‘Tiempos recios’ reivindica la figura del primer presidente latinoamericano a quien derrocó la CIA.
Maestro, es una fortuna volver a entrevistarlo (vía telefónica), ahora a propósito de este nuevo libro tan cargado de política…
Es una novela, no es un
libro de historia. Pero sí está basada en hechos históricos. Digamos,
los hechos básicos, históricos los he respetado. En los detalles sí hay
mucha fantasía, mucha imaginación: he cambiado, he inventado personajes,
a algunos personajes reales los he tratado con mucha libertad. He
trabajado con la libertad a que tiene derecho un novelista.
Indudablemente,
la década del 50 fue un momento crítico para América Latina. Usted ha
explicado que si Estados Unidos no hubiera intervenido, como lo hizo,
para derrocar a Jacobo Árbenz, en 1954, el destino del continente
seguramente habría sido muy distinto…
Mire: yo era
estudiante universitario en 1951, cuando subió Jacobo Árbenz a la
presidencia en Guatemala. Era un periodo muy difícil porque en ese
momento teníamos dictaduras prácticamente en la gran mayoría de los
países latinoamericanos, y despertó un enorme interés y solidaridad el
hecho de que hubiera un gobierno democráticamente elegido en unas
elecciones limpias, que se decidiera a hacer reformas sociales
profundas, lo que nos parecía una necesidad en toda América Latina.
Entonces
hubo una gran atención centrada en las reformas que estaba haciendo
Árbenz, justamente porque el país vivía un periodo democrático, había
tenido elecciones libres, había propuesto las reformas y había recibido
un mandato electoral para hacerlas. Entonces que a los tres años de
haber subido hubiera habido este golpe de Estado tan clarísimamente
planeado por la CIA, poniendo al frente al coronel Carlos Castillo
Armas, con ayuda de Trujillo y de Somoza, dos dictadores que eran como
el emblema mismo de lo que estaba ocurriendo en muchos países de América
Latina, yo creo que tuvo una consecuencia muy seria en todo el
continente, porque desencantó a muchísimos jóvenes, entre ellos a mí
mismo, con la democracia, con la idea de que se podían hacer dentro de
una legalidad y una libertad las reformas que nos parecían
indispensables para convertir a América Latina en países modernos.‘Profeta’: novela sobre el precio que se le pone a la vida y el cuerpoSe realiza nueva versión del premio de literatura El Barco de Vapor¿De dónde viene la tradición del dicho ‘Averígüelo Vargas’?
¿De qué modo cree que estos hechos tan específicamente centroamericanos afectaron a todo el continente?
Porque,
prácticamente, mi generación y la generación que vino después se
ilusionaron a partir de la revolución marxista a la moda cubana, la idea
de que cogiendo un fusil y subiéndose a la montaña se podía traer una
revolución de verdad… Y eso yo creo que atrasó 50 años la modernización
de América Latina, porque durante medio siglo ha habido guerrillas –en
ninguna parte fueron exitosas, eso lo saben los colombianos mejor que
nadie–, y durante muchísimos años hubo una división en América Latina
terrible, entre quienes querían la revolución socialista y quienes se
oponían a ella utilizando al ejército. Pienso que esos 50 años hubieran
sido muy distintos si en vez de intervenir de esa manera abusiva,
prepotente, Estados Unidos hubiera apoyado lo que estaba tratando de
hacer Árbenz, que era crear una sociedad moderna no socialista sino
capitalista.
Una sociedad sencillamente democrática…
Y
liberal. Las reformas de Árbenz eran socialdemócratas, democráticas, en
especial la reforma agraria, que le creó la enemistad y la hostilidad
de la United Fruit, una compañía que en ese tiempo estaba extendida por
toda Centroamérica, por todo el Caribe, incluso en Colombia tenía
tierras, y fue una contrarrevolución en la que, por primera vez, se
utilizaron las fake news, las mentiras, las noticias inventadas,
presentadas como verdades para dar una idea, completamente falsa, de que
la Unión Soviética estaba impregnando al gobierno de Árbenz…
Que hasta hace poco eran llamadas propaganda negra…
Y
que Guatemala iba a ser un satélite soviético, y que los soviéticos
iban a entrar fundamentalmente con la idea de capturar el canal de
Panamá. Todo eso era una fantasía que al final se tradujo en una
realidad, porque al final tanto el Gobierno norteamericano como la
opinión pública de Estados Unidos, y en buena parte de América Latina,
se dejaron engatusar con esta fantasía, y apoyó esta contrarrevolución,
que tuvo consecuencias bastante catastróficas para el resto del
continente, ¿no?
