Dibujos en el agua (cuatro)

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… soy esa montaña remota, bebo el azul de esos árboles que apenas pueden distinguirse como entidades precisas, resbalo a lo largo de la cantera allá a lo lejos, y siempre en el paradero y siempre inmóvil, la ronda continúa hasta el vértigo, ese vértigo que da en algunos raros momentos de la vida la visión de 360 grados que se aniquila y se crea al mismo tiempo. -Carol Dunlop. Los autonautas de la cosmopista

mmm… mmm… mmm… rumiamos y luego dibujamos algo alrededor, garabatos que llamamos palabras que pegamos a otras, mínimas, cortas, largas, extrañas o cotidianas, para formar una frase, un párrafo, una historia, un poema, un relato.

Estuve buscando un koan que me rondaba por la memoria, es un koan largo que habla de cómo sacar una piedra del fondo del océano sin mojarse, pero no lo encontré, me queda el recuerdo, me ronda la sensación, el eco que vuelve sin forma. La búsqueda, la busca, me mantuvo despierto toda la noche, olfateando sin presa el sabor indefinible de algo inapresable. Revolví en la memoria, busqué en mis archivos digitales, deshojé algunos libros, me perdí por senderos conocidos y encontré cuatro o cinco pretéritos perfectos e indefinidos, y otros nuevos en la selva de mi obsesión tras ese texto que buscaba, necesitaba, para abrir esta entrada. Ni por esas.

Para los que no estén familiarizados con esa palabra japonesa, koan, decirles que son enigmas, preguntas sin respuesta lógica, que los maestros zen proponen a los estudiantes para sacarles de su, nuestra, irreal lógica mental cotidiana y secular en la que navegamos sin ver. Cuál es el sonido de una palmada dada, Tristan Tzara, con una sola mano, es uno de los clásicos de la escuela Rinzai que enfatiza, además de la meditación sentada o zazen, el trabajo físico como parte de la práctica espiritual. Qué maravillosa ocupación: sacar agua y rajar madera, dice Pa’n Yun.



Los humanos hacemos muchas cosas, la mayor parte de ellas incomprensibles, en nuestro afán por reconocernos o cambiar la vida, la existencia, investigamos y experimentamos, nos movemos entre nieblas sin contorno que imaginamos sólidas como rocas en el acantilado. De ahí las guerras, los amoríos, los ritos funerarios, ciertos caminos espirituales plagados de ego (ismo, centrismo, tismo) y otras yerbas, algunas para fumar o degustar en tisanas, brebajes o bebedizos. La dispersión es nuestra señal, nuestros banderines de aviso lorquianos, el columpio de nuestros vaivenes hacia ningún lado, desde ninguna parte, entre la nada preñada de posibilidades cuánticas que no contemplamos… es mucho más difícil describir que opinar, infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina, que señalaba Josep Plá con su impenitente pitillo colgando de los labios. Pero aunque no tengamos, realmente, nada… al ladrón se le olvidó la luna en la ventana del vagabundo Ryokan.

Rememoro el olor de tu fantasma que esta piel perdió en batalla, fuego de luna en mis labios. La sed que me devora es un trozo de tu abrazo.
Reapareció este lejano poema entre la inspiración mientras escribo, y del que no recuerdo la causante de aquel dolor adolescente… agua entre los dedos. Voy a calzarme la máscara, los guantes, las ganas y salir a la calle para pasear un rato mis recuerdos del olvido. El toque de queda comienza en una hora… fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo. Cortázar observa,  infinito. Las pausas están llenas de nubes.´

Las fotografías son de grafitis en los muros de Granada Españarealizados por el artista conocido como El niño de las pinturas

Autor: José Alias

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