Pierre Gonnord es un artista francés nacido en Cholet (Francia) en 1963 que vive en España desde el año 1988, es un artista que se busca y se entrega en el otro con una implicación humana, es capaz de viajar para ello y dedicar tiempo, para que haya verdad, pero considera que el retrato no es un reflejo del alma sino de la suma de tres intimidades: La de la modelo, la del autor y la del espectador, un espejo en que cada uno encuentra cosas diferentes ante el mismo retrato, porque la fotografía tiene el poder de transportarnos a otra realidad.
“La cámara fue para mí como un chaleco salvavidas, una oportunidad de ir hacia los demás, de acercarme al otro, de superar los límites de mi timidez, de mi soledad, de mi condición y también de mis tabúes”.
Claroscuro barroco con un fondo neutro negro del que resalta el blanco de su pelo, brilla su piel dejando una mirada que estando presente no mira, transmite asombro e incertidumbre. La boca se oculta tras las barbas. La belleza ha cambiado de cánones: aquí, está hablando de la intimidad y el encadenamiento al tiempo; en ese mostrar el rostro con conocimiento, Gonnord mira al otro como otro yo, lo comprende y lo acepta.
Entre el clasicismo y la modernidad
Tratamiento del retrato clásico haciendo referencias al retrato de Van Eyck, dejando claro que el tratamiento es dejar nítida la piel de la modelo pero aludiendo a elementos simbólicos: en este caso, la bolsa en la cabeza parodiando los tocados que recuerdan a los de la época flamenca pero con una crítica de la contaminación mediambiental. El atrezzo es algo que se debería eliminar del planeta -nos inunda hasta la cabeza.
Rigor, pura esencialidad y retrato escultórico que me hace recordar a Mapplethorpe con sus perfiles puros, donde resalta la sensualidad de los labios y las líneas puristas y sobrias. Sobresale lo racial y la belleza de las formas frente a la impostura. Su retrato es un retrato natural, sin adornos, que resalta lo esencial.
El negro es un color peculiar y característico de sus fotografías: negro piel, negro fondo, negro tenebrista del siglo de oro español, negro de la piel del retratado.
Sus sesiones son un ritual amoroso amistoso: abre las puertas a su intimidad invitando a la gente a que con sinceridad les cuente lo que sienten, apoyándose en la actitud de ponerse en la piel del otro, compartiendo los frutos del paso del tiempo y brindando la hospitalidad de quien confió en ti. Por eso cada foto es un fragmento de eternidad, de diálogo, de tiempo vivido con la persona que retrata.
Raza y patriarcado
Gonnord se entregó a su viaje por el Alentejo Portugués, por caminos nómadas, libres y escondidos de ese territorio. Disfruta de la supervivencia de la gente, de la transmisión de la cultura, le admiran los comportamientos éticos de los valores de la raza gitana: su vida, matrimonio y muerte hasta el luto, el respeto primordial a la familia, el prioritario cuidado de niños y ancianos. El honor, que significa el cumplimiento de la palabra dada, el sentido de la libertad como condición natural de las personas.
La mujer, en una sociedad patriarcal, es sobre todo madre y proveedora de una educación, higiene, cariño y nutrición de su familia, luchan por el bienestar de sus hijas y tienen una respetabilidad dentro del clan. La viudedad les da un estatuto aparte, pero no pueden jamás volver a contraer matrimonio.
Otro de los temas a los que recurre es al siglo de Oro; como en aquella época, intenta retratar a los contemporáneos bufones de Velázquez para mostrar lo oculto, aquello que no se quiere ver, lo que es molesto y no muestra el planeta urbano globalizado; son rastros de una realidad rural donde, en vez de contemplar la belleza, ve la condición humana de los menos favorecidos. Quizás comprende que quienes no tienen nada más que su libertad son los guardianes de nuestro fuego primitivo, personas de gran fuerza vital.
Gonnord entregado en cuerpo y alma, camina hacia lugares desconocidos, encuentra comunidades gitanas sacudidas por el problema de intentar suavizar sus tradiciones y parecerse a la nuestra, con mayor libertad de la mujer, libertad sexual, alfabetización; para entenderlas hay que convivir en esas sociedades y sentirse dentro de ellas.
“Pierre Gonnord”: el retrato de la intimidad del ser.
Según expresa el mismo Gonnord en su artículo: “Me interesan tipos muy especiales. Es un conjunto de cosas que no puedo describir. Están al otro lado del mundo del éxito y del bienestar, pero muchos de ellos han tenido antes una vida convencional. Esa vida se ha roto en un momento determinado por causas no demasiado contundentes. El paro, un divorcio, la muerte de un ser querido… Hay muchas causas por las que te puedes quedar fuera. Son tipos especiales.”
Sus retratados son vagabundos, marginados, supervivientes. «Yo mismo me siento un desplazado y, como tal, me acerco a la gente.» ¿Cómo consigue que se pongan delante de su cámara? «Con mucho respeto. Yo se lo planteo. No impongo nada. Prefiero que el estudio sea el lugar en el que ellos viven. Sea el que sea. Cuando empecé invitaba a la gente a venir a mi estudio [en pleno centro de Madrid, tres plantas por encima de su galerista, Juana de Aizpuru]. A cambio de un café o de un té. Mi casa estaba siempre abierta y, sorprendentemente, acababan viniendo.»