De hecho, en alguna biografía que leí del Che Guevara se dice que él fue a Centroamérica atraído por ese momento de Guatemala…
Exactamente,
él llegó cuando el gobierno de Árbenz, y trató de que le reconocieran
su título de médico, pero no lo consiguió. No se lo convalidaron,
entonces no pudo ejercer la medicina y tuvo que ganarse la vida con
mucha dificultad, vendiendo enciclopedias, aparentemente. Y tuvo la
ayuda de Hilda Gadea, una peruana aprista que se había refugiado en
Guatemala y había obtenido un trabajo en un ministerio. Hilda Gadea fue
la primera mujer del Che Guevara, se casaron en México, tuvieron una
hijita, y el Che tuvo mucha influencia en lo que pasó en Cuba, porque si
usted piensa en lo que fue el Fidel Castro que asalta el cuartel
Moncada, y que pronuncia esa defensa (La historia me absolverá), que
luego se publicó, era un Jacobo Árbenz cubano.
Yo era estudiante universitario cuando subió Árbenz a la presidencia. Era un periodo muy difícil porque teníamos dictaduras en la gran mayoría de países de América Latina
Un liberal, no un
comunista… (anoto, retomando las palabras de Germán Arciniegas, a
quien recuerdo haberle oído relatar cómo él mismo ayudó a colectar
fondos para Castro ¡en Estados Unidos!)
Claro, era liberal,
hablaba de reformas democráticas, y para nada hablaba de comunismo ni de
socialismo. Yo creo que lo que vive en Guatemala el Che Guevara es una
experiencia que lleva muchísimo a la radicalización de la Revolución
cubana. Fíjese que por esa experiencia él llega a la conclusión de que
hay que liquidar al ejército y que el ejército es el gran enemigo de
toda revolución. Y no es raro que él asuma en cierta forma esa
responsabilidad de la liquidación del ejército de Batista. Y luego la
idea de que si quiere sobrevivir una revolución, debe unirse a la Unión
Soviética, es decir, debe optar por una línea radical, marxista. Es una
especulación, por supuesto. Es muy fácil imaginar la historia que no
fue, pero yo creo que si hubiera tenido éxito esta revolución pacífica,
democrática, liberal que intentó Árbenz en Guatemala, otra hubiera sido
la historia de América Latina.
Nos hubiéremos librado de esos 50
años de entrematarnos con esos intentos guerrilleros que en ninguna
parte prosperaron ni tuvieron éxito, y sí sirvieron para llenar de
sangre todo el continente y para atrasar la democratización de América
Latina.
Maestro, ¿cómo está su salud?
Mi
salud está bien. Ja, ja, ja. Tengo un problema de espalda, de huesos, y
estoy siguiendo un tratamiento, pero, aparte de eso, bien.
Se
lo pregunto porque en Lecturas Dominicales, por los años 80, leí un
artículo suyo sobre los beneficios del jogging; una defensa apasionada,
en la que contaba cómo esto le aportaba un estado mental favorable a la
escritura…
(Risas de nuevo). Ahora estoy obligado a
disminuir ese entusiasmo por el jogging. Pero puedo caminar. Camino
todas las mañanas una hora siempre antes de empezar a trabajar.
¿Cuál
fue la semilla de esta novela?. Porque usted ha dicho que derivó de La
fiesta del Chivo, su libro sobre Rafael Leónidas Trujillo, el célebre
dictador que gobernó la República Dominicana por 31 años…
Esta
novela no la hubiera escrito nunca yo si hace unos tres años no hubiera
estado en la República Dominicana, en Santo Domingo, y en una cena no
se me hubiera acercado un periodista y escritor amigo, que se llama Tony
Raful*. Y él me dijo: ‘Mario, tengo una historia para que la escribas’,
y a mí basta que alguien me cuente una historia para que la escriba,
para que no la escriba.
Pero me dieron mucha curiosidad las
cosas que me contó. Algo que yo desconocía, y era la implicación del
generalísimo Trujillo en el golpe de Estado que Castillo Armas le dio a
Árbenz, y luego en el asesinato de Castillo Armas. Trujillo lo apoyó con
dinero y le dio armas; dicen, incluso, eso no está probado, que le dio
hombres armados, prácticamente al servicio de la CIA, que lo utilizaba
para estas operaciones.
Está documentado que sí lo ayudó
económicamente. Castillo Armas, cuando sale al exilio, va a la República
Dominicana a pedirle dinero a Trujillo, y Trujillo le da. Dicen que
60.000 dólares, la primera vez, y que luego le fue dando otras entregas.
Y que le pidió tres cosas: una invitación oficial cuando
triunfara la revolución, que le entregara a un general dominicano de
oposición radicado en Guatemala y, tercero, que le diera, a él le
encantaban las medallas, como a todos los dictadores, la Orden del
Quetzal.
