Una trenza o un tejido claro, casi blanco conforma una especie de escultura subacuática dentro de unos frascos grandes, con soportes de metal, sobre una mesa de metal. Este brilla con el sol que entra por los ventanales laterales y atrae las miradas de los transeúntes, de los que se encuentran afuera del establecimiento. Así como también el paredón plateado. Una pared con placas que podrían funcionar como espejo, según quien las mire. Percepciones ingenuas de las fuertes obras de Cristina Piffer en su muestra antológica, La herencia indócil de los espectros.
Frío. Al entrar, la amplitud del Espacio de Arte de la Fundación Osde, combinado con el blanco reinante y los colores, en su mayoría claros de las obras, nos transmiten frío. Que se combina con los escalofríos que aparecen a medida que avanzamos por las diversas salas y descubrimos de qué trata la muestra de Piffer. Con índole minimalista y conceptual la artista se propone cuestionar e interrogar el pasado y la construcción de identidad nacional a partir de “fragmentos que convocan o traen al presente historias violentamente silenciadas o marginadas”, dice Fernando Davis, el curador.
Piffer se anima y expone la contra memoria. A partir de una elección particular de materiales –grasa, carne, sangre deshidratada, metal y vidrio–, la artista logra transmitir la violencia, la impresión, hasta el asco, de forma tal que el espectador no logra salir inmune. Las obras, trabajos realizados entre 1999 y 2019, generan un cambio en el visitante. Lo obligan a atravesar dimensiones, por momentos, perturbadoras. En palabras de su curador, “la obra de Cristina Piffer interpela y tensiona los relatos establecidos de la historia argentina, a través de imágenes y textos pertenecientes a diferentes episodios de su trama política desde el siglo XIX.” Estamos hablando del proceso de constitución del Estado Nacional, el maltrato a los indígenas, su esclavización y explotación, cuestión llevada al extremo en el genocidio de los pueblos originarios dado en la “Campaña al Desierto.”
“Tripas vacunas en agua y formol, recipiente de vidrio y mesa de acero inoxidable” es la descripción de la aparente trenza o tejido. 300 actas de bautismos indígenas, o mural plateado, presentan una de las tantas listas expuestas en la muestra. Esta ha sido realizada a partir de los registros de los Libros Sacramentales de 1897 de la isla Martín García. Piffer también presenta listas de nacimientos, de nombres y de muertes, en su mayoría injustas y/o violentas.
Los procedimientos, técnicas y materiales elegidos por la artista para crear, no son aleatorios. Sino que, además del mensaje directo de las obras, estos logran potenciar la tensión del espectador.
La imagen coma huella del dolor, de la injusticia, como exponente que cuenta la historia de los vencidos. En los trabajos expuestos las contradicciones entran en juego. Por un lado, los colores suaves y mensajes fuertes. Por el otro, lo aparentemente visible y lo que han convertido en invisible. Eso que la artista devela y se hacer cargo. En esa acción convierte a La herencia indócil de los espectros en un lugar para la toma de conciencia y de agradecimiento por parte del visitante, por dar lugar y dejar que nos hagamos cargo, también, de lo sucedido, ya que “para Piffer, el pasado constituye un territorio abierto a un presente donde se libra la batalla por sus interpretaciones. La herencia indócil que su obra reclama requiere de un ejercicio del arte que apueste, desobedientemente, a desajustar los recorridos unidireccionales de la historia e interrogue políticamente los trazados discontinuos —en sus latencias y retornos— de aquellos restos que sobrevivieron al borramiento y la aniquilación”, cierra el texto curatorial.
Autor: Candelaria Penido
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