El cuerpo reposa sobre una mesa con los ojos cerrados y las manos sobre el vientre. Mide 1,80 metros. Viste un traje oscuro y unas gafas de pasta transparente decoran su pálido rostro. Abajo, una pequeña lápida revela su nombre. Es el célebre artista plástico y cineasta estadounidense Andy Warhol. Y un español, el pintor y escultor Eugenio Merino, de 42 años, ha organizado desde este jueves su funeral de cuerpo presente en Nueva York, en la galería Unix de Chelsea, en la isla de Manhattan.
Pese a que Wharhol murió realmente hace 31 años, el cuerpo expuesto luce intacto. En realidad es una obra de arte. Una escultura hecha con silicona, resina de poliéster, fibra de vidrio y pelo humano. Blanco como era el suyo a los 58 años, edad en la que falleció. Cuenta Merino, su creador madrileño, que tardó más de dos meses en moldear la escultura hiperrealista. La culminó con accesorios muy similares a los que usó el genio en vida: gafas de pasta transparente y una peluca blanca, con la que Warhol disimulaba su calvicie hereditaria. «Al no tener un cuerpo real, elegí uno similar para coger la talla intentando que guardara las mismas proporciones», añade Merino.
La cabeza la trabajó al margen del torso. Acumulaba ya experiencia para tan ambicioso proyecto, que arrancaría en diciembre de 2017. Él es licenciado en Bellas Artes en la especialidad de pintura, aunque, «por el agotamiento» terminó redirigiendo sus creaciones hacia la escultura. Antes que a Warhol, Merino convirtió en cadáver exquisito a Pablo Picasso: una figura de 1,62 metros, camiseta de rayas, pantalón blanco y zapatos oscuros… Y también le organizó, en su natal Málaga, un funeral por todo lo alto. Con el genio de cuerpo presente también montó una capilla ardiente en la Alianza Francesa. Acudieron más de 20.000 personas para contemplar los restos amortajados del creador del Guernica. En realidad el malagueño murió en Francia en 1973.
Con Warhol y Picasso, Eugenio Merino culmina de manera más seria un viaje artístico que inició con humor. Porque fue él quien sacó de la tumba a un discotequero Osama Bin Laden, despertó a Fidel Castro como un zombi y metió a Franco en una nevera de Coca-Cola. Obra esta última que le llevó al banquillo en 2013, tras una demanda de la Fundación Francisco Franco. Salió victorioso. Su arte, dijo la justicia, no dañaba el honor del dictador.
«Eso no quiere decir que no vuelva, en un momento determinado, a hacer algo sobre Franco, pero digamos que ya está hecho. En el arte hay que evolucionar hacia otros temas», señala el escultor, que estrenó su primera exposición en el Station Museum of Contemporary Art de Houston (Texas) en 2015. Ha participado también en ferias de arte como en la Foire internationale d’art contemporain de París, ARCO de Madrid y MACO de México.
Sus figuras generan polémica y eso atrae a los compradores. Una de las más controvertidas fue Stairway to Heaven, en la que aparecen un musulmán rezando, un católico encima de su espalda y sobre ellos, un rabino. Fue vendida en 45.000 euros a una mujer belga. La cabeza de Donald Trump dentro de una caja, también suya, alcanzó los 16.000 dólares. Y su polémico Franco dentro de la nevera llegó más lejos: estuvo en venta por 30.000 euros.
En los dos últimos años, Merino ha centrado sus obras en Picasso y Warhol. A la instalación Aquí murió Picasso le sigue estos días Aquí murió Warhol, que recoge los pasos del padre del pop art. Además de contemplar el cuerpo de silicona, los visitantes siguen con folletos y una audioguía los pasos del artista por los locales en los que trabajó, el lugar -su estudio, The Factory- en el que fue disparado por la activista Valeria Solanas después de que el cineasta se negara a producir su guión y lo perdiera, y el hospital en el que le operaron. La cicatriz en el abdomen que le dejó el tiro le marcaría toda su vida.
Dice la galería neoyorquina, en la que antes Merino mostró allí mismo una cabeza de Hitler, que su nueva exposición es una aguda crítica al turismo de masas, y a la industria cultural. «Se trata de mostrar cómo estos personajes, Picasso y Warhol, han sido explotados por la industria turística, cultural y del souvenir, más que por el valor simbólico que representan», explica Javier Hirschfeld, miembro del colectivo malagueño Los Interventores, que comisaría la instalación. «Digamos que es una metáfora rápida: el turismo acaba con el arte», agrega Merino. No desvela quién será su próximo muerto.
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