La crisis del libro frente al Covid-19

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Un cielo oscuro cubre a la industria editorial mexicana: la caída constante en las ventas y en el número de lectores, la predominancia del Estado en la producción y las profundas transformaciones tecnológicas del oficio de editor muestran que el sector entra en este ciclo económico en un estado de crisis.

La crisis de Covid-19 en México tendrá un impacto incalculable en todos los sectores productivos. La venta del libro será una de las actividades más afectadas, si no se plantean medidas de rescate serias como las de otros países. A la larga lista de problemas que han agobiado a la industria editorial desde hace décadas, ahora se suma la incertidumbre generalizada. El proceso de difusión de las letras debería ser, sin embargo, un tema de interés público.

Números negros

De acuerdo con cifras de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem)— organismo profesional de editores fundado en 1964—1 en 2018 el 40 % de los libros vendidos por el sector editorial privado fueron destinados a los programas de Libro de Texto Gratuito.2 La venta total de la industria cayó en 3 millones de ejemplares, lo que representa la tercera reducción consecutiva en los últimos años. En comparación con 2014, la industria editorial dejó de vender más de 10 millones de libros al año. Literatura y ficción no alcanzan en conjunto el 8 % de las ventas registradas. Desde 2014, se ha reducido sustancialmente el número de personas que lee por lo menos un libro al año, y apenas el 17 % de estos lectores adquirió un libro en librerías. Además, la piratería acapara el 10 % del mercado anual, a pesar de los esfuerzos del Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor (Cempro) para impedir la distribución de materiales que violan las leyes de propiedad intelectual.

“La industria editorial debe preocuparse por su rentabilidad, pues genera miles de empleos cada año”, observa Juan Arzoz, actual presidente de la Caniem. “El negocio, a final de cuentas, es vender libros”. Pero, ¿cómo aumentar esa rentabilidad necesaria? Para Arzoz, la reducción en los precios de comercialización del libro o su distribución gratuita no son políticas útiles para fomentar la lectura ni para aumentar las ventas, como lo ha estado haciendo la nueva administración del Fondo de Cultura Económica (FCE). El presidente de la Caniem defiende el nivel de precios en librerías, que es mucho menor en relación con otros países como España. “Es necesario más bien trabajar de la mano de la SEP y de la Secretaría de Cultura para generar una estrategia coordinada e incluyente”, apunta. Como parte de esta estrategia, la Cámara ha decidido concentrar sus esfuerzos en la creación de un sistema de metadatos compartidos que permita la creación de un catálogo nacional de libros publicados: el Directorio de Libros Disponibles. Por medio de este sistema llamado Metabooks, los editores y libreros podrán administrar con mayor agilidad y eficacia sus inventarios, disponibles públicamente para los distribuidores.

En el contexto de la pandemia, la Caniem hace un llamado a las autoridades para proteger el empleo y garantizar la subsistencia de la cadena productiva del libro. Entre otras cosas, propone diferir el cobro del ISR, acelerar la devolución del IVA a las empresas que tienen saldos a favor y la eliminación temporal del impuesto sobre la nómina. Pide también al sector bancario que se ofrezcan créditos a largo plazo con tasas reducidas. Con la pandemia, Arzoz ve también una oportunidad para el mercado del libro, en especial del electrónico, una herramienta esencial para fomentar la creatividad y servir como fuente educativa básica durante la cuarentena.

La crisis desde el Fondo de Cultura Económica

Paco Ignacio Taibo II, al frente del FCE, percibe esta oportunidad con optimismo similar: “sin duda, el Fondo de Cultura Económica se enfrenta a un panorama económico adverso. Pero no debemos ignorar el hecho de que una cuarentena generalizada puede ser el impulso que la industria editorial necesita para llegar a más lectores”. El escritor subraya que, aún en la coyuntura actual, los salarios del personal editorial —como correctores de estilo o lectores de pruebas— se mantendrán intactos, respetando sus condiciones laborales.

