Paraísos en La Boca: un viaje lúdico a la tierra prometida

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Las instalaciones de Hélio Oiticica y Nicola Costantino, en la Usina del Arte, proponen una experiencia estimulante

En La Boca se han reconstruido paraísos. Las obras Tropicália y Edén, de Hélio Oiticica (1937-1980), uno de los más destacados artistas de la historia de Brasil, transforman en oasis carioca la Usina del Arte. Estas instalaciones interactivas proponen un viaje lúdico en el tiempo y en el espacio, y se ponen en diálogo con la última creación de la artista local Nicola Costantino. Otro jardín prometido que les habla a los tiempos que corren hoy.

Primero hay que sacarse los zapatos y recién entonces se puede entrar al arenero donde están los cubículos de madera que esconden sorpresas pensadas por Oiticica para estimular al visitante, entre plantas y con el canto de pájaros de fondo. En el libro Materialismos (Manantial, 2013), Oiticica explicaba: » Tropicália es un tipo de mapa: es un mapa de Río y es un mapa de mi imaginación. Es un mapa en el cual uno entra». Su mapa era una crítica al estereotipo de Brasil como paraíso tropical. «Quise acentuar este nuevo lenguaje con elementos brasileños en un intento extremadamente ambicioso de crear un lenguaje que fuera nuestro, erigiéndose frente a la imagética internacional del pop art, en la que buena parte de nuestros artistas estaban sumergidos». De hecho, su obra es una de las fuentes en la que se alimenta el tropicalismo (impulsado, entre otros, por Gilberto Gil y Caetano Veloso) que se escucha en una carpa de Edén. Esa otra pieza es un laberinto de espacios para jugar: hay un arenero, un cajón de heno, otro para pisar o leer libros, y más para meditar o escuchar música. » E dén es un ‘campus’ experimental, una especie de aldea donde todas las experiencias humanas son permitidas», proponía Oiticica.

Las obras fueron efímeras. Los revivals nunca brillan con la fuerza disruptiva del original. Es lo mismo, pero nada es igual. En su tiempo, Tropicália señalaba la necesidad de un proceso experimental para superar los límites del cuadro, de la realidad de las favelas, del pensamiento «antropofágico», modelo de renovación cultural en América Latina que reivindicaba el mestizaje y alzaba la voz de la cultura popular en plena dictadura militar. De todas formas, tiene fuertes efectos que ofrecer aún hoy, los mismos que perseguía su autor: estimular los cinco sentidos y disparar la creatividad. Hay que olvidarse de todo aquello y ser un cuerpo vivo en pleno goce de libertad.

Para recrear las piezas lo más fielmente posible, sobrino del artista, César Oiticica Filho, comandó el montaje durante diez días. Tropicália estuvo cinco años expuesta en el Reina Sofía, en Madrid, y otra de las cinco versiones está ahora en el Jumex de México. «Está molesto con la Tate de Londres, que la tiene en exhibición permanente pero la muestra solo los fines de semana, por lo que reemplazaron las aves por una proyección de video», cuenta Martina Magaldi, responsable de Artes Visuales en la Usina. Ella vio la obra en la gran retrospectiva que el año pasado le dedicó al artista el Whitney de Nueva York e impulsó el proyecto de traerla. Los periquitos australianos de la versión local tienen chequeos veterinarios semanales, están en pareja y tienen juguetes. No se los ve mal.

Pardés significa «huerto» en hebreo y remite también a la idea del Edén. Pero es un bosque creado por Nicola Costantino donde laten las preocupaciones de la sociedad de hoy. En el laberinto de la sala, un mural fotográfico mete al espectador en escenas de personajes de fábula (mitad fantasiosos, mitad siniestros), que prueban frutos y comidas que la propia artista prepara como la alquimista que es. Nicola hizo el alambique (olla circular de hierro suspendida sobre fogón, como la de todo hechicero) que integra la exposición. Tras una pared está escondida la escultura central de su última exposición, Fuente de la vida, que puede espiarse a través de unos agujeros. Y los personajes andróginos tienen en la boca una escultura de 1997, Trilogía de bocas. De la boca humana sale un hocico de cerdo, de cuyo cogote cuelga la cabeza de una gallina. «Me gusta trabajar con la intertextualidad de obras de otros y mías, como en este caso», dice.

La artista, siempre en busca de nuevas técnicas, no deja dormir a su impresora 3D, con la que modela las esculturas de orquídeas y pájaros que después trabaja en resina. Las imágenes de este mural 360° continúan en el piso boscoso de tierra y hojas, e inquietan con la ambigüedad de lo que es y no es: las flores que parecen animales, los seres que no son hombre ni mujer, y el personaje central, corporizado por la mujer transexual conocida como La Leandra, que la artista vistió de orquídea en seda natural. «Hay en la pieza un fundimiento de lo animal y lo vegetal, de lo femenino y lo masculino. Algo muy de esta época. Las mujeres están luchando, ¡todavía! El 50 por ciento de la dicotomía hombre-mujer aún está en problemas, imaginate los que ni siquiera entran en ese binario», señala.

Fuente:  La Nación

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