Aunque se reconoce «nostálgico y mayor», el escritor mantiene intacta la naturaleza innata de provocador que le aupó a la fama hace décadas. Y por primera vez lo hace a través de una serie de ensayos, recopilados bajo el título de ‘Blanco’ (Random House), en los que critica la deriva moral y artística de «una sociedad cada día más tiránica».
“Hasta ahora nunca había escrito nada de no ficción que valiera la pena poner en un libro”, explica risueño Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) desde su casa de West Hollywood, donde lleva varios días de “segura cuarentena” por el coronavirus que también azota su país. Contradiciendo todo lo dicho sobre su egolatría, carácter vengativo y mala leche, el autor de hitos generacionales como Menos que cero o American Psycho es, al teléfono, afable, espontáneo y bromista. Incluso se detecta un punto de humildad cuando reconoce que “no creí que nadie estuviera interesado en mí ni en mis opiniones, así que esto no son unas memorias al uso. Es más bien una reflexión generacional que nace al darme cuenta, en el verano de 2018, de que ya no tenía una verdadera libertad de expresión”.
Su reflexión de cómo hemos llegado hasta ese estado social y moral es el eje de Blanco (Random House), un conjunto de ensayos donde el escritor contrapone su educación cultural en los años 70 y 80 con la época actual, en la que considera que la ideología está aplastando al arte y que la corrección política está asfixiando la libertad estética y social. Todo un canto de cisne, ciertamente nostálgico, a una forma de cultura, la del siglo XX, cuyos medios de expresión y valores Ellis considera en serias vías de extinción.
Pregunta. En Blanco ensalza los años 70 de su infancia. ¿Realmente todo tiempo pasado fue mejor o quizá cae en la trampa de la nostalgia?
Respuesta. Sin duda me ha podido la nostalgia, claro, pues ya estoy en una edad en la que tengo añoranza del pasado. Sería estúpido negar que en todas estas décadas hemos asistido a grandes progresos, pero no creo que todos los cambios hayan sido para mejor. Si pienso en mi infancia echo de menos lo físico, lo táctil, de la era analógica. El ir a ver una película al cine o ir a una librería y pararte a charlar un rato con el vendedor. Son cosas que la gente ya no hace. Ahora todos esos placeres demorados se han vuelto rápidos y digitales.
«En esta sociedad de las pantallas es impensable que una novela sea el eje de una conversación cultural, especialmente entre los jóvenes»
P. Asegura que la influencia cultural y formativa que en su época tuvieron las novelas se ha trasladado hoy a las series de televisión. ¿Qué perdemos con el cambio?
R. Según a quien preguntes, quizá nada, pues los jóvenes no lo han notado porque no vivieron esa otra época. El cambio es algo fácil de explicar porque ver una serie exige mucho menos esfuerzo y además muchas de los últimos años, que han absorbido la narrativa literaria, tienen gran calidad. Pero creo que las raíces de esta suplantación están en que las novelas han perdido la utilidad principal que tenían entonces. En mi juventud solíamos acudir a ellas como un lugar para obtener información, para aprender cosas de las vidas ajenas. Eran como boletines de noticias. Pero ahora simplemente acudimos a Google, por lo que las novelas ya no tiene ese papel educativo. Hoy en día es casi impensable que una novela sea el eje de una conversación cultural, especialmente entre los jóvenes. No obstante, yo seguiré escribiéndolas, porque más allá de las críticas y las ventas, realmente lo disfruto.
P. Mientras la ficción pura se ha trasladado a las series, buena parte de la literatura actual es autoficcional, ¿qué dice esto de nuestra sociedad?
R. Es verdad que la autoficción vive un auge, aunque creo que siempre estuvo ahí. Pienso en escritores como Henry Miller o en el Saul Bellow de Herzog. Creo que ese tipo de escritura está ligado a la manera en la que procesas tus experiencias. No obstante, también creo que en los últimos tiempos este estilo narrativo ha aumentado como reacción al modelo que han implantado los medios de comunicación y a los realitys. Todo se ha vuelto una representación de la realidad, ha ocurrido realmente o está “basado en hechos reales”, y la literatura trata de competir con ese bombardeo constante. Aunque no sé si para ella es positivo o contraproducente.
P. Como usted mismo reconoce en Lunar Park, poco queda por decir de su novela American Psycho. Sin embargo, visto con la perspectiva del tiempo, ¿dibujó en ella una instantánea de lo que llegaría a ser el siglo XXI?
