Charlotte fue la última sobreviviente de las hermanas Brontë. No descansó hasta que ella y sus hermanas pudieran ser publicadas y reconocidas por su talento literario en una época en que las autoras eran vistas con prejuicio.
Cuando se publicó Jane Eyre en 1847, bajo el seudónimo de Currer Bell, la comunidad literaria inglesa se preguntó con desconcierto quién era ese autor desconocido que había hecho un trabajo realmente poderoso.
Quién disecciona el alma misma así, sin piedad. No podía ser Charles Dickens, ni William Makepeace Thackeray ni Charles Kingsley, las grandes plumas de la época. “No tenían ese poder. Y seguramente tampoco era mujer, pues ninguna mujer podría leer así el pergamino de la pasión humana y, de haberlo leído, no lo podría expresar así. ¿Quién lo hizo?”, recuerda un escritor anónimo todo ese eco de preguntas en el Cosmopolitan Art Journal, sobre la novela más exitosa de Charlotte Brontë.
Tras este clamor, al año de haberse publicado, Charlotte Brontë deshizo de su seudónimo y se dio a conocer entre el círculo literario londinense, del que hoy es considerada como una voz inigualable de la literatura, especialmente de la llamada Época Victoriana. No obstante, la vida de Brontë también estuvo marcada por complicaciones, tragedia, y una familia que, a pesar del apoyo de sus hermanas, también estuvo violentada por varios factores.
Ella era la tercera de seis hermanos (cinco niñas y un niño), nacida el 21 de abril de 1816, en el seno de una familia de escasos recursos y profundamente religiosa. Una vez que nacieron todos, la familia se mudó a Haworth. Tenía 5 años cuando su madre falleció a causa de cáncer, y esa se convirtió en la primera de una serie de prematuras pérdidas. En 1824, Patrick Brontë, clérigo anglicano y padre de los seis, decidió mandar a las cuatro niñas más grandes a la Escuela de las Hijas del Clero, en Lancashire. Dos de las hijas, Maria y Elizabeth, fallecieron en la escuela por tuberculosis, factor que Charlotte adjudicó a las pobres condiciones sanitarias de la escuela, así como a los injustos y constantes castigos que sufrían las niñas.
“Teníamos la vaga impresión de que las autoras eran propensas a ser vistas con prejuicio. Los críticos solían castigar a través de un arma personal, y para recompensar, la adulación que no es verdadero elogio”.
Tras el fallecimiento de sus hermanas, Patrick decidió traer de vuelta a Emily y Charlotte para convivir con Anne y Branwell (el único niño). Charlotte, asumiendo el rol de la hermana mayor, se convirtió en una protectora y maestra de sus hermanos. Entre los cuatro Brontë se fusionó poco a poco una poderosa unión creativa, que hoy es recordada como una de las familias más exitosas en el ámbito literario. Fue durante esta temporada que los chicos desarrollaron sus propios estilos de narrativa y construyeron mundos de forma conjunta.
Emily y Anne crearon el mundo de Gondal, mientras que Charlotte y Branwell formaron Angria, islas donde ocurrían historias de intriga y corte romántico, donde todos tenían nombres raros y vivían en lugares semifantásticos, similares a épicas enormes como en El Señor de los Anillos. Las historias de Gondal y Angria hoy se pueden encontrar en compilaciones y algunos textos que sobreviven, principalmente poemas. La extensa cantidad de historias denotan una familia tenazmente interesada en la creación artística y la escritura literaria, pasión que los cuatro Brontë persiguieron con diferentes medidas de éxito.
Anne, Emily y Charlotte Brontë, en un retrato de su hermano Branwell Brontë.
Charlotte Brontë se dio cuenta que era diferente a sus hermanas. No se consideraba tan bonita como ellas, y su estatura era mucho menor a lo normal. También tomó un trabajo que detestaba como institutriz, experiencia menos que placentera pero eventualmente usada para sus futuras historias. Ansiaba salir de este ambiente, lo cual se cumplió cuando viajó, junto con Emily, a Bruselas. Ahí, bajo el tutelaje de Constantin Héger, Charlotte aprendió la minucia editorial y desarrolló profundos sentimientos románticos. Su viaje, no obstante, fue interrumpido por la muerte de su tía Elizabeth Branwell (hermana de su madre), que ayudaba a Patrick a cuidar de los otros niños.
Las hermanas Brontë regresaron a Haworth, donde intentaron abrir una pequeña escuela para mujeres jóvenes, pues ninguna chica de sus alrededores mostró interés. Desanimadas, y con un panorama social poco alentador, las hermanas dependían entre sí para apoyo emocional. La actitud del trío, no obstante, eventualmente cambió cuando Charlotte halló los manuscritos poéticos de Emily, y galvanizó al resto de sus hermanas a publicar sus textos (para este momento, Branwell estaba más avocado a la pintura que a las letras). Cada una comenzó a escribir furtivamente mientras trabajaban en diversas profesiones de la la ciudad, y eventualmente se financiaron la publicación de unos poemas.