Su Esencia
Lo que mejor defiende este artista es la esencia, a pesar de que no esté de moda.
Por su formación y su profesionalidad sabe que las nuevas tecnologías son solo la punta del iceberg de la evolución fotográfica y no emplea estos avances en sus retratos.
En su obra siempre domina la defensa del ser humano, de la persona individual que forma parte de una colectividad. Además, sutilmente, sus rostros hacen referencia a la espiritualidad que hubo en épocas remotas, erosionada en este tiempo de fracasos de crisis existenciales.
Para Pierre Gonnord sólo queda el hombre presente: su historia, sus huellas, su devenir, su eterna búsqueda de la razón de su existencia.
El espejo
El artista ha logrado crear una mirada hacia el otro lado del espejo.
Al igual que el libro de Alicia a través del espejo (Carrol, pág. 56) creada por Lewis Carroll (1832-1898) en su «Viaje a través del espejo» (1871)[1] “es la mirada ante el otro lado y la razón de aquellos en que nos convertimos cuando atravesamos el espejo y pasamos a ese otro mundo”, que en definitiva es el nuestro fabulado.
Fotografiar es reconstruir la imagen perdida. Esta imagen perdida es la imagen que deseamos, la imagen soñada; así es como, fotografiando a través de ese espejo, damos forma a la búsqueda de esos sueños.
Un elemento que representa al retratado es el desdoblamiento de verse en un espejo y la máscara que representa. De este tema escribe Borges y habla de «La máscara y el espejo»
Según Borges, “la máscara en sus sueños funcionaba como una protección a la vez que una tentación. Él notaba la necesidad de descubrir su rostro, pero temía: ¿Y si es el horror lo que la máscara esconde? Mejor contenerse, máxime cuando se está frente a un espejo. Si no estuviera el espejo todo sería mucho más fácil. De hecho el horror propio sólo es visible gracias al espejo, porque el espejo nos devuelve al otro con la convicción de que el otro es uno mismo. Pero hay algo independiente en la imagen especular, algo inanimado, algo fantasmal que aterroriza. Borges no se hubiera asustado de su propio rostro si no lo viera en el espejo, porque el espejo es la más terrible máscara, el más impresionante contacto con lo innominado, con lo intangible, con lo ilusorio.
El espejo nos vincula siempre con un más allá que comienza siendo espacial (un más allá al que no tenemos acceso) y que termina siendo metafísico. Quizás la esencial forma de concreción de lo metafísico sea el espejo. Pero, ¿hay alguna otra forma de desdoblamiento, de terrible ubicuidad? Todo parece indicar que sí, y que esa otra forma es la fotografía.”
Espejo y Máscara
La fotografía funciona también como máscara. Puede denunciar y ocultar, puede nombrar y disfrazar, indicar y confundir, ponernos en contacto con lo inaccesible, con lo muerto o con lo inexistente; puede llevamos también a un más allá que no es simultaneidad de nuestro presente, pero sí de nuestra memoria. Mientras el espejo indica la existencia de un más allá espacial, la fotografía anuncia la existencia de un más allá temporal.
La fotografía es espejo y máscara a la vez. El reflejo -falacia esencial del hecho fotográfico- supone la veracidad de la imagen, determina su valoración ética y cognoscitiva, por lo tanto su funcionalidad propagandística, y la ubica en una posición redundante respecto a la realidad.
Lo que se denomina «realidad», por otra parte, no es más que un fragmento, físicamente enmarcado en los límites de una imagen-tipo, un esquema de representación, repetitivo y simple, que sustituye lo real y lo hace más digerible. Como agudamente ha observado Serge Tisseron, “Mirar sería una forma de tomarse tiempo. Por el contrario fotografiar sería una manera de no ver”.
Hacer una foto es una manera de apropiarse del mundo a través de todos y cada uno de los gestos que forman parte de él.
Conclusión
A modo de conclusión, se describen una serie de ideas:
Por un lado este trabajo indaga en la personalidad de Gonnord al hablar del retrato, de la importancia de “lo humano” y de cómo su visión es más estética y moderna que tecnológica, ya que indaga en los valores psicológicos, en los sentimientos. Su objetivo principal es realzar su mundo psicológico e interior, y en ese camino el hombre acalla, reflexiona, gime, susurra: en definitiva ensalza al individuo.
Todo este trabajo está fundado en los sentimientos, producido por el acto de amor que nos hace plasmar en una foto la dicotomía entre el eros y el tanatos. El retrato de la gente al natural, sin nada postizo, ni en la toma, ni en la postproducción, hace que nos lleve a lo que le obsesiona, esa historia personal, la inteligencia y sobre todo la experiencia de contar otras realidades donde se note ese compromiso con la fotografía que tiene que ver con el silencio interior y su escucha, ese juego que nos lleva al conocimiento con intimidad de cómo somos, con las raíces de lo que tanto le gusta transmitir: La Identidad.
Otro objetivo es que Gonnord se busca en los retratos que hace intentando que esos sean su espejo. Analizamos en ellos su cartografía de valores humanos que describen a la persona que está detrás, un hombre sensible a la zozobra y al cambio, que valora la profundidad psicológica y los valores comprometidos con la tierra y las raíces, un hombre que busca y se busca.
Para concluir, digamos que es la unión de su estilística con la estética del barroco lo que hacen que su trabajo sea novedoso y actual.
Autor: Cristina García Camino
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