Slavoj Zizek y Paolo Giordano ya han publicado sus libros sobre la pandemia. La literatura de urgencia tiene mala reputación, pero obras de Sciascia o Chaves Nogales demuestran que la crítica es infundada
La literatura de urgencia tiene tan mala reputación como la comida rápida. Hay, sin embargo, autores que, a lo largo de la historia, se han saltado la prescripción de esperar a que se enfríen las emociones antes de sentarse a escribir. Estos días, al lado del urgentísimo Decamerón, se ha vuelto un lugar común relacionar el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, con el coronavirus, pero la palabra diario confunde: entre la aparición de la narración (1722) y los supuestos hechos narrados (ocurridos en 1665) había pasado más de medio siglo. El propio Defoe había utilizado en 1719 el abandono que Alexander Selkrik padeció entre 1704 y 1708 en una isla chilena para escribir la obra fundacional de la novela inglesa moderna: Robinson Crusoe.
El siglo XX se saltó todos los plazos, pero algunos resultados merecieron la pena. Así, la Guerra Civil produjo obras maestras al esprint como los cuentos de A sangre y fuego (1937), de Manuel Chaves Nogales, o los poemas de España, aparta de mí este cáliz (1939), de César Vallejo, impresos en “papel de pobres” (hecho de trapos) en la Abadía de Montserrat durante la contienda. Pocos, sin embargo, reaccionaron tan rápido a un acontecimiento como Leonardo Sciascia. Las Brigadas Rojas secuestraron al presidente de la Democracia Cristiana en marzo de 1978, lo asesinaron en mayo y él escribió las 200 páginas de su antológico El caso Moro tres meses después. También Rafael Sánchez Ferlosio, cuya obra ensayística nació en su mayoría de la lectura de los periódicos, utilizó el accidente del Challenger de enero de 1986 para rematar sus reflexiones sobre el progreso en Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado, publicado en otoño de ese mismo año.
El siglo XXI es un caso aparte. Según el registro bibliográfico Books in Print, en el lustro que siguió a los ataques del 11 de septiembre de 2001 se publicaron más de mil títulos de no-ficción sobre ese acontecimiento y cerca de 30 novelas, algunas de ellas firmadas por Don Delillo (El hombre del salto), John Updike (Terrorista) o Jonathan Safran Foer (Tan fuerte, tan cerca). Tres años más tarde, los atentados del 11 de marzo en Madrid tuvieron -con Luis Mateo Díez, Blanca Riestra o Adolfo García Ortega- su propio eco novelístico local.
Si en 2008 la desgracia de muchos en forma de crisis devolvió el prestigio a la literatura social -con Rafael Chirbes, Pablo Gutiérrez o Cristina Fallarás-, en 2014 el protagonismo fue para un solo hombre: Dominique Strauss-Kahn, que había dimitido como presidente del FMI ante las continuas demandas por acoso sexual. En 2016 Le Figaro hizo el recuento de los libros sobre el caso: salía medio centenar. Por su parte, el incendio de Notre-Dame de hace un año irrumpió rápidamente en la obra de autores tan diferentes como Ken Follett y Elizabeth Duval.
En España, la cuota monográfica de novedades la ocupaba el procés independentista catalán hasta que la Covid-19 cerró editoriales y librerías. No resulta muy aventurado imaginar que el confinamiento mundial producirá una avalancha de títulos como para llenar varias historias de la literatura. Sin contar con lo que lleven ya meses escribiendo en Asia o con reediciones exprés como la de Pandemia: virus y miedo -de la argentina Mónica Müller en Paidós-, los europeos más madrugadores ya han llegado. Paolo Giordano publicó la semana pasada en edición digital y en castellano y catalán En tiempos de contagio / En el contagi (Salamandra / Edicions 62). El libro del autor de La soledad de los números primos, físico y novelista, tiene el valor añadido de proceder de uno de los países más afectados por la pandemia: Italia. En él se mezcla el testimonio personal -una última cena con amigos que minimizan lo que se viene encima- con las reflexiones sobre el futuro inmediato. “Cuando cursaba la enseñanza secundaria”, cuenta, “hubo varias manifestaciones contra la globalización. Sólo participé una vez, y me llevé una gran desilusión porque no entendía cuál era exactamente nuestra queja: todo era demasiado abstracto, demasiado genérico. A decir verdad, la globalización incluso me gustaba: prometía buena música y fantásticos viajes. Aún hoy, la palabra globalización me desorienta por imprecisa y proteica, pero adivino sus contornos por sus efectos colaterales. Por ejemplo, una pandemia. Por ejemplo, esta nueva responsabilidad compartida a la que nadie puede sustraerse”.
Otro de los esprínters ha sido el eléctrico Slavoj Zizek, que acaba de lanzar en inglés Pandemic (OR Books), un ensayo cuyos derechos de autor ha cedido a Médicos sin Fronteras. En sus cien páginas, el filósofo esloveno plantea la posibilidad de que imaginar el fin del capitalismo deje de ser más difícil que imaginar el fin del mundo. La Covid-19 puede triunfar donde fracasaron Marx, Lenin y los teólogos de la liberación. En su opinión, el dilema es: o un comunismo reinventado o la barbarie. “No soy utópico, no apelo a la solidaridad entre los pueblos”, escribe. “Al contrario, creo que la actual crisis demuestra que la solidaridad y la cooperación responden al instinto de supervivencia de cada uno, y que es la única respuesta racional y egoísta que existe. No sólo para el coronavirus”.
A falta de que reabran las librerías y de que asistamos al lanzamiento de la gran novela sobre el coronavirus, Internet se ha llenado de testimonios de escritores que narran su encierro. En Portugal, Gonçalo Tavares lo hace a diario en las páginas de Expresso mientras en Francia, Leila Slimani hace lo propio en las de Le Monde y Marie Darrieussecq en las de Le Point. El carácter amable de sus entradas ha producido una tormenta de reproches y parodias hasta el punto de calificar a la primera -premio Goncourt en 2016 por Canción dulce– de “Maria Antonieta del confinamiento”. La crítica no hace cuarentena.
Por su parte, la sección de Sociedad de EL PAÍS publica a diario una crónica de autor sobre el confinamiento -de Soledad Puértolas a Luis Landero pasando por María Fernanda Ampuero– además de la serie Vieja, amortizada y en casa, de Maruja Torres. Mientras, la sección de Cultura aloja la berlanguiana novela por entregas de Antonio Orejudo La casa de los Peláez. En Babelia, por su parte, pueden leerse las reflexiones de, entre otros, Richard Ford, Yan Lianke, Antonio Muñoz Molina o Siri Hustvedt. Como la peste, la sífilis o el sida, el coronavirus será un día un género literario. Y ojalá nada más que eso.
Autor: Javier Rodríguez Marcos
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