El Guggenheim de Bilbao consagra una retrospectiva a Jesús Rafael Soto, una de las figuras capitales del arte cinético, cuyas obras juegan con la ilusión del movimiento
Jesús Rafael Soto (1923-2005) fue un artista que siempre quiso más. Ni las dos dimensiones de la pintura ni las tres de la escultura le resultaron suficientes para expresar sus planteamientos sobre la creación, la realidad, la percepción, la humanidad, la vida. A lo largo de una trayectoria de cinco décadas, el venezolano, afincado en París desde los años cincuenta del pasado siglo, exploró los limites de las disciplinas artísticas y de los sentidos que nos permiten aprehenderlas y transformarlas en información y emoción. Sus piezas, que basculan desde el pequeño formato hasta la obra pública, y que saltan a caballo entre la idea del cuadro y de la figura volumétrica, juegan con la noción de la cuarta dimensión, el tiempo, para generar la ilusión del movimiento a partir de la más estricta quietud. Figura capital del llamado arte cinético, el arte de la acción sugerida, el autor es el protagonista de una retrospectiva en el Museo Guggenheim de Bilbao (la primera en España desde 1982): Soto. La cuarta dimensión, que permanecerá abierta desde el 18 de octubre hasta el 9 de febrero de 2020.
La afirmación de que las obras de Soto se mueven sin en realidad hacerlo no se reduce a una secuencia de palabras vacías. Ni las fotografías ni los vídeos pueden plasmar lo que se percibe de ellas durante la experiencia en vivo. Hechos a base de varillas metálicas, de nailon, de plásticos y también de pinturas, sus trabajos van activándose y transformándose al ritmo de los pasos de quien los mira. Igual que el tiempo hace que nunca nadie sea igual a sí mismo, estas obras se perciben a cada instante de una manera distinta. Ese trasiego, esa emulación de la propia existencia, no solo se advierte con la vista: también se siente con el cuerpo y, de algún modo, se escucha con los oídos. Si se miran de un lado, sus creaciones sobre lienzo se superponen de líneas metálicas inertes que, vistas de frente, aparentan vibrar en una frecuencia incorpórea. Ese titilar constante y a la vez siempre diferente da lugar a una experiencia alucinatoria, hipnótica, en cierto modo vertiginosa. Se trata, como explicó el comisario de la muestra, Manuel Cirauqui, de un conjunto de obras rayanas con la abstracción, enfocadas en la geometría, que experimentan con las ilusiones ópticas para provocar reflexiones sobre cuestiones como “la participación del espectador como agente implicado en la obra, la percepción y la naturaleza del objeto artístico”. “Esta es una exposición de carácter vivo”, agregó Cirauqui, “que parece que ocurre en tiempo real”.
Si bien no se trata de una selección exhaustiva, las seis decenas de piezas reunidas, que incluyen una gran obra pública colocada junto al estanque del edificio de Gehry, atraviesan todos los periodos de la carrera del artista. Se encuentran representadas en la muestra ejemplos de las grandes series que abordó, como sus Volúmenes virtuales (obras suspendidas en el aire que evocan figuras geométricas); sus Extensiones (piezas colocadas sobre el suelo que, vistas en movimiento, generan una especie de halo, una bruma) o sus Progresiones (que salen tanto del techo como del suelo pero no llegan a juntarse nunca, creando una tensión por la uniformidad interrumpida). Son sus Penetrables, no obstante, los objetos que podrían considerarse el culmen de su trayectoria: obras de gran tamaño que el espectador puede (y debe) atravesar y tocar de una manera física. Fabricadas con varillas metálicas o plásticas, estas piezas materializan las sensaciones que el resto de creaciones sugerían: producen la ilusión del movimiento y del paso del tiempo y a la vez provocan ruidos reales, no sugeridos, una suerte de melodía repetitiva. La música, como explicó el hijo del artista, Cristóbal Soto, también presente en el acto de presentación, fue un espacio fundamental en la vida del artista. Su padre fue violinista, y él heredó esa pasión como aficionado. “Fue su pasatiempo, junto al ajedrez”, explicó Cristóbal Soto, que contó que Jesús Rafael Soto, cuando se instaló en París, fue vecino de Pierre Boulez, cuyas ideas sobre la repetición y la variación musical redefinieron sus convicciones sobre las artes plásticas. En la capital francesa conoció también el venezolano a Paco Ibáñez, quien se convertiría en uno de sus más íntimos amigos. El cantautor participará este sábado 19 de octubre junto a la familia de Soto en una charla que tendrá lugar en el auditorio del Guggenheim.
Un artista del tiempo en su tiempo
Soto no fue solo un artista del tiempo, sino que también actuó como digno representante de la época en la que vivió el mundo. Como detalló Cirauqui, su traslado a París, y su relación con otros artistas e intelectuales del momento, contribuyo de manera capital a moldear la perspectiva desde la que el artista planteó su obra. La abstracción de Malévich y Mondrian y las composiciones de Boulez marcaron dos de las cinco claves que definirían su trayectoria. Las otras tres fueron el uso de materiales como el plexiglás, inspirado en precursores como László Moholy-Nagy, lo que ayudaría a trasladar el valor de sus obras desde lo material a lo conceptual; la inclusión de la figura de la espiral, que ya usaron artistas como Duchamp (en su obra Rotative demisphère), para engendrar un nuevo nivel perceptivo; y la utilización de procedimientos de reproducción contemporáneos, que le ayudarían a difundir sus trabajos de forma masiva. “Soto plantea la cuestión de si todo aquello que podemos ver es todo aquello que es”, apuntó el comisario. “Se trata de un creador visionario”, resumió, “alguien que anticipó muchas cuestiones que definirían el arte de la segunda mitad del pasado siglo”.
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