En “La soledad del lector”, el estadounidense David Markson presenta una secuencia de curiosidades y datos reunidos a lo largo de su vida. Así, interpela al lector sobre el sentido de la existencia.
Por qué lo recomendamos: La soledad del lector , de David Markson (1927-2010), es un libro definitivamente extraño: a primera vista, parece ser una sucesión de fragmentos inconexos, exclusivamente asociados a las formas en la que murieron -y vivieron- pensadores, escritores, artistas. Aunque en realidad, advierte el lector, están sostenidos por una trama oculta, que reluce bajo las napas y nos interpela sobre el sentido de la existencia.
Incomprendido por sus contemporáneos, el escritor estadounidense David Markson debutó en la década del sesenta como uno de los más avezados narradores de género —policial, western—, y encontró en los últimos años de su vida la clave única de un proyecto narrativo sorprendente por la sencillez de sus recursos y el efecto hipnótico que provoca: La soledad del lector (La Bestia Equilátera) reúne cientos de anécdotas -curiosas, insospechadas-, sobre las causas de las muertes de artistas, escritores y filósofos. Aunque por debajo de esa superficie, advierte el lector, emerge un relato subrepticio, que convierte esa enumeración caótica en una novela.
En este libro hay solo dos personajes, ese Lector y el Protagonista, que va tejiendo una suerte de monólogo interior a partir de esa enumeración de datos, en muchos casos impactantes o espantosos, y nos interpela sobre el sentido de la existencia.
Nacido en Nueva York, Markson se ganó la vida, primero, como periodista y corrector de una editorial, y después como autor de policiales por encargo, inspirado por Raymond Chandler, a quien editó cuando trabajaba para Dell Books, en los años 50. Epitafio a un vagabundo (1959), Epitafio para un Dead Beat (1961) y Miss Doll, Go Home (1965), son títulos de aquellos años. Después, adaptó al cine algunos guiones –entre ellos el de la película Duelo de pillos, con Frank Sinatra-. La tarea lo frustró al punto de devolverlo sin culpa al ostracismo.
Conoció, además, y en carne propia la falta de reconocimiento -su novela La amante de Wittgenstein (1989), fue rechazada por 54 editores antes de ser publicada-, pero él insistió en lo suyo. Y no le fue mal: finalmente, consiguió ganarse el respeto que durante décadas le había sido esquivo: “Es el punto más alto que podamos encontrar en la ficción experimental de los Estados Unidos”, diría de esa obra, décadas más tarde, el escritor David Forster Wallace.
Pero tras su muerte, su biblioteca fue objeto de una de las anécdotas que bien podrían haberlo convocado: una suerte de exhumación poética. Fue así: una lectora anónima, descubrió, por casualidad, que los libros que poseía Markson en su casa –en total, unos dos mil quinientos volúmenes que llevaban su firma manuscrita en la primera página- habían sido rematados por un dólar cada uno, y se encontraban disponibles en The Strand, la inmensa librería del centro de Nueva York. La lectora publicó su hallazgo en Internet, y el alcance de Facebook y Twitter hizo el resto:los anónimos y dispersos lectores del autor se propusieron recuperar esos miles de volúmenes y coordinaron compras masivas de sus libros, incluso de los que ya habían sido vendidos.
Décadas más tarde, sus novelas son consideradas obras posmodernas y provocativas, que rechazan la línea argumental clásica. Un autor poco convencional, personalísimo y arriesgado que vale la pena conocer.
Autor: Verónica Abdala
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