Los filósofos son gente que predica la humildad pero practica la prepotencia. De todos los textos con que las vacas sagradas del gremio nos han obsequiado los últimos veinte días no hay ninguno que se salve, o bien porque enuncian lo obvio con lenguaje de sortilegio -¡la “biopolítica”!-, o bien porque creen adivinar el futuro, lo cual también es sortilegio, bola de cristal para ser exactos. El futuro en enteramente inaprehensible, sencillamente porque la realidad social es multifactorial, en el sentido de Weber, o compleja, en el sentido de Luhmann, o impredecible, en el sentido de la Física del Caos. De hecho, si fuera predecible, como aún piensan lo que viven anclados en el s. XVIII, ¿cómo es que no se predijo la caída de Lehmann Brothers, cómo es que no anticipamos la actual pandemia? –bueno… parece que sí se hizo… No obstante, hoy mismo una filósofa española de renombre dictaminaba en una entrevista en la prensa que cuando asomemos de esta primera fase de la cuarentena (el final absoluto está algo lejos…), se habrá impuesto el control social. Cómo sabe ella eso es misterioso, pero sólo pueden caber dos hipótesis, o la de la bola de cristal, que ya se sabe que “a todo el mundo le mola”, o que un filósofo debe decir algo grave y torvo, como el profeta Jeremías. La filosofía, por lo visto, siempre se pone en lo peor, porque está compuesta de almas bellas que anhelan el paraíso, la utopía, y desde ahí todo se ve siempre feo, injusto y sumido en el fango histórico irremediable. Nietzsche escribió aquello tan romántico de que todo aquel que en la historia de la humanidad ha forjado un cielo lo ha hecho con los materiales de su propio infierno…; pues aquí es al revés, todos los que están escribiendo acerca del aciago infierno que nos aguarda lo hacen, sin duda, valiéndose de los materiales acarreados de su prístino cielo interior…
Sin embargo, hoy en España se ha adelantado que después de Semana Santa la actividad económica real -no la financiera, que terminará, esa sí, por matarnos- regresa a las calles paulatinamente, que una carta de numerosos líderes y exlíderes mundiales piden, ¡exigen! una coordinación mundial en la gestión de la crisis, que esto parece una pelea de patio de colegio o “el buitre que no corre vuela”, el papel higiénico ha vuelto a los supermercados, los aplausos a los sacrificados profesionales de la sanidad resuenan como plegarias laicas, África, el resto de Asia y Latinoamérica aún no sufren demasiado, y la curva del ánimo y la esperanza de la gente, que estaba empezando a aplanarse, volverá a levantarse como una cometa en verano. De modo que que no decaiga, carajo. Es célebre la metáfora de Walter Benjamin que dice que el capitalismo es como un tren que viaja sin control, acelerando continuamente hasta que termine por estrellarse, y que el socialismo es el freno, un idea que ha tenido tanto éxito que hoy la emplean hasta los propios defensores del neoliberalismo, en la forma del conocido como Aceleracionismo. Pues bien, eso que deseaba Benjamin se acaba de producir, el freno ya es un hecho, y no lo ha generado la voluntad racional del hombre, sino un accidente indirecto seguramente ocasionado por la lógica del beneficio y la acumulación. Muchos se llevan las manos a la cabeza, hoy, y dicen que se trata de la “venganza de la naturaleza”, lo cual es una afirmación como de hechicero de la tribu y que no se corresponde a realidad alguna. En el Antropoceno que habitamos, nada es ya natural, o lo es todo, como se prefiera. Al igual que la actividad de la especie humana extinguió miles de especies de fauna y flora de Australia ya en la prehistoria, cuando éramos tontos de remate, cuál no será hoy nuestra capacidad para desencadenar virus de forma involuntaria ahora que nos creemos que lo podemos todo, pero el futuro se presenta más enigmático que nunca…
No obstante, sí que hay una idea curiosa, proveniente de modo borroso de la antigüedad y el periodo bajomedieval, que parece realizarse extrañamente como si fuera la única y absurda profecía que sí se va cumpliendo a lo largo de los siglos. Se trata de lo que se conoce -yo lo leí en unas conferencias transcritas sobre historiología de Ortega y Gasset- como Translatio imperii, en latín. Muchos ya sabréis lo que es, pero lo cuento someramente por si acaso. El traslado, o la traslación, del “imperio” significa la intuición, o la superchería, de que la hegemonía del mundo siempre la posee una sola nación y que este, el poder, gira con el paso del tiempo de Este a Oeste. Y la cosa tiene enjundia, porque, fijaos, cuando la idea fue formulada (esos tiempos en los que el futuro se sentía como una repetición perpetua del presente, con el añadido de la nostalgia de la Edad de Oro, entre los grecorromanos, o de la espera angustiosa del Juicio Final, entre los cristianos, que es la ficción bajo la que penamos estos días…), únicamente se conocía una primera parte descabezada de la serie, a saber: en