R. Las novelas envejecen igual que las personas, y al igual que yo no soy a los 56 el mismo hombre que a los 26, la novela no es la misma vista con ojos actuales. Es cierto que en muchos aspectos es un libro lleno de presentimientos, pero no puedo arrogarme el mérito, simplemente sucedió. Por ejemplo, cuando decidí que Donald Trump fuera el héroe de Bateman, no podía saber que en 2016 sería presidente. Lo hice porque a comienzos de los 90 todo el mundo en Wall Street lo admiraba y creía que su libro era la Biblia del éxito. Que luego la sociedad entera haya imitado a esos yuppies es un poco aterrador. Pero en lo que más creo haber acertado es en anticipar ese espíritu coleccionista que determina nuestra época. Bateman coleccionaba víctimas como hoy nosotros coleccionamos en fotos de Instagram nuestras comidas, trajes, vacaciones… Si escribiera la novela hoy, tendría que describir miles y miles de fotos de Instagram, incluyendo, claro, los asesinatos.
P. Una de sus mayores críticas se dirige hacia la “omnipresente” corrección política, ¿qué supone para el arte?
R. Es algo absolutamente terrible, la forma más perversa de censura de nuestra época. Y es muy impactante que los que más la ejercen sean los miembros de la izquierda liberal. Una de las grandes reflexiones que abordo en Blanco es cómo ha podido ocurrir que el grupo del que me he sentido parte toda mi vida, esa gente que en décadas pasadas era abierta, progresista y tolerante, se haya vuelto hoy un grupo de retrógrados censores. Eso provoca que sea un momento terrible para ser creador en cualquier disciplina, porque vivimos en una sociedad cada día más tiránica, en un dogmatismo de pensamiento que en ocasiones toma tintes de auténtica locura. Y la industria cultural practica la autocensura para ser aceptada. El mundo de la cultura ya no se preocupa de determinar lo que es arte, solo valora lo que es dogma, y eso es lo que más me asusta porque una sociedad sin una cultura sólida es una sociedad a la deriva.
«Hoy en dia no se podrían publicar obras como ‘Lolita’ de Nabokov, lo que habla elocuentemente de la regresión de la sociedad»
P. Usted que siempre ha sido un provocador, ¿dónde pondría el límite entre la libertad de expresión y la pura provocación?
R. Creo que podrían ser sinónimos pues, en cierto sentido, la libertad de expresión es pura provocación. Idealmente todo debería estar permitido, porque una parte de lo que te convierte en artista es, precisamente, provocar y toda obra, de manera nuclear o tangencial, debe tener su punto de provocación. Hoy en día no se podrían publicar grandes obras maestras de la historia. Pienso en Shakespeare, en Flaubert o en la novela Lolita de Nabokov, por ejemplo. Y creo que eso habla muy elocuentemente de la profunda regresión de la sociedad actual.
P. Una sociedad de la que critica la excesiva victimización, el que siempre se traslade la culpa al otro. ¿De dónde viene este complejo y cómo se puede eliminar?
R. Esta tendencia a la victimización, por lo menos en Estados Unidos, nace con el auge de las políticas identitarias, que presentan a todo el mundo como una víctima para conseguir sus fines. Y esa sensación de estar oprimidos se les inculca a los niños y jóvenes desde los colegios y universidades. Hoy en día se llega a extremos dantescos. Pienso en toda esa gente rica, aquí en Los Ángeles, esos actores, directores, agentes… que están siempre quejándose por problemas nimios y que nunca son culpables de sus fracasos… todos sabemos de qué hablo. Aunque sé que es terrible, estoy al tanto de las noticias que llegan desde España, tengo ciertas esperanzas de que con esto del coronavirus la gente vuelva a centrar sus vidas en lo realmente importante y olvide todas esas diferencias que en los últimos años parecen más grandes que nunca.
P. Precisamente, esta llamada de atención que hace a la sociedad actual cobra nueva relevancia ante una pandemia como esta. ¿Cree que en el momento de crispación actual estamos preparados para combatir algo así?
R. Tengo fe en que sí. Una situación como esta en la que está en juego la pura supervivencia es el escenario ideal para fomentar la solidaridad y la unidad. Debemos olvidar nuestras pequeñas diferencias y remar todos a una, por ejemplo, en el tema de la cuarentena. Simplemente se trata de aguantar unos meses y todo pasará. Creo que podemos hacerlo y que todo esto nos fortalecerá en el futuro.
Autor: Andrés Seoane
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