Benito Pérez Galdós, un clásico en su centenario

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Hace casi treinta años, al cumplirse el centenario de una década prodigiosa, 1880-90, de la historia de la novela española ( La Regenta, Fortunata y Jacinta, Los pazos de Ulloa ), inicié el prólogo del libro que agavillaba todas las críticas de Clarín sobre la narrativa de Galdós con estas palabras: “La historia de la teoría y de la crítica de la novela española del último cuarto del siglo XIX es la historia de la crítica de la novelística galdosiana por Clarín”. Ahora, cuando ese libro toma nuevos vuelos editoriales, quiero sostener sin ninguna vacilación que la historia de la novela española de dicho cuarto de siglo consiste en el itinerario de las novelas de Galdós. Historia que tiene sus espejos no sólo en Clarín o Pardo Bazán, sino en el gran realismo europeo: Dickens, Balzac, Zola, Dostoyevski, Tolstoi, y al fondo, el dios mayor, Cervantes, con quien el escritor canario guarda “un parentesco espiritual entrañable”, según atinada expresión de Ricardo Gullón en 1957.

Aunque el joven Galdós llegó a Madrid en el otoño de 1862 para estudiar Derecho, sus verdaderas devociones eran las letras, la música y el dibujo, y de inmediato, el periodismo, donde se forjará como escritor en unos años de aprendizaje que saben de dos viajes a París –en el 67 y en el 68– y de su primera estancia en Barcelona al compás de la revolución de septiembre del 68. Desde finales del 65 era socio del Ateneo de Madrid, donde años después tuvo el primer encuentro con Clarín, a quien le pareció “un curioso de toda clase de conocimientos”, especialmente la ciencia de Madrid que poseía. Y, en efecto, así era: Galdós vivió siempre observando las costumbres, los cambios sociales, la vida de las artes; espectador interesado por la política progresista y por la recuperación de la tradición realista de las letras españolas, siempre al aire del gran realismo europeo, aprendió del ideario de Giner de los Ríos que la regeneración política pasaba por la educativa y la cultural.

Fortunata y Jacinta es la mejor síntesis del arte de novelar de Galdós

El periodismo de Galdós en La Nación y la Revista del Movimiento Intelectual de Europa a partir de 1865 y en la Revista de España , de la que sería director, a partir de 1870, va a ser paso paralelo de sus primeras novelas, de sus textos de narrativa breve, previos a la redacción (1873-75) de la primera serie de los Episodios Nacionales . En esos años de periodismo está parte de la sustancia seminal del gran Galdós novelista. Y parte también de sus excelentes dotes de cronista y de su querencia de madurez y senectud, el teatro. Como cronista quiero recordar las cuatro excepcionales crónicas que remitió al bonaerense La Prensa en junio del 88, cuando visita por segunda vez Barcelona, con motivo de la Exposición Universal: “El movimiento y animación de Barcelona y sus alrededores es colosal, revelando una vida mercantil no inferior a las ciudades más ricas de Europa y América”.

Tras de las dos primeras series de los Episodios Nacionales y de las que Clarín llamó “novelas de tendencia”, Galdós se convierte en novelista del gran realismo con La desheredada (1881), saludada por Clarín desde Los lunes de El Imparcial como primera piedra del porvenir de la nueva novela española, que Galdós consolidará con Fortunata y Jacinta (1886-87), dialogando con La Regenta (1884-85) y con un universo amplísimo, que va desde Cervantes a Zola. Al tiempo se va consolidando su relación profesional y amorosa con Pardo Bazán, quien al terminar de leer el cuarto tomo de Fortunata y Jacinta le escribe: “En ninguna de sus novelas ha buscado V. más hondo en el corazón humano, ni ha empleado más sinceros acentos para referirlos. Deme V. la mano que se la estreche con toda efusión del alma, maestro (aunque V. rabie)”.

Fortunata y Jacinta es la mejor síntesis del arte de novelar de Galdós. Mucho de ese arte se percibe en la preunamuniana El amigo Manso (1882) o en el sabor de Tolstoi que atesora Misericordia (1897), por citar dos pequeñas obras maestras. Galdós no descuida nunca las verdades intrahistóricas (de las que escribió en el prólogo a la segunda edición ilustrada de los Episodios Nacionales en 1885) porque “son el vivir, el sentir y hasta el respirar de la gente”. Por ello, al margen de la morfología de los relatos, de la configuración de los personajes, de la creación de una oralidad escrita insuperable, Fortunata y Jacinta recrea una y otra vez la mascarada de la historia oficial: conversan en el café Universal de la Puerta del Sol, Evaristo Feijoo –un progresista desengañado– y Juan Pablo Rubín –un tradicionalista arrepentido– mientras el narrador anota: “La moral política es como una capa con tantos remiendos, que ya no se sabe cuál es el paño primitivo”.

Con la crisis de fin de siglo XIX llegó la reanudación de los Episodios Nacionales (cerrados en 1912), el estreno de Electra (1901), el prólogo, espléndido, a la edición de La Regenta de 1901, su destacada participación en la Conjunción República-socialista de 1909, su progresiva ceguera, su pasión por los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven, sus últimas visitas a Barcelona (1917, 1918). En junio de este año y en el Hotel de Inglaterra se le rinde un homenaje en el que toma la palabra Miquel del Sants Oliver, director de La Vanguardia .

Galdós, que había establecido su programa novelesco en el ensayo Observaciones sobre la novela contemporánea en España (1870), sostenía en su discurso de ingreso en la RAE en 1897 que “imagen de la vida es la novela”, una imagen que había plasmado en palabras que dicen la verdad humana, con una memoria documentada y con una mirada trascendente. Un arte y un compromiso que María Zambrano consideró, en 1938, que nos ofrece en toda su integridad la vida misma.

Autor: Adolfo Sotelo Vázquez

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