Tras un título indiscutiblemente hermoso como Las vidas posibles pueden encontrarse muchas novelas diferentes. Puede hacer referencia a los diferentes caminos que puede tomar una vida en función de decisiones o sucesos puntuales, las vidas que podrían haber sido si… un experimento del tipo 4 3 2 1, de Auster, pero no tengo la sensación de que sea esa la intención de Isabel Ortega Fernández. Mi particular impresión es que a la autora no le preocupan tanto las vidas que pudieron ser como las que pueden ser aún. Es evidente que el que en un momento dado uno apueste por la estabilidad de un trabajo bien remunerado en lugar de la incertidumbre de una pasión tiene repercusiones en su vida y la estabilidad laboral no impide que se consuma mucho tiempo en la búsqueda del equilibrio entre lo que se decidió ser y lo que se hubiera querido, pero entre Las vidas posibles siempre hay una posibilidad de cambio, las decisiones no se graban en piedra y las vidas que no fueron sí que pueden llegar a ser. Esta novela nos sumerge en la vida de una mujer que en un momento dado dejo de lado sus pasiones, la música, el arte e incluso el amor, pero a la que el ejemplo de las vidas de sus seres queridos, cada cual a su manera, le va mostrando el camino de la vida a recuperar. O tal vez no le muestren un camino nuevo, sino que le den fuerzas para recorrer uno que ella siempre supo que estaba allí.
Es especialmente hermoso el tratamiento que la autora le da a la música en la novela, no voy a decir que uno la escuche, pero desde luego sí que le gustaría hacerlo. La combinación de pasión y conocimiento rara vez es poco atractiva, pero si además se trata de música y de la manera en que se vive en Las vidas posibles, es todo un descubrimiento.
Pero hay algo cuya belleza es más difícil de encontrar a primera vista, aunque probablemente sea más profunda. Aprender a convivir con la enfermedad de los seres queridos, ayudarles, acompañarles y reafirmarse uno mismo a la vez que su tiempo se diluye en el de los otros cuando ellos temen que es un tiempo que se acaba es una de esas experiencias que nadie quisiera tener que vivir, que son duras, desgarradoras, pero son muchas las personas que encuentran una profunda belleza en ellas. Intima, sí, difícil de comprender desde fuera e imposible de compartir en su totalidad, aunque se esté cerca con un libro como este, pero belleza al fin y al cabo.
Las vidas posibles no se explican sin las vidas pasadas y en este caso el periodo de formación de la protagonista en París es todo un acierto, porque pasear por el París escrito siempre es un placer, pero también porque equilibra la narración, porque permite conocer a la protagonista no sólo en momentos especialmente intensos y personales, sino en otros similares a los que, cada cual en su tiempo y su lugar, habrá vivido. La vida acomodada que tiene de adulta no resulta especialmente frecuente y es mérito de la autora que aun así resulte cercana.
Estas vidas posibles de Isabel Ortega son vidas ciertas, ya están escritas e inscritas en un marco temporal, pero son muchas las vidas posibles que empiezan al lector cuando abre el libro y sería bonito que aquellas de entre todas las posibles que estuviesen más cerca de la pasión, fuesen además más probables.
Autor: Andrés Barrero
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