Castillo Armas, que tenía una gran desconfianza hacia
Trujillo, no cumplió ninguna de estas solicitudes que hizo Trujillo. Y
dicen que incluso, eso sí está publicado en unas cartas que le enviaba
el embajador dominicano en Guatemala a Trujillo, informándole que cuando
el presidente Castillo Armas se tomaba unas copas entretenía a sus
huéspedes en palacio contándoles cosas muy ofensivas contra los hijos de
Trujillo. Y esto a Trujillo lo volaba, que hablaran mal de su familia.
Entonces
hay este hecho extrañísimo de que él mande a su asesino favorito,
Johnny Abbes García, como agregado militar a la República de Guatemala y
que, la noche misma del asesinato de Castillo Armas, Abbes García huye
llevándose nada menos que a la amante del asesinado. Eso está
absolutamente probado y reconocido por todos los historiadores.
Mi generación y la siguiente se ilusionaron con la revolución marxista, a la moda cubana, con la idea de que cogiendo un fusil y subiéndose a la montaña se podía traer una revolución de verdad
¿Qué fue lo que pasó exactamente?
Pues
no se sabe. Es uno de esos misterios de los que está llena la historia
moderna de Guatemala. ¿Cuál fue la implicación tanto de Abbes García
como de la amante de Castillo Armas en el asesinato de este? Lo que sí
se sabe es que huyen a la República Dominicana esa noche y que luego los
militares que quedan en el poder en Guatemala tratan de implicar a la
amante de Castillo Armas diciendo que había estado vinculada al
asesinato, que la habían mandado detener y que no pudieron porque
precisamente escapó. Ella vivió en la República Dominicana varios años
hasta que tuvo un incidente con el hermano de Trujillo, que era el
presidente testaferro. Pero la implicación misma de Trujillo y de
quienes perpetraron el asesinato nunca se ha llegado a esclarecer. Hay
tantas versiones que se niegan una a otra, de tal manera que ahí quedaba
un campo fértil para la invención novelesca.
Don Mario, después de que este amigo lo interesó en esa historia, ¿qué vino?
Yo
comienzo a investigar y descubro que efectivamente hay una serie de
publicaciones, relativamente recientes, que demuestran que Trujillo
estuvo directamente implicado tanto en la contrarrevolución de Castillo
Armas como en el hecho de que Abbes García se va allí como agregado
militar de Trujillo. Abbes García es un asesino, una persona con un
prontuario terrible de matanzas, asesinatos, torturas. ¿A qué lo manda a
Guatemala? No me diga que no es raro. Es extraordinariamente raro que
escape esa noche con la amante de Castillo Armas. Cuando descubro todos
esos materiales me doy cuenta de que al tener conciencia de ello ya
había empezado a trabajar en esta novela.
¿Usted conocía Guatemala?
Había
estado en Guatemala por razones turísticas un par de veces, entonces
empecé a ir a hacer investigación, tuve ocasión de leer periódicos de la
época, muchos libros, sobre todo de investigadores norteamericanos que
son los que han utilizado mayormente todos los documentos que la
administración de Estados Unidos ha liberado ya y que pueden ser
consultados. La verdad es que hay unos trabajos sobre lo que fue la
intervención norteamericana, una cosa realmente impresionante.
Hay la idea de que el premio Nobel convierte en estatua a los escritores que lo reciben. Entonces hay que demostrarles que no somos estatuas, que estamos vivos
No es muy difícil escribir después del Nobel?
Claro,
porque hay la idea de que el premio Nobel convierte en estatua a los
escritores que lo reciben. Entonces hay que demostrarles que no somos
estatuas, que estamos vivos. Hay una cierta propensión psicológica a
creer que si a uno le dan el Nobel ya está muerto y enterrado. Y
glorificado. Entonces yo he trabajado muchísimo para demostrar que no
estoy muerto, que estoy vivo.
¿Cómo trabaja cuando ya tiene el material a la mano?
Yo
voy trabajando mientras estoy recogiendo el material. Sí es importante
la investigación, que no es la investigación que haría un historiador,
que busca la verdad. No, a mí lo que me interesa es conocer el medio en
el que ocurren los hechos, la manera de hablar de las personas, el
paisaje, los detalles que tienen que ver con lo específico, lo
característico del lugar, y siempre me ha ocurrido que en esa
investigación van saliendo muchas cosas que me sirven desde el punto de
vista novelístico, algunos personajes que se enriquecen muchísimo, otros
más bien se empobrecen, de pronto se abren unas líneas anecdóticas que
yo no había previsto y que hacen que todo el trabajo esté lleno de
sorpresas y cambios. Y eso ha sido una experiencia muy rica porque yo no
conocía Guatemala.
Es un país muy bello, muy interesante.
