Integrante de la generación de los 50 y militante de izquierdas, en su novela ‘La piqueta’ retrató la miseria de las condiciones de vida en el extrarradio de Madrid durante el franquismo.
Cuenta el escritor y editor Pepe Esteban en sus memorias, Ahora que recuerdo (Reino de Cordelia), que conoció a Antonio Ferres en la tertulia del madrileño café Pelayo. Entrada por la calle Alcalá. Barra inmensa y pocas mesas donde sentarse. El Pelayo, sin tradición histórica ni literaria, era una Cde las típicas cafeterías que tanto proliferaron en el Madrid franquista de los 60 y 70. Allí se reunían Gabriel Celaya, Ángel González, Juan García Hortelano, Amparo Gastón y Armando López Salinas. Esteban recuerda a Ferres como «un hombre ocurrente, de palabra fácil y a veces arrolladora, torrencial, como agua que se despeña, y hablaba a una velocidad vertiginosa, que hacía difícil poder seguirle».
Este carácter infatigable en la conversación, fruto de su voluntad creadora, fue una de las constantes intelectuales del escritor Antonio Ferres, fallecido ayer sábado a los 96 años de edad. Militante de izquierdas, se erigió en una de las figuras más destacadas -y también más olvidadas- de la generación de los 50. Su nombre quedará vinculado a la novela La piqueta, un clásico del siglo XX sobre la persecución a los débiles; y a una corriente de náufragos de las letras españolas, como Alfonso Grosso, Jesús López Pacheco, Juan Eduardo Zúñiga y los mencionados García Hortelano y López Salinas, entre otros.
En La piqueta, publicada en 1959 y reeditada por Gadir en 2009, sorteó la censura para retratar la emigración interior y el chabolismo en el Madrid de la época, desde el retrato de un barrio, el de Orcasitas, a cuya memoria quedará siempre ligado. Precursor del realismo social, su ansiedad por contar las cosas que estaban pasando le llevó a cuajar un tipo de literatura de denuncia. Desde el compromiso ético y social. También desde la urgencia política de denunciar las miserias de la dictadura. El periodista Fernando Palmero, en una entrevista con el autor a raíz de la publicación de su poemario El libro de los cambios y las hojas (Gadir), recordó en la revista Leer (invierno de 2014) que este grupo encontró el sustento teórico en los ensayos de José María Castellet y de Juan Goytisolo, y el apoyo político del Partido, es decir, del PCE.
El tiempo a destiempo
Nacido en Madrid en 1924, tres décadas después emigró a Francia. Posteriormente, se trasladó a México, Estados Unidos y Senegal. Era ingeniero técnico de formación, pero abandonó su oficio para consagrarse a las letras. Volvió a su ciudad en 1976. «Me marché de España a destiempo y volví a destiempo», explicó en una entrevista publicada en EL MUNDO el 6 de mayo de 2009. «Me fui por miedo, ya no podía dormir por las noches -las historias de la cárcel, de los fusilamientos me pesaban mucho- y eso marcó mi desaparición como escritor; volví en cuanto murió Franco, cuando contaba con una cátedra universitaria en Estados Unidos, porque no sentía que aquel fuese mi lugar, porque echaba de menos España».
«Madrileño, chico de barrio, tenía entonces toda la gracia del hablar madrileño», evoca Pepe Esteban. Uno de sus primeros cuentos, Cine de barrio, recibió el Premio Sésamo en 1956. Ahí arrancó una trayectoria en la que acreditó su maestría en géneros como la novela, la poesía y el relato. Colaboró con revistas españolas, americanas y europeas. Su novela Al regreso del Boiras (1961) fue prohibida y no apareció hasta tres lustros después en Venezuela. Tampoco pudo publicar en España Los vencidos (1962) -apareció en Italia bajo el sello de Feltrinelli-, novela que en nuestro país no fue reeditada hasta 2005. Entre su obra poética sobresale La inmensa llanura, La inmensa llanura no creada y La desolada llanura. Sus relatos están reunidos en El caballo y el hombre y otros relatos (Gadir).
