La poesía, luego de leer a Paz

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En El Arco y la lira (1956) hay un capítulo en particular que sirve para acercarnos a las ideas que de la poesía y el poema desarrolló Octavio Paz (1914-1998). Se titula La revelación poética. Aquí, quien luego sería Nobel de literatura (1990) gracias no solo a una indiscutible obra poética de altísima calidad, sino a otra de carácter reflexivo, indaga en varios conceptos fundamentales para la comprensión del género más escurridizo a delimitaciones conclusivas absolutas: lo sagrado, la otra orilla, el lado nocturno del ser, la noción de cambio o de metamorfosis, la otredad, la extrañeza, el vértigo, la revelación, el rito, la reconciliación.

En estos tiempos de nuevas tecnologías y redes sociales, la poesía goza de una adaptación más o menos feliz a las circunstancias. No ha sido abandonada, aunque sí –según nuestra percepción– acusa los golpes de la improvisación y una nueva forma de banalización. Prácticamente no hay poeta por bisoño que sea, que no goce del “prestigio” de la publicación, ahora también virtual, pero publicación al fin y al cabo. Por ello es necesario alcanzar las costas de los talleres de reflexión más que los de creación. Y, claro está, más necesario aún recurrir a la obra de indiscutibles maestros como el que hoy celebramos. Volver, siempre que se pueda, al lugar donde se incuban las firmes y profundas ideas sobre el tema.

Luego de la lectura más atenta que casual de este apartado de Paz, podemos llegar a unas certezas. Las llamamos así a falta de otro término que le haga justicia.

En primer lugar, no son las cosas las que se cargan de poesía, sino la mente que las percibe. Las situaciones, la naturaleza, la presencia de otras personas y todos los objetos pueden ser condiciones para que surja la poesía, pero su causa está en la mente que genera esta visión. Mas recordemos: no será poesía hasta tanto no se forje en las palabras: antes serán detonantes para que esta exista, mera percepción, construcción mental.

¿Por qué decimos “esto es un poema”? ¿Qué razones hay para afirmar que allí hay poesía? Un poema es un registro de una experiencia. Así, el texto que definimos como tal es conocimiento y expresión de un estado mental poético y su revelación.  La poesía, entonces, trasciende y profundiza más que la simple catarsis, el registro autobiográfico, el constructo verbal. La poesía es una conciencia que muestra vivencias sutiles entre el individuo y lo que llamamos la realidad. Y las relaciones que se establecen son acontecimientos de la mente que el pensamiento funcional no puede aprehender ni comprender.

Basta un fragmento de su poema El mismo tiempo, para indagar en varias ideas que pretendemos definitorias. En este texto un paseante nocturno reflexiona. Y lo hace bajo el ropaje del poema: ese resultado a medias de la percepción de la mente poética.

En esta vida hay otra vida

la higuera aquella volverá esta noche

esta noche regresan otras noches

Pareciera que pisamos el terreno de lo sacro. El ambiente que se muestra es indicio de ello: la soledad, los cuestionamientos de lo que está más allá de la razón y, por último, las certezas que parece aprehender el paseante y su sombra, el lector. La palabra religiosa, es cierto, precisa apartarse del mundo, de un ensimismamiento que se traduce en experiencia con la divinidad. La palabra poética, en cambio, no. No debemos confundir la concentración y sus virtudes con las de la poesía. Están relacionadas estas experiencias, pero no son las mismas.

Vemos en el fragmento citado del poema, que hay énfasis en la construcción verbal, en la forma. Tanto en la religión como en la poesía se producen  textos íntimos. Los de esta (la poesía), necesariamente deben verbalizarse en un objeto hecho con palabras que apunta a la estética. Si bien en el constructo de carácter religioso podemos identificar cierta forma, de experiencia estética (la Biblia, por ejemplo, también puede percibirse un texto literario), en la poesía este carácter es esencial. El núcleo es sensiblemente artístico, de experiencia estética. Y su misión se origina y se dirige en/hacia sí mismo. En la producción religiosa la meta es funcional, va a algún lugar más allá del propio texto.

Escribir, finalmente, es un acto, primero mental, luego verbal y por último físico. Así el poeta contacta con su ser creador, pero también con la escritura que establece “puentes” con otras personas. A fin de cuentas, todo lenguaje pretende comunicar. Trascendemos hacia los otros a través del poema. Y conocemos lo inexorable, porque no solo escribimos y leemos textos, sino –sobre todo– mentes y vidas. El encuentro con la poesía ocurre en la vida, pero solo mediante la contemplación y la reflexión podemos producir el poema, la vasija perfecta para la poesía.

[Fragmento del libro Pensar el poema, en preparación.]

Autor: Miguel Marcotrigiano

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