Taibo II lamenta, sin embargo, que la crisis del coronavirus haya aparecido justo cuando sus números comenzaban a hablar por sí mismos: “Las colecciones Popular y Vientos del Pueblo alcanzaban un nivel de ventas formidable y se había logrado reducir el número de libros en almacen en 2 millones de títulos”.3 Según sus datos, la estrategia de reducción de precios estaba funcionando: “Para ofrecer títulos más accesibles se han recortado gastos innecesarios, se ha disminuido el margen de ganancia para la empresa y se ha jugado con la magnitud de los tirajes”. No obstante, en medio de una crisis económica severa, será cada vez más difícil guiar la estrategia comercial del FCE a partir de estas medidas. ¿Cuánto tiempo podrá la paraestatal operar en un contexto semejante?

El funcionario acusa el error de las administraciones pasadas de situar al libro en la escala de los productos mercantiles: “El libro no puede concebirse fuera de su papel de transmisor de ideas, ideologías, ánimos, gustos; fuera de su existencia como ser cultural. La labor del editor, a la vez, es poner los mejores libros al alcance de los lectores, a los precios más accesibles. En un universo de lectores tan variado y complejo como el nuestro, por supuesto, esta propuesta es difícil, si no prácticamente imposible”. De modo que, según su director, el FCE es, más que nunca, sensible a las necesidades que vienen desde abajo. Ocupan un lugar importante las transmisiones en streaming y las redes sociales, desde donde reciben continuamente mensajes pidiendo que se reimpriman tirajes agotados, o que se publiquen nuevos materiales. Esta información que fluye desde el mundo de los lectores es una de las presuntas fuentes principales para la toma de decisiones.

Además, la mayor editorial pública de América Latina debe cubrir ciertas necesidades que no cubren las editoriales privadas. En esta lógica, la labor del FCE, naturalmente, no responde a criterios de maximización de ganancias y de retornos a la inversión. Aun cuando reconoce que la solvencia de la editorial es indispensable, eso no justifica para Taibo II sacrificar o poner en segundo plano las actividades de divulgación, fomento a la lectura y publicación de libros dirigidos a formar una nueva generación de jóvenes lectores.

El problema del Estado editor

Al preguntarle por la conocida predominancia del Estado en el sector, Paco Ignacio Taibo II niega que las editoriales públicas acaparen el mercado. En cuanto a volúmenes y coediciones académicas, asegura que el Fondo publica una ínfima parte. Eso sí, su papel como distribuidor de la producción universitaria, a través de su red de librerías, es indispensable. No vacila al decir que “la preocupación obsesiva por el Estado editor es una preocupación de neoliberales trasnochados; una obsesión decimonónica”. Gonzalo Ang Collán, exdirector de Reader’s Digest para todos los territorios de habla hispana y antiguo viceprecidente de publicaciones periódicas de la Caniem, tiene una idea opuesta: “Nuestro país sí se ha caracterizado a lo largo del siglo XX por la presencia de un Estado editor: la mayoría de la producción bibliográfica proviene del sector público o se destina a su consumo. Si analizamos la presencia de innumerables dependencias gubernamentales —la Secretaría del Trabajo o la Secretaría de Salud—, así como universidades y entidades paraestatales, resulta que alrededor de 7 de cada 10 libros publicados en México son editados con recursos públicos; sean federales, estatales o municipales”.

Este predominio histórico del Estado ha impedido sistemáticamente el desarrollo de un sector editorial nacional sólido, capaz de responder a nuestras necesidades culturales. La consecuencia de ello es que las empresas extranjeras dominan hoy el mercado editorial privado. Cinco grandes editoriales controlan el 70 % del mercado editorial a nivel global.4 A su vez, estas empresas pertenecen a grandes conglomerados corporativos. Penguin Random House, parte del grupo Bertelsmann, por ejemplo, posee más de 250 sellos y marcas editoriales; entre ellas, Alfaguara. La estructura oligopólica del mercado editorial internacional tiene implicaciones serias en la variedad y la calidad del libro. La política de precios para los libros electrónicos vuelve a los best-sellers el único producto económicamente viable y deja de lado a las ediciones más “riesgosas” y a las pequeñas editoriales independientes. Esto genera una evidente concentración de los títulos que, además, no corresponde a los intereses locales de los lectores.

