«Mujer, ¿para qué quieres escribir?» Doce escritores recomiendan a una autora

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Ellas nunca ganan

La eterna «frescura», ese adjetivo «envenenado»

Sergio del Molino, Elena Medel, Gustavo Martín Garzo y Pilar Adón, entre otros, recomiendan un libro escrito por una mujer

«¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres? ¿Os dais cuenta de que sois el animal más discutido del universo?» Retóricas o no, estas preguntas se las planteaba la escritora británicaVirginia Woolf en el ensayo ‘Una habitación propia’, en 1929. Casi 100 años después, la búsqueda de las razones que expliquen por qué la literatura escrita por mujeres es menos numerosa, visible o premiada que la escrita por hombres, sigue abierta.

Las mujeres son mayoría en el sector editorial y también leen más que los hombres, pero tanto los puestos directivos como los premios literarios tienen, mayoritariamente, nombre masculino. Según datos del gremio de editores, el 80% de los altos cargos en el sector están desempeñados por hombres y, según el Observatorio Cultural de Génere, sólo el 20% de los galardones en España los ganan escritoras. En un artículo de hace sólo unos días en este mismo medio, Leticia Blanco demostraba, tras un recorrido por los premios más prestigiosos del sector, que ellas casi nunca ganan.

«Todos hemos crecido leyendo a hombres porque eran hombres los que tenían acceso a la cultura y los que escribían. Las experiencias universales, las respuestas a las grandes preguntas eran respondidas por los hombres. Las mujeres han sido ninguneadas en la Literatura y eso ha acabado desembocando en que todavía hoy en los colegios se lee a menos autoras mujeres», resume Patricia Escalona, editora y una de las voces detrás del colectivo Mujeres del Libro, que se gestó el pasado 8 de marzo para visibilizar y denunciar la desigualdad en el mundo editorial. «A veces, la falta de escritoras en festivales o premios, se reduce a simple vagancia. Los responsables recurren a lo que tienen más cerca, a los referentes más visibles y no ven más allá. Lo que impone el feminismo es pararse un momento y buscar. Somos la mitad de la sociedad«, resume Escalona.

«Escribir una obra genial es casi una proeza de una prodigiosa dificultad. Todo está en contra de la probabilidad de que salga entera e intacta de la mente del escritor. (…) Pero para la mujer, pensé, mirando los estantes vacíos, estas dificultades eran más terribles. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: «Escribe si quieres, a mí no me importa.

El mundo le decía con una risotada: «¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?«. De nuevo, Virginia Woolf planteando cuestiones incómodas.

Muchas de estas preguntas se responden con un simple gesto, el de abrir un libro. Por eso hemos pedido a seis escritores y seis escritoras que recomienden un título escrito por una mujer. Estas son sus razones, el resto de la historia está por descubrir.

Sergio del Molino

Recomiendo a A. M. Homes: Es una de mis autoras preferidas. Recomendaría toda su obra, desde su reconocidísima «El fin de Alice» hasta sus volúmenes de cuentos, como «Música para corazones incendiados», o sus primeros trabajos, como «In a country of mothers» (creo que no están traducidos), pero si tuviera que quedarme con una obra, elegiría «La hija del amante», un memoir inclasificable sobre su condición de hija adoptada y su conocimiento de sus padres biológicos, ya cumplidos los treinta. Un libro brutal sobre la identidad, el legado y el sentimiento de extrañeza y de extranjería con el que tengo una relación muy visceral.

Elena Medel

Recomendaría «Espejismos, diario inexpurgado 1939-1947», de Anaïs Nin, que acaba de publicar Harpo Libros con traducción de Andrés Catalán. Desde hace semanas leo un día unas pocas páginas, otro día otras tantas, casi forzando con esa parsimonia la compañía de Nin. No me interesa tanto por la Nin que ama y que desea, sobre la que tanto nos han contado -aquí se explica, al fin, con su voz propia-, como por las reflexiones sobre su labor como escritora. Las dudas, la precariedad, las dificultades, los retos… Estoy disfrutándolo por lo que tiene de diario de escritura, incluso, más que de vida.

Miqui Otero

Uno de los primeros libros que me empujaron a escribir, si no el primero, lo escribió una mujer, aunque cuando lo leí yo no lo sabía. En la portada ponía «Rebeldes», de S. E. Hinton. Asumí (porque en la adolescencia no lees prólogos ni textos académicos, sino que te lanzas directamente a las historias, a las vidas posibles) que esa novela con navajas, besos con olor a chicle y miedo adolescente era obra de un tipo. Tiempo después descubrí que el editor había obligado a la autora a firmar con las iniciales porque, de otro modo, si firmaba como Susan E. Hinton, los chicos no querrían leerla jamás. Aquello no sucedía en la Inglaterra victoriana, sino en el Estados Unidos de la izquierda y el hippismo: 1967.

«Rebeldes» fue una de mis lecturas adolescentes epifánicas y enciendebombillas, pero si tuviera que quedarme con una única novela escrita por una mujer elegiría «Middlemarch«, aunque su autora la firmara con un nombre masculino: George Eliot, seudónimo de Mary Anne Evans. En mi opinión es una novela increíblemente radiante, con un fogonazo hermoso cada pocas líneas, sobre la vocación. Y toda historia sobre la vocación trata también sobre la frustración de ese querer (y no poder) ser otra persona o la mejor versión de ti mismo. Sobre todo si, como Dorothea Brooke, la protagonista, eres una mujer en la Inglaterra del siglo XIX. Ella acaba prescindiendo de sus ambiciones por intentar consagrar su vida a un hombre pedante pero paralizado. Siempre se dice que Eliot pudo haber ofrecido otro modelo femenino más emancipado, pero ella escribía sobre su sociedad, sobre lo común y no sobre lo extraordinario o improbable. Lamentablemente a muchas mujeres les pasa aún ahora lo mismo que a Dorothea, aunque por suerte las autoras que escriben sus historias no tienen que esconder su sexo en su firma.

