El Museo del Prado inaugura In lapide depictum, una exposición de 9 obras realizadas sobre piedra monocroma entre las que destaca el Ecce Homo de Tiziano
¿Por qué en las primeras décadas del siglo XVI se dio el fenómeno de pintar en piedra? y ¿Cómo lo hacían? Estas son las dos preguntas sobre las que se erige In lapide depictum. Pintura italiana sobre piedra 1535-1555, la exposición que acoge la sala D del edificio Jerónimos del Museo del Prado, con el patrocinio de la Fundación Iberdrola, hasta el 5 de agosto. Se trata de la primera vez que se dedica una muestra a los estudios realizados sobre este género artístico que se consolidó entonces (y la primera también que nace de una propuesta del departamento de Restauración en lugar del de Conservación). Son nueve las piezas de Sebastiano del Piombo, Tiziano, Daniele da Volterra y Leandro Bassano las que, junto a material bruto que ayuda a contextualizarlas, ha reunido Ana González Mozo, técnico del área de restauración de la pinacoteca y comisaria de la muestra.
El objetivo principal de pintar sobre piedra -mármol blanco y pizarra- era conseguir la eternidad a través del arte. «Artistas como Tiziano y Piombo usaron la roca como soporte porque es más duradero y no se somete a las inclemencias del tiempo como la humedad», explica González Mozo. Sin embargo, también las convierte en piezas «más frágiles» y, en consecuencia, más difíciles de transportar y difundir.
En este caso el origen, defiende la comisaria, está vinculado de manera muy estrecha «al mundo clásico». Para los griegos la escultura no tenía sentido sin la pintura de modo que aunar ambas disciplinas supuso, durante un tiempo, la solución para conseguir la eternidad. Fue Venecia el lugar en el que se volvió a mirar hacia esta manera creativa en el siglo XVI, un momento de recuperación de los artistas y el mundo clásico con la llegada de pigmentos de Oriente y la reedición de Historia natural de Plinio y otros textos de Plutarco así como las obras de Apeles, artista con el que Tiziano se midió.
Todo ello contribuyó a la aparición de dos debates: la mimesis -la relación entre arte y naturaleza- y el paragone -la competición entre pintura y escultura-. En ese sentido, el Museo del Prado ha estudiado, junto a geólogos y arqueólogos, cómo interactúan los minerales con el óleo en estas creaciones. La dificultad de la pizarra, sin embargo, hacía que este tipo de obras tuvieran un proceso mucho más laborioso, razón por la que, quizá, Tiziano abandonara la pintura sobre piedra. Claro que no lo hizo sin antes crear dos obras maestras con las que destacó.
Por un lado el Ecce Homo, que ha sido restaurado para la ocasión, una pieza que el artista «regaló a Carlos V y en la que aunó su pasión por el mundo clásico con las técnicas griegas de la pintura», detalla la comisaria. En ella Tiziano «transforma a un Cristo bizantino y aprovecha el desgaste de la pieza para reproducir un cuerpo magullado de manera serena», destaca. El maestro hace doblete con La dolorosa, una pieza realizada en mármol imperial procedente de un revestimiento romano que fue encargada por el propio emperador.
Giorgio Vasari vinculó la aparición de esta técnica a Sebastiano del Piombo y aunque ya se utilizaba en el mundo clásico, este la recuperó en el Renacimiento. Este fue, de hecho, el primer artista en conocer el éxito gracias al uso de este material a partir de 1530. Tardó siete años en culminar La Piedad, obra que realizó con algunos dibujos de su amigo Miguel Ángel, por motivos, en ocasiones ajenos a él. Era un encargo de Ferranta Gonzaga y sus peticiones retrasaban su trabajo haciendo incluso que pensara en abandonar la tarea. «Los estudios confirman que los símbolos de la pasión se incluyeron más tarde a la pieza», explica la comisaria.
La pizarra, con su superficie rugosa, se convierte en un material complejo de trabajar pero permite «reproducir cuerpos difusos que parecen surgir de dentro de la piedra». Así, la carne de estas obras parece vibrar y se reproducen nuevos efectos pictóricos controlando la incidencia de la luz.
Además de Tiziano y Piombo también cultivó esta manera de pintar Daniele da Volterra. De él se exponen dos obras: una realizada sobre tela y otra sobre pizarra en las que el retratado es el mismo. «El artista emplea la misma técnica para las dos piezas y aplica la pintura con la palma de las manos con las que crea transiciones» y simula la epidermis humana. Sin embargo, el resultado de ambas es diferente y confiere un halo «más enigmático» a la obra en pizarra, afirma la comisaria. Las piezas de Volterra y el taller de la familia Bassano no tienen la misma elaboración que la de sus predecesores y abaratan el proceso al hacerlo en piedra pulida. De este modo convenían el concilio de Trento que determinó que «las obras tenían que ser concisas» y facilitar la simplicidad de las escenas.
Da Volterra fue además el heredero de la técnica que desarrolló Sebastiano del Piombo, que se consideró secreta. Los análisis del laboratorio, sin embargo, han determinado que el verdadero secreto era «trabajar sobre caliente» con una mezcla de aceite, resinas y cera fundidos que aseguraban la adherencia al óleo. Y de ahí a la eternidad.
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