“A pesar de la pobreza y de las preocupaciones y la ansiedad que las acompañaba, no eran infelices. Y aunque fueranpobres, no había nada sórdido en sus vidas”.
Trilogía de Candleford (Hoja de Lata, 2020) recoge tres novelas de la escritora británica Flora Thompson (1876-1947) que fueron publicadas de manera conjunta en 1945, pero que originalmente aparecieron de manera separada: Colina de las alondras se editó en 1939, tras presentar Thompson a Oxford University Press una serie de escritos sobre su infancia en una aldea de Oxfordshire. En 1941 publicó la segunda, Camino de Candleford, y, en 1943, Candelford Green. Las tres se encuentran conectadas: de hecho, la tercera comienza exactamente donde termina la segunda creando una clara línea de continuidad narrativa. De esta manera, esta trilogía puede entenderse por separado, pero toma forma y sentido completo en su totalidad.
“Toda época es una época de transición, pero la década de los ochenta lo fue de un modo especial, pues el mundo se adentraba entonces en una nueva era, la era de la industrialización y los descubrimientos científicos. Los valores y las condiciones de vida se estaban transformando en todas partes incluso para la gente sencilla del campo el cambio resulta evidente”.
En las tres novelas Thompson sigue a un personaje, Laura, una niña al comienzo, adolescente al final de la trilogía, y que se alza como alter ego de la autora, durante la década de 1890. En Colina de las alondras, sin embargo, Laura es menos presencial, menos protagonista, a diferencia de en las dos continuaciones, dado que Thompson lleva a cabo un estudio lindante con el ensayo narrativo de la vida de la localidad y de sus habitantes con una portentosa minuciosidad descriptiva a la hora de transmitir una amplia visión de los todos los aspectos que regulaban la vida de Juniper Hill (Colina de las Alondras), ampliando después, en las siguientes partes, a las localidades de Candleford y Candleford Green, que representan, respectivamente, Bukingham (donde Thompson creció) y Fringford, donde, como Laura en la tercera parte, logró su primer trabajo en una oficina de correos.
Los tres libros de Thompson suponen el relato de un viaje de índole social que muestra el paso de una forma de cultura de vida desarrollada en el campo tradicional, autosuficiente en muchos aspectos, a un mundo nuevo en el que estas localidades se convirtieron en suburbios rurales bajo la aparición de la revolución industrial. Más allá del mero relato autobiográfico o personal, Thompson está más interesada en recuperar mediante la escritura toda esa vida de manera testimonial, nunca con nostalgia, consciente, quizá, que algo más de cuarenta años después ese mundo que relata resulta totalmente lejano para el lector coetáneo a su publicación. Las tres novelas se publican de manera independiente en un momento muy particular, durante los años de la Segunda Guerra Mundial y, en unión, justo en el año de su finalización. Los cambios estructurales del país, con otra gran guerra mundial entre medias, y de forma de vida, hacen que el relato de Thompson pudiese estar hablando, tanto entonces como ahora, de un mundo extinto, casi imaginario para quien no lo haya vivido, a pesar de la pervivencia de algunas de sus características.
“¿Es la melancolía un imán para las desgracias? ¿Es cierto que pasado, presente y futuro son una misma y la misma cosa que solo nuestro sentido del tiempo nos hace distinguir?”
Uno de los grandes valores de Trilogía de Candleford, además de los literarios en cuanto a su medida composición narrativa y descriptica, se encuentra precisamente en que Thompson se aleja de la mera rememoración de su infancia para convertirse en una espectadora privilegiada. Una dislocación que permite a la escritora tomar perspectiva para poder llevar a cabo un relato tan general como íntimo, tan objetivo como subjetivo. Autores como George Bourne, Mary Russell Mitford o Elizabeth Gaskell escribieron obras sobre la vida rural tradicional, pero no captaron con la misma intensidad y cercanía, como lo hace Thompson, ese paso de una manera de vida a otra con la llegada de una modernidad industrial que trastocó en gran medida la vida de los ingleses. Thompson puede adoptar esa perspectiva temporal, pero no niega sus orígenes: la escritora era hija de la clase trabajadora rural que retrata en sus libros y ese conocimiento cercano, junto a su más que notable capacidad para, a través de la literatura, transmitir al lector la fisicidad del lugar, la significancia de unas vidas y sus rutinas y su forma de enfrentarse al mundo y a la realidad abordando absolutamente todo aquello que tenía que ver con su cotidianidad.
“A medida que nos hacemos mayores, no solo recordamos a nuestros amigos como nos parecían de niños, sino también como aquello en lo que se convirtieron con el paso de los años. Las primeras impresiones son fuertes y permanecen en nuestro interior como fotografías; las siguientes, como la sucesión de episodios que conforman una historia, quizá menos positivos, pero sin duda más esclarecedores”.
Thompson recurre a sus recuerdos, pero también a las anécdotas familiares y sociales para convertir la Trilogía de Candleford en un documento histórico, casi documental, que gracias a las reflexiones que incluye, así como al trabajo formal y literario, eleva hacia lo novelístico, pero sin romantizar la vida de los pobres y de los trabajadores rurales. Pero tampoco la mira con condescendencia. Se centra en dejar un testimonio exhaustivo, detallado y bellamente descriptivo de una vida particular y de sus gentes que, en la década de 1930, parecía una época lejana y extinta. Porque en gran medida lo era, pero también necesaria de recuperar en un momento en el que su país había sufrido una gran guerra (el primer libro de la trilogía termina, precisamente, con una referencia al que el hermano de Laura morirá años después en ella, como sucedió con el hermano de Thompson) y comienza a estar inmersa en otra.
Por otro lado, el desarrollo del personaje de Laura convierte a Trilogía de Candleford, sobre todo en su segunda y tercera parte, en una historia de crecimiento alrededor de una joven que poco a poco va saliendo al mundo y conociendo otras realidades. Un aspecto que dota a la mirada casi documentalista de Thompson de un toque más íntimo, aportando otra mirada más a unos libros excepcionales en su escritura, pero sobre todo porque su forma de narrar, pausada y atendiendo al detalle mediante un ritmo que impone una lectura sosegada para poder introducirse de manera plena en el mundo al que Thompson nos traslada en sus páginas, nos recuerda no solo un mundo prácticamente extinto, también a una forma de concebir la literatura, y su lectura, que hoy en día parece anacrónica, más por imposiciones de mercado que por motivos de evolución cultural.
“Cuando Laura visitó la aldea justo antes de la guerra, el tejado se había hundido, el seto de tejo había crecido sin control y las flores habían desaparecido, con excepción de una única rosa cuyos pétalos caían sobre los despojos. En la actualidad todo ha desaparecido y solo la blancura calcárea del suelo en un extremo de un campo de labranza había sobrevivido como único vestigio del lugar donde otrora se alzaba una casa”.
Autor: Israel Paredes