El Nobel presentó en Madrid su último libro de relatos, «Siete cuentos morales», que aparece en primicia en español
En uno de los «Siete cuentos morales» (Literatura Random House) que J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) presentó ayer en Madrid, Elizabeth Costello, el personaje creado por el Nobel de Literatura hace ya casi veinte años, se pregunta: «¿Qué sería del arte de la ficción si no existiera el doble sentido?». La ambivalencia, sin embargo, no es propia del carácter de Coetzee. Eso lo deja para sus historias. Y quizás por eso emplea a Costello, que en esta última obra del escritor sudafricano, publicada en primicia mundial en español, tiene ya setenta y cinco años (tres menos que su creador) y se enfrenta, con cierto temor, al otoño de su vida.
Los años, para ella, empiezan a pesar. Algo que no parece ocurrirle al autor, que ayer se mostró, en el Espacio Fundación Telefónica, tan vigoroso para la conversación que poco parecía intuirse en él de ese desapego que siempre demuestra hacia las entrevistas. Le acompañaba la editora argentina Soledad Constantini, artífice, junto con Claudio López de Lamadrid, de que vaya a girar por España (es la primera vez que visita nuestro país para promocionar un libro) durante unos días: tras su paso por Madrid –el viernes estuvo en el Prado y hoy firmará ejemplares en la Feria del Libro–, visitará Bilbao (29 de mayo) y Granada (31 de mayo).
Volver atrás
Poco queda ya de aquel joven sudafricano que tomó un «giro equivocado» e intentó ser matemático. De hecho, llegó a estudiar Matemáticas en la Universidad, pero descubrió que no era «tan inteligente» y que su mente «empezaba a funcionar como una máquina». Fue entonces cuando Coetzee tomó la decisión que marcaría el resto de su vida: «Sólo podía admirarme a mí mismo si intentaba volver atrás». Y fue lo que hizo. Volvió sobre sus propios pasos y terminó en la Universidad de Texas, donde se doctoró en Literatura. Durante aquellos tres años, no recibió una gran educación, pero en la biblioteca de aquel centro encontró el talismán que encaminó su destino literario: el manuscrito de «Watt», la novela de Samuel Beckett. «Mi relación con EE.UU se ha vuelto bastante distante desde entonces, pero estoy muy agradecido por aquellos años en los que pude leer todo lo que quise».
Si entonces Coetzee estaba «enfadado» con su país de acogida «por la Guerra de Vietnam», con el paso del tiempo ha llegado a distanciarse tanto de la forma de vida estadounidense que hasta es hasta se ha vuelto «escéptico» con respecto a las bondades de su idioma. «Intentar explicar mi relación con la lengua en la que trabajo es profundo y complicado, pero tengo reservas hacia el inglés a nivel filosófico y hasta político. Estar incluido en un idioma es estar incluido en su visión del mundo, y cada vez me distancio más de la opinión que tiene del mundo el idioma inglés».
Coetzee siempre ha creído que «si un libro no puede hablar por sí mismo, es un fracaso, ese escritor no está enviando nada al mundo y, por tanto, debería callarse». Por eso, le hubiera gustado publicar su novela «La infancia de Jesús» sin título, para que fuera el lector quien sacara sus propias inclusiones. Pero el Nobel, también, pertenece al mundo real editorial y tuvo que inventarse un título para una de sus novelas más personales. «Aunque me educaron en un colegio católico, mi familia no era religiosa en el sentido estricto del término. En mi vida adulta, no he ido a la iglesia y la religión no es importante en mi vida, pero siempre me ha intrigado la vida y la muerte de Jesús, su autosacrificio». Al escritor le «conmovió» «El evangelio según San Mateo», de Pasolini, ese Jesús «salvaje, intenso y frágil» y, «sin ser creyente», reconoce que sí le influye «el pensamiento cristiano y me interesa lo que Jesús tiene que decir».
Hace años, un amigo escritor de Coetzee dio una conferencia en India y alguien le preguntó si podía decir algo de «esa escritora llamada Elizabeth Costello». El Nobel no puede evitar deslizar una sonrisa al comprobar cómo su personaje «ha llegado a tener vida propia y a escapar de mi control». Si bien ella se resiste a hacerse mayor y su capacidad de empatía es cuestionable, el genio de su creador permanece inalterable. Y, aunque no le asusta el futuro, sí tiene claro que, «si la historia se repite, nos equivocaremos tanto como nuestro antepasados, así que lo mejor que podemos hacer es olvidarnos de todo el daño hecho y seguir con nuestras vidas».
«No hay ningún motivo para que mis libros tengan que salir en inglés»