efecto, la égida planetaria, el trono del mundo conocido, habría pasado de Egipto a Grecia, de Grecia a Roma y de Roma a la Francia carloringia. No sabían que la cadena hacia al Oeste empezaba antes, es decir, que antes de Egipto estuvo Mesopotamia, antes Persia y antes, y sin ir más atrás en el tiempo, China. Como se ve, Translatio imperii pura y dura, con nuestros actuales datos arqueológicos e históricos. Pero es que Hegel, en los inicios del s. XIX, aceptó el reto y continuó enumerando: después del Reino de los Francos, el Sacro Imperio Romano Germánico, que está un poco más al Este pero que no incumple la regla porque, según Hegel, es la fuente del espíritu cristiano, y lo vuelve a ser con la Reforma Protestante. ¿Qué viene después, de nuevo viajando, como esos mapas de las películas de aventuras que se homenajean en En busca del Arca Perdida, hacia el Oeste? Las Islas Británicas, por supuesto, que fueron globales pero yacen hoy postradas en manos de necios… Hegel, pues, lo tiene claro: el futuro para él pertenecía, ya que el Atlántico sólo tiene ejércitos de peces y legislación de grandes olas, a los jóvenes Estados Unidos de América. Voilà…
Estamos, estos días, como estaría un turista que mirase con vértigo hacia el fondo de las cataratas de Iguazú, en el freno que indicaba Benjamin. No hay nadie sobre la faz de la tierra con las facultades adivinatorias suficientes para hacer un pronóstico solvente de lo que viene después, excepto aquel que pudiera adivinarlo porque tuviera el poder para definirlo, como si a mí me diera por adivinar en los posos del café de esta mañana que mi alumno más odiado va a sacar un cero en el próximo examen –en la vida he hecho nada semejante, que conste. A Benjamin le hubiera gustado que ese freno hubiera sido una acción ética nuestra, querida por mor de la Emancipación de la Humanidad, y sin embargo lo ha logrado un estúpido factor biológico de esos que creíamos superados, “construidos”. El socialismo es una alternativa más a lo que venga tras el freno, pero lo que parece evidente es que no será un comunismo a la manera del s. XX, sino esas vagas propuestas de Ecofeminismo, Pluriversismo (colgaban su manifiesto hace unos días en el diario Público), El buen vivir , Neorruralismo, Anarcoprimitivismo, Decrecimiento, etc., o sea, formas más descafeinadas, pero por lo mismo menos peligrosas -o eso espero-, del sueño cooperativista. Pero parece poco probable, al menos a corto plazo. Se hablará de una “refundación del capitalismo”, como llegó a decir Sarkozy en 2008, o de un “capitalismo con rostro humano” (parafraseo la expresión de la revolución húngara de 1956, que en capitalista tiene idénticas posibilidades de triunfar, aunque, ya digo, nunca se sabe…), o del fin de Europa y el definitivo ascenso de China, dependiendo de si hay o no resistencia numantina del cafre de Trump pese a sus bajas -Chomsky, por cierto, se ha dejado barba de Jeremías también-, o si tiene lugar un Plan Marshall global de la sedicente República Popular…
Sólo quien tuviera un as en la manga podría saberlo, y a ese habría que encarcelarlo por jugar con ventaja y jugar con las vidas de medio mundo. Pero la posibilidad de la entronización planetaria de China sin duda es la más divertida, aunque produzca escalofríos al liberalismo occidental, porque casi clavaría la predicción mágica, completamente irracional, de la Translatio imperii. En realidad, debería tocar el turno de Japón, o de Rusia, pero las cabriolas mágicas no pueden ser exactas. O sí, y de repente uno de esos dos países acelera con o sin aceleracionismo y se pone en la Pole Position. Yo, que me imaginaba el futuro como una Comarca de los Hobbits regida por la división de poderes, una democracia directa, una gran longevidad, tabaco que no matase y bellos y amplios prados, voy a echar mucho de menos las conquistas jurídicas y culturales del pequeño subcontinente europeo. Aunque el freno de Benjamin sea desatascado en los próximos días, ya nada volverá a ser igual, no tanto por la pandemia, sino por lo que la pandemia haya podido sacar en nosotros de verdadera seriedad ante el colapso climático, el apocalipsis nuclear, los soberanismos autistas o la ingeniería genética. Si ni los sustos funcionan, no sé qué coños podría funcionar ya para que la humanidad no se suicide. Parece que la pandemia va a acabar con parte del problema del invierno demográfico, desgraciadamente. Estamos muy lejos de un estado mundial, en el que ni Hegel creía. Y bien puede ocurrir que en un mes salgamos del confinamiento aliviados y todo nos vuelva a importar un pito, mientras quizá se desangre África, el continente anémico. Esa sería una forma de girar 360 grados completos; la otra, la de la Translatio imperii: de nuevo el cetro para la antigua y venerable China pero con métodos de confucianismo de masas. El mundo temblaría, pero yo qué sé…
Autor: Óscar Sánchez Vadillo
Leer más en: https://hyperbole.es/2020/04/360-grados/