La piqueta, que fue finalista del Premio Nadal, se centra en los emigrantes del sur de España que levantaban en Orcasitas, al margen de la ley, unas chabolas sobre las que pendía la amenaza permanente de derribo. La descripción que trazó de la atmósfera de este hecho resulta brillante. Jugó con maestría con los tiempos y con un ritmo narrativo que le permitió construir una desgarradora denuncia del derrumbamiento de una época, de un modo de vida, de unas esperanzas de progreso y de futuro. Hay ecos barojianos y de Ignacio Aldecoa. Su escritura era eficaz y convincente. Sin artificios. Sin estridencias.
«Lo más curioso es que se publicó sin ningún tipo de cortes. Hace poco me hice con el documento en el que los lectores que tenían que facilitar el informe pertinente a los censores firmaban no haber encontrado ningún elemento antifranquista», reveló a este periódico coincidiendo con el 50 aniversario de la publicación de La piqueta.
La historia que narra en este libro le llevó a tejer un vínculo perenne con Orcasitas. En 2016, con motivo del Día del Libro, recibió un homenaje de la asociación de vecinos de este barrio y del resto de entidades sociales del distrito madrileño de Usera. La junta municipal de este distrito decidió entonces que llevara el nombre de Ferres una calle en el parque de Pradolongo, que en los años 50 llegó a acoger 700 chabolas, escenario central de La piqueta. El Ayuntamiento de Madrid declinó materializar esta decisión alegando que el escritor aún estaba vivo. Ahora, tras el fallecimiento de éste, fuentes del grupo municipal Más Madrid señalan a este periódico que tienen intención de elevar al Pleno la petición para que se haga efectivo este homenaje y Ferres pase a tener por fin una calle en un barrio icónico de su literatura.
Homero de Orcasitas
Sufrió la persecución durante el franquismo y después fue postergado por la crítica. En Memorias de un hombre perdido (2002) dejó constancia de sus recuerdos, aunque su trayectoria ha sido recuperada con profusión gracias a Javier Santillán, al mando de la editorial Gadir. Además de reeditar buena parte de su prosa y poesía, también publicó Buscando a Antonio Ferres, del escritor Francisco García Olmedo, catedrático de la Politécnica de Madrid y sobrino de García Lorca. Éste bautizó a Ferres como el Homero de Orcasitas: «Un ciudadano de todas partes y de ninguna, que siempre ha perseguido la libertad y la supervivencia».
La afinidad en sus trayectorias vitales y en sus ideas políticas -siempre dentro del PCE- hizo que el autor trazara una fecunda amistad con Armando López Salinas, otro de los iniciadores de la tertulia del Pelayo. «Eran personas generosas, amables y abiertas», rememora Esteban. Ambos firmaron Caminando por las Hurdes (Seix Barral, 1960). Fue un reportaje literario resultado de un viaje a pie a esta comarca extremeña desde la raya de Salamanca. La edición iba acompañada de fotos de Buñuel procedentes de su documental Tierra sin pan, rodado en 1933 a partir de un ensayo antropológico de Mauricio Legendre. Los dos autores madrileños retrataron, con aguda precisión periodística, una infrarregión. Pueblos sin luz eléctrica, lugareños analfabetos y sencillas casas de pizarra, quintaesencia estereotipada del secular retraso de España hasta la transformación económica posterior a la Transición.
El crítico literario Santos Sanz Villanueva definió a Ferres como un «tipo magnífico, divertido, sin solemnidad, llano y listo». Integró la «generación de la berza», que es como despectivamente se conocía a su quinta. No se entiende su bibliografía, como de la de sus coetáneos, sin explorar las huellas de la Guerra Civil y en la posguerra. «Aquello hace que toda mi generación sea el producto de un gran naufragio», sostuvo en más de una ocasión.
Su editor, Javier Santillán, explica que durante sus últimos años de vida, y hasta que el confinamiento cerró los bares, el novelista madrileño mantuvo una tertulia en Santa Engracia, en el barrio de Cuatro Caminos. No recibió el Cervantes, aunque lo merecía, y se mostró ajeno a los oropeles del festín cultural. «Si no se siente el extrañamiento ante la vida, no se es escritor ni persona», confesó a Ángel Viñas. Sufrió el exilio interior y el desarraigo. Encontró la soledad, pero también la independencia y la libertad.
Autor: Raúl Conde
Leer más en: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2020/04/12/5e92fc3bfdddff1b398b45ef.html