativo, sino que decidiera también la forma de gastarlo. Si en Florencia hubiera gobernado entonces Savoranola no habría pinturas en San Marcos. Habría preferido invertir el dinero en cataplasmas y escapularios (sanidad y educación decimos ahora), o, más probablemente, en leña para las hogueras. Hace falta una inteligencia fuera de lo común para elevarse sobre lo indispensable y apostar por aquello que, sin servir en principio para nada útil, contribuye a evitar el estancamiento mental.
Cosme intuyó que la obra de Fra Angelico podía prestar este interesante servicio. Verdad que en sus pinturas el único mundo que aparece es el mundo transfigurado por la fe, un mundo que recibe su sentido siempre de fuera, pero su capacidad para representarlo usando narrativamente la luz o valiéndose de la recién descubierta perspectiva, lo convertían en un excelente intermediario entre lo viejo y lo nuevo. Esa es la razón de que sus obras produzcan la impresión de estar asistiendo a una metamorfosis en la que lo más bello del ayer y lo más bello del mañana coinciden.
«Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia»
Museo del Prado. Madrid. Paseo del Prado, s/n. Comisario: Carl Brandon Strehlke. Https://www.museodelprado.es/. Hasta el 15 de septiembre
Autor: José María Herrera
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