“Al importar los éxitos de otros países, condicionados por la disponibilidad de sus derechos para publicación, se lanzan grandes tirajes al público sin estudiarse sus necesidades bibliográficas ni prestar atención a los nuevos escritores”, afirma Collán. Por su parte, Taibo II niega que esto sea un problema y responde: “¿Las necesidades bibliográficas del país? Ve tú a saber lo que es eso”.

En esta búsqueda por recortar los costos de producción y aumentar la rentabilidad general de la industria, los administradores de los grandes grupos editoriales no llegan a vincularse con el librero y emplean un método que Ang Collán explica con detalle: antes se tomaba en cuenta el costo externo para determinar el precio de un libro; es decir: el costo del papel, la impresión, la corrección, la traducción, las regalías al autor, etc. Luego se multiplicaba ese costo por un factor de ganancia. Por ejemplo, si producir una copia de la Ilíada, en la versión de Alfonso Reyes, costaba 85 pesos, y el FCE usaba un factor multiplicador de 4 (que era lo usual), el precio acababa siendo de 340 pesos. Hoy se integran a la fórmula cálculos de posibles pérdidas —si el libro no se vende, si los volúmenes son robados en librerías o distribuidos de forma ilegal, de modo que “ahora las firmas editoriales definen un precio nueve o diez veces mayor al costo de producción. Todo se ha vuelto muy científico, pero lo único cierto es que los libros se han vuelto muy caros”.

La súbita transformación de un oficio

Collán denuncia que una de las consecuencias principales de estos cambios en el modelo editorial contemporáneo ha sido la desaparición del trabajo casi artesanal del editor, reemplazado por la eficiencia de lo digital: “Mientras que editar Ulises en castellano podía tomar más de dos años, ahora no hace falta más que unas semanas de revisión digital. Esto pareciera suficiente para bajar el precio a los libros”, observa.

Si la aparición de las herramientas digitales y los cambios que implica facilitan la difusión del conocimiento, la pérdida del valor artesanal del libro es innegable. No hace falta más que ver la importancia que ha adquirido el formato EPUB, que carece de forma y cambia su apariencia según el dispositivo de lectura. Como diría José Emilio Pacheco: “Muerto el trabajo artesanal, la misión del arte en la industria es crear artificios”.5 La aspiración a la duración y la búsqueda de una forma perfecta desaparece frente a lo fugaz.

Aunque parezca reiterativo es necesario volver al debate sobre el valor del libro como objeto, y hasta qué grado se pueden justificar políticas editoriales basadas en la rentabilidad y en las grandes modas literarias. Por otro lado, políticas de reducción de precios y/o distribución masiva y gratuita como la colección Vientos del pueblo sin duda arrasan por completo con el imaginario del libro como objeto de belleza, digno de ser atesorado.

Frente a la coyuntura actual, Collán advierte que la caída del peso mexicano tendrá implicaciones severas, pues tanto el papel como las máquinas rotativas —insumos necesarios para la impresión— fijan su precio internacional en dólares. Incluso, recuerda, buena parte de los contratos con escritores se firman en moneda extranjera. Por otro lado, si el desempleo aumenta, habrá menos lectores. Habrá que racionar el ingreso y priorizar los bienes básicos. El único aspecto positivo, agrega, es que la crisis nos sirva como oportunidad para hacer un diagnóstico del mercado del libro.

Un momento crítico

Es urgente propiciar el debate público en torno a la crisis la industria editorial. Por un lado, la cuarentena puede fortalecer la presencia del libro digital y llegar a más lectores. Con ese propósito, el FCE o El Colegio Nacional, como muchas otras editoriales, han decidido liberar títulos en descarga gratuita.

Sin embargo, los efectos de la crisis económica que se avecina, sumados al bajo crecimiento del sector durante las últimas décadas, podrían tener consecuencias gravísimas a largo y mediano plazo. Algunas se empezarán a observar en breve con el cierre de varias editoriales y proyectos independientes. Hace falta convocar un panel de expertos y generar propuestas para encontrar una respuesta adecuada que permita minimizar los daños. La Caniem ya ha dado un primer paso al respecto, pero es importante establecer un diálogo más amplio y, sobre todo, poner en el centro de las preocupaciones a los lectores.

Autor: Rodrigo Salas Uribe

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