Laura Fernández

A veces tengo la sensación de que el hecho de que Joy Williams exista es un pequeño milagro. Leer cualquiera de sus novelas, o sus relatos, puede cambiarte la vida. Te asoma a una parte de ti que siempre ha estado ahí pero que es, a la vez, una dimensión desconocida de ti misma. Hace un brillante y doloroso y, a ratos, divertidísimo, neo gótico weird que es desierto y cientos de preguntas sin respuesta y polvo y carretera y adolescencia salvaje y perros y un orgulloso desencaje. Porque los personajes de Joy Williams nunca encajan en ninguna parte, pero no les importa no hacerlo. No les importa en absoluto. Si tengo que quedarme con un libro, sería «Los vivos y los muertos» o sus «Cuentos Reunidos».

Agustín Fernández Mallo

Recomiendo el libro, recién editado, «Todo lo que hay que saber sobre la poesía», de Elena Medel, quien trae al gran público asuntos hasta ahora poco conocidos de la poesía, desde elementos técnicos e históricos muy bien explicados a suculentas anécdotas, para entender que la poesía es algo totalmente actual, además de una actividad para ser disfrutada con todos los órganos sensoriales.

Edurne Portela

Recomiendo a Emma Goldman, «Viviendo mi vida». Es el primer volumen de su autobiografía, una historia fascinante llena de vitalismo y pasión, una ferviente defensa de la igualdad, la libertad sexual y del deseo, de la educación de la mujer y el derecho a una vida libre de explotación. Conocemos a la activista anarquista y profundamente antiautoritaria en su faceta pública, pero también en la privada: con sus dudas y sus anhelos, sus preocupaciones y contradicciones. Goldman fue heterodoxa y tremendamente divertida. Recordemos que fue ella la que dijo a sus compañeros revolucionarios aquello de «Si no puedo bailar, no quiero ser parte de tu revolución«. ¿No les dan ganas de leerla aunque sea solo por eso?

Gustavo Martín Garzo

Me gustan Irene Gracia, Menchu Gutiérrez y PiIar Adón. Pero como me piden que elija una de ellas -lo que no quiero hacer-, esta mañana me quedo con Irene Gracia, de quien amo todos sus libros. Creo que es nuestra escritora más secreta. Son extraños esos seres heridos y lunáticos que pueblan sus libros, siempre llenos de una oscura y melancólica belleza. Esas muñecas que fingen ser humanas, esas manos desprendidas de los sueños, esas bellas ahogadas, esos ángeles perdidos, esas muchachas que pierden su voz. La lectura de sus libros es como visitar aquellos prados de la verdad de los que hablaban los griegos.

Laura Ferrero

«Oscuridad total», de Renata Adler. Dicen que la literatura de verdad cambia y eso es lo que hizo este libro conmigo. Oscuridad total no es una novela, sino un género en sí misma. De fondo seguimos una historia de amor y desamor, pero este es, sobre todo, un relato de desorientación y locura. Con su mente analítica y discontinua, Adler nos lanza una advertencia: a menudo, tras pasar por periodos de sombría oscuridad, nos deshacemos algunas cosas importantes, por ejemplo, de nosotros mismos.

Jon Bilbao

Dorothy M. Johnson, escritora estadounidense que practicó, y engrandeció, el género del western en la literatura, autora de relatos en los que se basaron clásicos del cine, como «Un hombre llamado caballo». Llaman la atención en sus textos el sentimiento y el destacado papel de las mujeres, en un género tradicionalmente masculino. Sus relatos están traducidos al castellano en dos volúmenes: Indian Country y El árbol del ahorcado.

Pilar Adón

Leer a Iris Murdoch siempre es un acierto y me atrevería a decir que todas sus novelas son obras maestras. Destacaría «El mar, el mar» y «Henry y Cato», dos historias lúcidas y adictivas sobre la idealización de la juventud perdida, y sobre la persecución del amor, la belleza y la bondad. La prosa de Iris Murdoch provoca fascinación por sus argumentos, por su discurso repleto de implicaciones intelectuales y por unos personajes que hablan del arte, de la creación, del concepto de verdad, haciendo que nos sumerjamos en un entusiasta deleite lector.

Javier Gomá

Recomiendo las novelas de Ann Evans, conocida por el pseudónimo de George Eliot (1819-1880). Las de su primer periodo, como Los infortunios del reverendo Amos Barton, Silas Marner o El molino junto al Floss, se leen con agrado. Pero mi novela preferida es su obra magna de la edad madura: Middlemarch (1871-2). Hereda algo de la armoniosa serenidad de Jane Austen (aunque quizá sin su encanto irresistible), alejándose del estilo energuménico de las hermanas Brontë. Y, en comparación con las obras de Elisabeth Gaskell, simpática pero liviana, Middlemarch posee densidad de pensamiento y calidad de página. Y la novela, además, empieza y acaba evocando a Teresa de Ávila, ese cisne -dice- que a veces crece en el estanque de patos y que se constituye en modelo de la protagonista, Dorothea

María Sánchez

«Refugio», de Terry Tempest Williams, publicado en Errata Naturae este año. Ha sido todo un descubrimiento. La escritora, y también activista medioambiental, escribe este diario que crece entre aves, lagunas y el cáncer de su madre. Una narrativa llena de fuerza y de paisaje, de humanidad y delicadeza, que entiende de migraciones de aves, de conciencia medioambiental y de reivindicaciones feministas. Un canto sincero a la vida y a la naturaleza.

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