Las tres hicieron un pacto de escribir bajo seudónimos masculinos y un apellido en común: Currer, Ellis y Acton Bell. La razón era simple y así fue justificada por la propia Charlotte, en la nota biográfica de Ellis y Acton Bell: “La decisión de ambigüedad fue dictada por un escrúpulo consciente de admitir nombres masculinos y cristianos, aunado a no querer declararnos mujeres porque —sin sospechar en ese momento que nuestra forma de escritura y pensamiento no era ‘femenina’— teníamos la vaga impresión de que las autoras eran propensas a ser vistas con prejuicio. Notamos cómo los críticos solían castigar a través de un arma personal, y para recompensar usaban adulación que no es verdadero elogio”.
“Trato de evitar mirar hacia adelante o hacia atrás e intento seguir mirando hacia arriba”
Tras la publicación algo ignorada de estos poemas, Charlotte estaba aún más determinada a hacer algo con la prosa de sus hermanas. Eventualmente, tras envíos y reenvíos a casas editoriales, Cumbres Borrascosas fue publicada bajo el nombre Ellis Bell (Emily Brontë). Nadie estaba interesado en El Profesor, que Charlotte Brontë escribió bajo el nombre Currer Bell. La casa editorial Smith, Elder and Co. le respondió a la escritora que el trabajo no sería publicado por razones de negocios y longitud, pero una obra de tres volúmenes sería aceptada. Así que Charlotte mandó Jane Eyre, que fue publicada y elogiada por la crítica y los lectores. Unos meses después, Agnes Grey vio la luz bajo el pseudónimo de Acton Bell (Anne Brontë). En tan solo un año, 1847, las tres hermanas lograron publicar sus novelas y recibir merecido renombre.
Para 1848, las Brontë destaparon sus verdaderas identidades y se transformaron en pequeñas celebridades de la época, gracias a varias entrevistas y correspondencias con críticos, periodistas, y atentos lectores. A pesar del júbilo, esto no sería exactamente duradero. Branwell falleció al poco tiempo de destapar sus identidades, mientras que Emily le siguió a finales de ese año gracias a su pobre estado de salud, producto de una vida rodeada de recursos insalubres. Al año siguiente Anne también falleció gracias a un delicado estado de salud con el que cargó toda su vida. Charlotte fue la única que sobrevivió a sus hermanos.
Jane Eyre, una novela aguerridamente única en su tratamiento de la independencia femenina —así como en su catártica narración en primera persona—, le dejó a Charlotte una reputación impecable. Ahí narraba la llegada de una joven institutriz a Thornfield Hall, a educar a la hija del dueño de la propiedad, el señor Rochester, quien guarda un terrible misterio. Charlotte se volvió asidua de clubes literarios en Londres (aunque nunca se alejaba por más de unas semanas de Harworth, su hogar), y enlazó amistades con personalidades de la época, como Elizabeth Gaskell y Thackeray (el autor de Vanity Fair).
Las tres hermanas hicieron un pacto de escribir bajo seudónimos masculinos y un apellido en común: Currer, Ellis y Acton Bell.
Charlotte eventualmente pudo publicar otras novelas como Shirley o Villete —aunque ninguna con el renombre e impacto de Jane Eyre—, y en 1854 hasta contrajo matrimonio. Sin embargo, similar al resto de sus hermanos, la escritora sufría de no muy buena salud, y su eventual embarazo exacerbó problemas en su sistema, culminando en su fallecimiento el 31 de marzo de 1855, sin poder dar a luz. Unos meses después de su fallecimiento, su primera novela, El profesor, fue publicada por primera vez.
La historia de Charlotte Brontë, la última sobreviviente de una familia de escritores, no sólo es la historia de una mujer, devotamente religiosa, que cambió los paradigmas de la literatura inglesa. Tampoco es la historia de una escritora cuyo estilo aún resuena hoy en día, gracias a su franqueza y abierta emotividad. Charlotte Brontë también fue el último bastión de una talentosa y artística familia atestada por tragedias. A pesar de su corta vida y las tragedias que rodearon este tiempo (Charlotte no pasó de los 40 años, sus hermanas no superaron los 30), su indeleble legado habla de una determinación aguerrida e ideales inquebrantables, especialmente ante la adversidad. Como la cita Elizabeth Gaskell en su biografía: “Trato de evitar mirar hacia adelante o hacia atrás e intento seguir mirando hacia arriba”.
Autor: Ricardo Marín
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