La de Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) es una escritura de inmersión que no descuida la superficie, lo inmediato, aquello que también está a mano y dice de otro modo lo profundo de las cosas. El poeta venezolano es uno de los referentes principales de la poesía en español de los últimos 50 años. Formó parte del grupo venezolano Tabla Redonda, donde se reunieron algunos escritores principales de su generación.
Es autor de una obra donde la poesía y el pensamiento encuentran el sitio y se acompasan. A los 88 años manifiesta un cansancio de paso lento, pero qué calidad y abundancia de escritor. Acumula algunos poemas memorables, como aquel que casi es himno y tituló Derrota: «Yo que no he tenido nunca un oficio/ que ante todo competidor me he sentido débil/que perdí los mejores títulos para la vida/ que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)/ que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos/ que me arrimo a las paredes para no caer del todo/ que soy objeto de risa para mí mismo/ que creí que mi padre era eterno/ que he sido humillado por profesores de literatura/ que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada…»
Su obra se dispersa felizmente entre poesía y ensayo. Y en ese límite o frontera de la palabra ha abierto espacio propio. Eso, entre otros asuntos, reconoció el jurado del XXVII Premio Internacional Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, dotado con 42.000 euros y convocado por Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca.
Este hombre de modales demorados militó en el Partido Comunista. El dictador venezolano Pérez Jiménez lo envió a la cárcel. Conoció el exilio. Se apartó del comunismo cuando entendió que Cuba no era la arcadia ideal, sino una dictadura al completo. Y con ese equipaje se fue conformando como un solitario con buenos amigos. En España, las editoriales Visor y Pre-Textos han publicado casi toda su obra en verso. La suya es una poesía que no huye de la crítica, del desacuerdo, del desencanto ante una realidad, la de su país, dominada por el desenfreno de Nicolás Maduro. «En Venezuela hay miedo. Sobre todo a la delincuencia y a la represión que ejerce el poder. Personalmente no estoy exento de nada de eso. Pero hasta ahora no he tenido más problemas que los insultos de los partidarios del régimen». por eso, dice: «La poesía debe agitar«.
Algunos de sus versos tienen ese cuño de lo memorable que sólo alcanzan ciertos escritores poderosos: «Tal vez sólo para hacerte sitio/ me tiene en pie la vida». Cadenas se untó de poesía con los grandes autores de la tradición hispánica: Cervantes, Quevedo, Lope, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Cernuda… Y a su modo ha ido levantando una obra que asume todos los riesgos de la escritura, que busca en el envés de lo que se ve para ir más adentro en la espesura. Que habla sin necesidad de oscurecer lo que quiere decir. Escribe, y denuncia, y explica, y no exige complicidad sino que sólo reclama escucha.
Pero sobre todo, vive y respira a un ritmo propio. Piensa lo que dice. Piensa lo que no dice. Se sienta a escuchar y a no decir nada. Y escribe todo aquello que no puede ser dicho de otro modo. Sin esperanza, con convencimiento. Cadenas es un hombre silencioso, que no callado. «A partir de mi alejamiento del comunismo sentí un gran desengaño. Y creo que fue muy importante para mí. Me refiero al desengaño, porque detrás de cada desengaño hay una apertura a lo nuevo, a lo insólito. Aunque más que de escepticismo prefiero hablar de estado de vigilancia o de alerta, así es como me siento. Y siempre dudando».
No le falta esa ráfaga de sabio que dispensa a veces frases cargadas no de sentido, sino de permanencia. De algún modo su poesía es eso: una condensación de lo que perdura de las palabras. Sin temor a la ligereza, sin rechazo a la hondura. Rafael Cadenas está ya en ese lugar en el que la poesía, que es principalmente un impulso de juventud, pasa a ser una expedición de desaprendizajes. «Cuando era joven vivía poesía como algo febril. Uno de mis libros, Cuadernos del destierro, lo hice en ese estado. Escribía a todas horas, en cualquier parte… Pero esa situación no se volvió a repetir. Todo se hizo más lento. Ahora paso meses en blanco. Son periodos de sequedad para los que busco algún antídoto». Es, de algún modo, la conquista de un desnudamiento. De una trascendencia. De un demorado voy contigo. «Y también un cobijo contra la tormenta».
Ver más en: El Mundo