Formado en la famosa escuela holandesa De Stijl, el artista presenta textiles, pinturas y esculturas hechas con materiales poco ortodoxos. «Texturas sensibles» se inaugura el 4 de setiembre en La Galería
Recuerda haber aterrizado en Lima el 16 de julio de 1992 para preparar una muestra dedicada al encuentro de dos mundos y, exactamente a las 9:15 de la noche, estremecerse con la explosión.
Estaba en la Sala Miró Quesada de Miraflores, a pocos metros de Tarata. Recuerda a la gente corriendo por las calles, los rostros desencajados. Recuerda al curador diciéndole «haremos la exposición de todas maneras porque tal vez mañana no haya país». Recuerda a Alicia Maguiña cantando en el Teatro Municipal, llorando de emoción por los aplausos de un público que le pedía un ‘bis’ más, desafiando el toque de queda.
Eduardo Llanos (Lima, 1957) acababa de llegar de Holanda. Psicólogo de profesión, se había marchado al Viejo Mundo para formarse como artista, caro anhelo desde que era el niño dibujante en su casa de Carmen de la Legua. Cuando estudiaba psicología en la Católica pasaba por las aulas de arte y se detenía un rato, fascinado. Y así, equilibrando entre Freud y Mondrian, un día decidió matricularse en la Rietveld Academie de Ámsterdam. Para una inminente inmersión en el movimiento Stijl, que evolucionó el cubismo hacia la abstracción geométrica pura.
—Asociación libre—
«Los
profesores me reclamaban más rojos y contrastes andinos cuando yo venía
de los desiertos de la costa gris. Cuando pintaba con los dedos, porque
no me alcanzaba el dinero para comprar pinceles, pensaban que era mi
necesidad ‘autóctona’ de conectarme con los materiales. Algunas colegas
pedían que me saque los lentes para ver el color ‘exótico’ de mis ojos
oscuros», recuerda. «En lo estrictamente artístico, De Stijl era esa
exploración constante a partir de la madre arquitectura. La búsqueda de
lo básico, de la esencia del material y su ubicación precisa en el
espacio. Nada fácil para alguien que venía de un mundo tan barroco,
sincrético y contradictorio como el nuestro».
Graduado con un altar latinoamericano levantado con espejos y desechos, el arte de Llanos iniciaría una andadura por galerías de Einhoven, La Haya, Ámsterdam, Schiedam, Miami y, por supuesto, Lima. En apretada síntesis, haría un relampagueante viaje entre el textil precolombino, la arquitectura Bauhaus y el diseño gráfico de formas planas sobre una paleta de colores a lo Theo van Doesburg. Hasta la actual «Texturas sensibles», individual número 14 para un artista chalaco que transita entre la pintura, la escultura y el tejido tridimensional usando fragmentos de metal, pedazos de cerámica, vliselina, yute y piedra.
«Es un trabajo sobre el misterio de la asociación libre y la indagación sensible de lo inconsciente», dice. ¿Y esa no es acaso la naturaleza de toda obra artística? «Efectivamente», responde. «El inconsciente no es propiedad del psicoanálisis, es un bien compartido felizmente con todo el arte. Recuerdo ‘Freud, el artista escondido’, el libro de Chamberlein, donde postula su recurrencia a la literatura y el arte para explicar el mundo. Basta con mencionar a Edipo, concepto clave en una teoría deudora de la literatura universal. El artista, desde su sensibilidad, intenta contrarrestar una realidad insoportable. Es casi como una alternativa a la neurosis».
—Tejiendo puentes—
Tributario de Kela Cremaski, Olga de Amaral, Shiela Hicks, Herman Scholten, Maria Blaisse, Venancio Shinki, Gerrit Rietveld y Carlos Runcie, Llanos prefiere vivir en los márgenes del arte peruano. «No me molesta, pues es una búsqueda muy personal está más allá del cliché del pintor. Por ejemplo, el textil es a veces considerado artesanía, un arte menor, y está asociado comúnmente con lo femenino. Cosa que en muchos casos lo emparenta con un estereotipo superficial. Acá en el Perú, en muchos pueblos andinos un muchacho para «hacerse hombre» tiene que ser capaz de tejer un chullo que cuente su historia con 5 palitos. Tal vez ese sea el precio de la originalidad».
¿Y cómo proyectas tu obra a futuro? «Simplemente seguir tejiendo imágenes y creando historias para manejar esos demonios internos que a todos nos habitan. Como toda obra artística, es una suerte de búsqueda sublimatoria de las tragedias de la vida. Que en mí encuentra expresión en la pintura y escultura ligada a lo textil, el sustento de nuestra existencia. Puede que esté empeñado en tejer puentes tan significativos como el puente colgante de Queshuachaca, que entre una y otra orilla hacen año tras año las comunidades del Cusco, para unir los caminos sobre el abismo».
MÁS INFORMACIÓN
Lugar: La Galería.
Dirección: calle Conde de la Monclova 255, San Isidro.
Temporada: del 4 al 28 de setiembre, de lunes a viernes de 11 a.m. a 8 p.m. y sábados de 4 a 8 p.m.
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