Muestra sus fotografías recientes en el Museu de Porreres
El fotógrafo barcelonés Llorenç Ugas Dubreuil fue uno de los primeros artistas en pasar por nuestra sección de Fichados. Os contábamos entonces que en sus comienzos se había interesado por la fotografía antigua y que experimentó con técnicas alternativas, desde una polaroid entonces no usual hasta las albúminas, la pinhole o el papel salado. Con el paso de los años, la ciudad, y lo urbano como tema, se convirtieron en el centro de sus imágenes, pero a diferencia de los fotógrafos que prestan atención a su continuo movimiento, Llorenç eligió fijarse en sus vacíos y sus silencios eligiendo captar espacios en los que la presencia humana es huella intangible, y no protagonista ni elemento decorativo o susceptible de distraer.
Por los escenarios que Llorenç ha fotografiado todos pasamos o hemos podido pasar, pero él logra encontrar en ellos intimidad e incluso placidez y transmitir esas sensaciones, aunque ningún elemento concreto sugiera en ellos calidez ni aporte, al margen de su mirada, particularidades. La soledad de estos no-lugares nunca será duradera y no se encuentra en sí mismos sino en la manera de observarlos, por eso resulta equivocado hablar de Ugas como fotógrafo de arquitecturas: a él le interesan las atmósferas que pueden generarse en torno a ellas, el componente emocional de los espacios en los que suele conjugarse lo privado y lo público y que, en los últimos años, fueron también testigos primeros de la crisis económica.
Como es esa emocionalidad susceptible de ser desvelada en lugares inesperados lo que le interesa y como, nos lo contaba ya hace cuatro años, prefiere que su trabajo en series marque el rumbo de su producción en lugar de atenerse a planificaciones estrictas, Llorenç ha optado por llevar también su objetivo a la naturaleza buscando en ella lo que quiso encontrar en la ciudad: por un lado, las tipologías y formas nuevas de paisaje que hablen de la huella humana en él; por otro, lo que de atrayente y magnético nos ofrecen los espacios vacíos que no hemos colonizado del todo, aunque quizá estemos en proceso de lograrlo.
Hasta el próximo julio presenta en el Museu de Porreres, en Mallorca, su serie reciente Lugares al borde de la nada, que supone una continuación del estudio de nuestra ocupación del medio natural que encontramos en Blacklandscapes, pero focalizada en el paisaje y no en el objeto que lo invade.
No es nueva la mirada de Ugas a la naturaleza y a nuestro impacto en ella, aunque en sus últimas series haya cobrado protagonismo: su proyecto En ningún lugar. 28 de Julio de 2012 se dedicó a las repercusiones sobre el bosque y los núcleos urbanos de un enorme incendio originado en La Jonquera a causa de unas colillas mal apagadas, en ese mismo año; en Between the line (2012-2013) también abordó las relaciones y tensiones entre naturaleza y sociedad, planteando su trabajo como archivo de acontecimientos, y en la serie Es Trenc, paralela en el tiempo a la anterior, revisó el impacto del turismo en esa playa mallorquina, paradisiaca.
Para la más reciente serie 24 paisajes vacíos y un mapa que los sitúa en ninguna parte (2016-2017), recolectó piedras en el Pirineo componiendo a partir de ellas paisajes inexistentes y vacíos, tomándolos como metáfora de los entornos que primero fueron altamente transformados para ser edificados y luego quedaron abandonados tras esfumarse esos proyectos urbanísticos. Por último, en la citada Blacklandscape regresaba a esos paisajes frágiles y modificados respecto a su estado inicial para invitarnos a reflexionar críticamente sobre la actuación humana en ellos y sus motivaciones. Se pregunta Ugas si es posible en el presente, y si podrá serlo en el futuro, experimentar paisajes no desvirtuados que se mantengan en su estado original.
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