El Museo Reina Sofía reúne una década de producción de la artista: de 1976 a 1985, periodo en el que la artista pasó del proceso artesanal del telar al diseño por ordenador
a primera exposición individual en un museo de la sueca Charlotte Johannesson (Malmö, 1943) tiene el atractivo del redescubrimiento. Incluida en el Pabellón Nórdico de la Bienal de Venecia en 2017, hasta la fecha en su país solo ha participado en exposiciones colectivas desde 2018. Se trata de una rara avis tan del gusto del Museo Reina Sofía que ahora muestra por activa y por pasiva. De Johannesson ha reunido apenas una década de producción: de 1976 a 1985, periodo en el que la artista pasó del proceso artesanal del telar al diseño por ordenador. Una pionera.
En su producción se reúnen otros ingredientes muy preciados hoy en el arte contemporáneo, como su pertenencia a una generación que pasó del hipismo anarco-psicodélico y comprometido políticamente contra el sistema, a la utopía cibernética new age. Era una actitud entonces marginal en Suecia pero bastante común en California, donde Steve Jobs crearía el Apple II Plus, el primer ordenador personal con un programa elemental de diseño que Johannesson aprendería, autodidacta, para sus tapices en cáñamo. A esto se añade su feminismo sarcástico y su radicalidad punk: en 1976 Charlotte comisaría junto a su marido una exposición en recuerdo de la terrorista alemana Ulrike Meinhof, censurada dos días después. Recordemos: no fueron los únicos en Europa (por ejemplo, el joven Gerhardt Richter) que entonces utilizaron la figura de Meinhof para indicar la llegada de la sociedad del control. Un año después Johnny Rotten de los Sex Pistols proclamaría el “no future”.
A pesar del montaje, el trabajo de Charlotte Johannesson seduce y convence. Sus diseños siguen siendo modernos
La exposición tiene evidentes problemas de montaje: cuesta entrar en el recorrido, ante la perspectiva de dos largas salas con pequeños tapices y obras en papel, cuyos diseños se repiten. Y falta información mínima para entender que, en realidad, apenas hay cuatro tapices originales. Y a qué viene la recreación desaliñada sobre fotografías de aquella exposición sobre Meinhoff y las dos últimas instalaciones, una de tapices y otra con grandes pantallas, que vuelven a reproducir los mismos diseños, pero adecuadamente actualizados al gusto millennial. Se trata de coproducciones realizadas para esta exposición con la diseñadora gráfica Louise Sidenius, que Charlotte Johannesson denomina “gráficos digitales tejidos”.
Pero el trabajo de Johannesson seduce y convence. Por su honestidad en el corta y pega de imágenes de la cultura popular junto a eslóganes divertidos y provocadores, que desembocaría en una galería de “héroes” como David Bowie o Boy George. Y porque en sus bellos diseños por ordenador quizás hizo lo más difícil: a diferencia de otros artistas coetáneos, Johannesson no pretendió que la máquina se pusiera a su servicio, sino que se adaptó a sus normas, eso es lo que hace que funcionen todavía como diseños modernos.
Quizá solo una paciente tejedora estaba dispuesta a colorear uno por uno los 53.760 píxeles resultantes de la resolución 280 x 192 que tenía la pantalla del Apple II Plus. Y que, por casualidad, coincidía con el formato del telar Jacqard simplificado que hasta entonces había utilizado. La máquina Jacqard –heredera de los cálculos matemáticos de Ada Lovelace– funcionaba con una tarjeta perforada para confeccionar intrincados diseños, lo que supuso la más importante revolución fabril y laboral en el siglo XIX. Después, solo haría falta sustituir los agujeros por unos y ceros para programar ordenadores. Sin embargo, en 1985 Charlotte Johannesson cesa esta actividad, ante la obsolescencia de su ordenador por la siguiente generación Apple que facilitaba las operaciones a los usuarios. Y se dedica a la cerámica y después a pintar, como pudo verse en 2018 en la galería londinense Hollybush Gardens. Es casi un milagro, que nos debe hacer confiar en la durabilidad digital a pesar del cambio de soportes, que los diseños almacenados en disquetes y pasados en 2010 a CDs, hayan llegado a dar sustento a esta exposición.
Una pionera en arte y nuevas tecnologías en nuestro país, Marisa González, conserva todavía incluso las máquinas. Es cargante ya que en el Reina Sofía se priorice siempre lo extranjero a lo nuestro, sin consideración tampoco de teóricas especialistas como Remedios Zafra o Ana Martínez-Collado, que bien hubieran podido acompañar a la artista Hito Steyerl en el catálogo de esta exposición.
Autor: Roccvo de la Villa
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