Ahora, probablemente, uno de los más violentos de América Latina. Su
historia está llena de sangre, de golpes de Estado, de guerras
intestinas hasta hace relativamente pocos años, cuando se firma el
tratado de paz. La verdad es que yo creo que pocos países han sufrido
tanto precisamente por las dificultades políticas.
¿Cree que
el capitalismo actual contribuye a solucionar los problemas de América
Latina, donde esas reformas todavía siguen pendientes?
Creo
que las reformas siguen pendientes, por desgracia, y que solo pueden
hacerse en libertad, a través de un mandato de tipo electoral y que la
idea del paraíso comunista está completamente muerta y enterrada. El
comunismo existe en Venezuela, Corea del Norte, Cuba. Nadie puede creer
que esos son ejemplos para que un país se modernice, salga del
subdesarrollo. Todo lo contrario, hay unos regímenes que son no solo
enormemente empobrecidos, incapaces de satisfacer los grandes anhelos de
sus propios pueblos, sino unas dictaduras ya no militares sino
ideológicas.
¿Qué lo mueve a escribir hoy? ¿Lo mismo que al comienzo o las motivaciones han cambiado?
Bueno,
yo soy un escritor, fundamentalmente, y me mueve la idea de utilizar la
novela sobre todo para explorar la compleja realidad de América Latina.
Los problemas que viven los países son muy semejantes unos con otros,
con matices, por supuesto. Creo que haciendo las sumas y las restas, hoy
en América Latina las cosas van mejor que en el pasado. En los años 50,
de un confín a otro el continente era una serie de dictadores
militares. Hoy día no tenemos esas dictaduras. Tenemos gobiernos
democráticos que son muy imperfectos, la corrupción es un problema muy
grave, el populismo es otro, pero creo que son problemas menos serios
que los de los años 50.
¿Cómo es eso de ser académico de la lengua, en qué consiste o para qué sirve?
Usted
sabe que ahora la Academia funciona en contacto muy estrecho con las
academias latinoamericanas y prácticamente todas las decisiones que se
toman son consensuadas. La Academia Española del pasado tenía el control
absoluto de toda la política de la lengua y hoy hay una relación
constante con las de América. De hecho, siempre hay uno o dos académicos
de América Latina que vienen a España, invitados por la Academia. La
actitud es mucho más abierta y tolerante con la evolución del lenguaje,
incluso algunos creen que es demasiado tolerante; basta con que una
palabra empiece a circular para que los académicos la incorporen al
diccionario de la lengua antes de saber si pasa la prueba del tiempo.
¿Usted diría que hoy esa política exterior de Estados Unidos tan agresiva de aquellos años ha cambiado?
Mucho.
Hoy lo que era la preocupación principal de Estados Unidos ha dejado de
serlo y, de hecho, hoy solo tiene el tema de los inmigrantes
latinoamericanos. El presidente Trump ha creado una verdadera paranoia
en su país, pero la verdad es que hay una movilización muy grande en
Estados Unidos para resistir los excesos que quiere cometer Trump. Mi
impresión es que las instituciones democráticas están funcionando y no
han permitido muchos de los disparates que quería llevar a la práctica.
Mi esperanza es que no gane las próximas elecciones y Estados Unidos
recupere la línea democrática.
Me encarecieron que le preguntara por García Márquez y el puñetazo en el ojo.
Ja,
ja, ja. No, no, García Márquez y yo nos pusimos de acuerdo para no
contestar preguntas sobre eso. Para que los biógrafos, si los merecemos,
trabajen un poco.
‘Creo que la democracia es lo único que funciona, al menos en esta época’
Usted,
que pertenece a una generación que ha sido seguidora de los procesos
políticos de América Latina, ¿cómo definiría hoy su postura política?
Yo soy demócrata.
Pero ¿eso qué consecuencias tiene?
Creo
en la democracia, en la libertad, creo que las reformas necesarias en
América Latina deben hacerse en la legalidad y en la libertad. Es muy
importante respetar la libertad de crítica, de expresión. Creo que la
democracia es lo único que funciona, por lo menos en nuestra época, en
que hemos visto desaparecer la Unión Soviética, convertirse a China de
una dictadura comunista en una dictadura capitalista, eso está muy
claro. Los países que quieren progresar tienen que optar por un sistema
que es el menos violento de todos, que gestiona la coexistencia en la
diversidad. Precisamente porque hay esa gran diversidad en América
Latina creo que la democracia
es indispensable.
Por eso he
escrito este libro, que es una reivindicación de lo que fue un intento
democrático de modernización de una nación. Era un contexto
latinoamericano en el que Estados Unidos decidía si un país o no hace
reformas. Eso ha cambiado. Afortunadamente en nuestra época es muy
distinto el contexto. Lo que defiendo desde hace muchos años es
justamente esa opción democrática.
Autor: Francisco Celis Albán
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