De una novela fallida sacó el cineasta una de sus películas más celebradas e inolvidables.
LA PELÍCULA ESTUVO EN CANNES
Doble aniversario, doble ocasión. En la celebración del centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós bien podríamos leer su novela Tristana (1892) y ver la versión cinematográfica de Luis Buñuel, estrenada el 29 de marzo de 1970 y proyectada fuera de concurso en el Festival de Cine de Cannes en el mes de mayo del mismo año, es decir, hace exactamente medio siglo. La novela está disponible en varias editoriales -he leído la edición de bolsillo de Alianza, con muy instructivo y favorable prólogo del experto galdosiano Ricardo Gullón– y la película puede verse en Filmin y comprarse en DVD y Blu Ray. La película y la novela son muy distintas. Digamos, sólo para empezar, que Buñuel y su guionista Julio Alejandro trasladaron la acción desde finales del siglo XIX al período comprendido entre 1929 y 1935 y, lo que es aún más importante, cambiaron el escenario de Madrid -fundamental en la novela- por el Toledo, fundamental en la película y muy querido por el cineasta debido a sus incursiones juveniles en la ciudad. Digamos sin anestesia que Tristana, pese a la comprensión condescendiente de algunos irredentos galdosianos, es una de las novelas más flojas del escritor canario, en modo alguno a la altura de El amigo Manso (1882), Tormento (1884), Fortunata y Jacinta (1887) o Misericordia (1897), por solo citar cuatro grandes obras del genial escritor. En Tristana, segunda de la novelas del llamado «ciclo espiritualista», Galdós cuenta la historia de Don Lope, un viejo, donjuanesco y «liberalote» burgués en declive erótico y económico, y de la joven huérfana de 19 años que toma en su casa bajo su protección, a la que seduce prontamente y convierte en su obligada amante. Don Lope, en un deleznable doble papel como padre y marido, transmite a Tristana algunas de sus ideas liberales, se ve corroído por los celos cuando la chica se hace novia de Horacio, un mediocre pintor que la abandona, y se ve conmovido -y también dueño de la situación- cuando un cáncer de rodilla obliga a la amputación de una pierna de la muchacha. La doble debacle amorosa y de salud de Tristana la acabará llevando a un matrimonio canónico con Don Lope.
UNA NOVELA QUE PROMETÍA
Tristana ya fue acogida con frialdad por la crítica -con la importante excepción de Clarín– en el momento de su publicación. Los historiadores benévolos aducen que los críticos depositaron toda su atención en el casi simultáneo estreno de Realidad, el sonado debut teatral de Galdós. Pero no. Tristana hace aguas. Emilia Pardo Bazán, finalizado lo sustancial de su pasional romance con Galdós, puso a caldo la novela: «Tristana prometía ser otra cosa», escribió. ¿Qué prometía Tristana? En el corazón del folletinesco y melodramático argumento antes resumido, hay una veta esencial malograda en su desarrollo: el deseo y el ideal de Tristana, acorde con las ideas feministas de Pardo Bazán, de ser una mujer independiente, «libre y honrada», capaz no sólo de valerse por sí misma, sino de destacar como intelectual o artista. Esta línea de fuerza no sólo se frustra, sino que Tristana acaba como beata de iglesia, casada y repostera de Don Lope. Y, encima, Galdós se pregunta y se responde en el desenlace: «¿Eran felices uno y otro?…Tal vez».
DESCRIPCIONES Y ZALAMERÍAS
Dejando el contexto de los estudios académicos, donde estos asuntos han sido y son profusamente debatidos -no así el pionero ideal de vida en el campo de Horacio-, podemos decir algo todavía peor: un lector de hoy no comprende bien de dónde le surgen a Tristana sus firmes ideales emancipatorios, contempla con pasmo la inusitada y vertiginosa habilidad con la que la chica se instruye como lectora, pensadora y artista variada y apenas puede soportar la cursilería y las zalamerías -insisto, a ojos actuales- de la larga correspondencia entre la muchacha y su amante pintor, que se ha ido a Villajoyosa. Serán muy de la época -están presentes en las cartas de doña Emilia a don Benito-, pero hoy no aguantan esas golosinas como, sin embargo, aguantan y muy bien las magníficas descripciones de Madrid -el barrio de Chamberí, sobre todo- o las extraordinarias y pormenorizadas indagaciones psicológicas de la novela, particularmente las que conciernen a Don Lope.
LA PIERNA, LA PIERNA
Don Lope y la pierna. Buñuel dijo en una histórica entrevista -léase el libro Buñuel por Buñuel (Plot)- que Tristana era «una de las peores novelas de Galdós» y dejó escrito en Mi último suspiro (sus memorias) que él se sentía atraído por el personaje de Don Lope. Por supuesto. Se sentía atraído por la peripecia de un viejo seductor con una muchacha, por el penoso asedio erótico de un galán añejo hacia una joven que se le resiste. Siempre con Fernando Rey -¿a modo de alter ego?-, es la historia de Don Jaime y su sobrina novicia que Buñuel ya había contado en Viridiana (1961) y la que contaría siete años después, con el añoso Mathieu y la bailarina Conchita, en Ese oscuro objeto del deseo. Ésa es la cosa: el oscuro objeto del deseo. Y, fetichista de la pierna y del pie femeninos -como demostró sobradamente con Jeanne Moreau en Diario de una camarera (1963)-, a Buñuel lo que le interesó fue la pierna de Tristana: la pierna de la que se quita las medias para yacer con Don Lope (no lo vemos), la pierna enferma, la pierna amputada (que tampoco vemos cuando Tristana toca el piano de pedales), la pierna ortopédica (que Tristana deja sobre la cama), la pierna que le falta a Tristana cuando hace su desnudo frontal ante el sordomudo Saturno, desnudo de Catherine Deneuve que el director no nos deja ver porque la censura no lo habría permitido y porque, con total seguridad, el cineasta prefiere que los espectadores lo imaginemos, con muñón y todo, a nuestro aire. Buñuel, pues, cambió el lugar de la acción, cambió la época, apenas conservó los personajes principales -sí la criada Saturna y el amante pintor-, aumentó la relevancia de otros -el mencionado Saturno, hijo de la criada, tan salido-, dejó fuera multitud de episodios y apenas empleó los diálogos de la novela. También cambió, y muy relevantemente, el final, convirtiéndolo (no lo detallo, por si acaso) en una tajante venganza de Tristana hacia Don Lope. A lo suyo, con una puesta en escena en apariencia funcional y de línea clara, se centró en la oscuridad del deseo, en la mórbida relación entre Don Lope y Tristana (y su pierna), en sus queridos apuntes anticlericales (los curas) y sociopolíticos anarquistas (los guardias que cargan contra los obreros, el ladrón que Don Lope aleja de la policía…), en el logro de imágenes de pulsión surrealista (la cabeza de Don Lope como badajo de una campana, el casi beso de Tristana al cadavérico y sepulcral rostro marmóreo del cardenal Tavera…) y, por supuesto, homenajeó sus «santos lugares» de Toledo, empezando por el primer plano de la película, una vista a lo Greco de la ciudad de sus correrías, plano a su vez homenajeado por Pedro Almodóvar en el arranque de La piel que habito (2011).
CON LA BENDICIÓN DE FRAGA
La película tuvo casi dos millones de espectadores tras su estreno en España y fue aclamada por la crítica internacional a su paso por Cannes. Los críticos franceses lamentaron que Tristana no hubiera ido a concurso, pues por ello Catherine Deneuve no pudo el premio que, según ellos, merecía. La Deneuve, con su pinta de «damita japonesa» -según decía Galdós de Tristana- y con su aura de rubia fría del gusto de Alfred Hitchcock -que confesó, otro que tal, a Buñuel su entusiasmo por el asunto de la pierna-, no había quedado muy contenta con el director español tras trabajar con él en Belle de jour (1966), pero la película fue una co-producción española con Francia e Italia -de ahí la presencia de Franco Nero como el insulso pintor-, y François Truffaut, su novio por entonces y visitante del rodaje, la animó a participar. Al tercer intento, Buñuel consiguió adaptar la novela de Galdós, y eso gracias a una entrevista personal y a solas que mantuvo -tiempo antes del rodaje- con el entonces ministro franquista Manuel Fraga Iribarne, que autorizó la producción. Buñuel dijo que Fraga le había parecido «inteligente y simpático». Con esos avales, Tristana fue elegida como candidata española al Oscar y fue nominada para la estatuilla a la Mejor Película en Lengua No Inglesa. Pero no ganó. Los críticos españoles (algunos) desplazados a Cannes lamentaron que los comentarios de la crítica internacional no mencionaran a Benito Pérez Galdós. No lo conocían.
Autor: Manuel Hidalgo
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