Los problemas de espacio obstaculizan el crecimiento de la librería efímera más grande y popular de España. El sector reflexiona sobre su evolución hacia un modelo más cultural
La Feria del Libro de Madrid encontró su lugar en el mundo hace ya más de medio siglo y ahora debe decidir qué quiere ser de mayor. De más mayor. A sus 77 años, con más de dos millones estimados de visitantes —¿cómo se distingue al mero paseante del letraherido?— unas ventas de 600.000 ejemplares y una facturación de 8,8 millones de euros en 2017, su lugar en el mundo, el Parque del Retiro, la esencia de su personalidad y de su fama internacional, se le ha revelado también como una condena. Y no solo por los consabidos contratiempos meteorológicos que, en el estreno de esta feria, convirtieron el viernes a libreros y editores en achicadores de agua a tiempo parcial. Sino, sobre todo, porque limita sus posibilidades de crecimiento y abre debates que no versan precisamente ni sobre el país invitado –Rumanía–, ni sobre la obra de sus más ilustres convidados de 2018: el nobel sudafricano J. M. Coetzee, y el rumano Mircea Cartarescu.
¿Qué hacer para poder dar cabida a todo el sector si cada vez más sellos —hoy son 800 en 363 casetas— quieren y pueden aspirar a un estand y no hay capacidad para estirar los 1.305 metros de paseo que cede el Ayuntamiento? ¿Debe barajarse un cambio de emplazamiento que no deje fuera a nadie? ¿Quiere esta feria seguir siendo en esencia un mercado donde prima el negocio o aspira también a formar al lector?
La mayor librería efímera
Nacida republicana en 1933 y silenciada entre 1937 y 1943 por la Guerra Civil y la primera posguerra, la mayor librería efímera de España es por su frescura, carácter lúdico, y espontaneidad, única en el mundo del libro en español. La feria popular por antonomasia, donde el sector tiene un gran escaparate para exhibir el trabajo de todo un año y el lector puede encontrar esa rareza con la que llevaba tanto tiempo soñando, ese ansiado best-seller que —recuperado su bolsillo tras la crisis, y con el 10% de descuento— ahora sí, puede permitirse, o donde puede lograr esa dedicatoria de su autor fetiche. «Hay un señor mayor que, cada dos o tres años, viene desde Portugal y compra todos los libros que he publicado en ese tiempo», cuenta Andrés Trapiello. «Lo que más simpático se me hace es que se los dedico y se los da a su criado, que es el que paga». Paseo, compra, firma. Paseo, compra, caña. Paseo, compra, siesta al aire libre con permiso del tiempo… En el Retiro no se firman contratos y las actividades culturales, aunque cada vez más abundantes, están en segundo plano.
«La Feria combina esa mezcla de personalidad cosmopolita y pueblerina que tiene Madrid. Es maravillosamente pueblerina», resume la escritora Rosa Montero. «Yo creo que no debe cambiar. Me paso la vida viajando y no conozco ninguna donde haya 400 autores tan increíblemente accesibles, donde tengas una relación con los lectores como tienes aquí, tan sencilla, tan sin intermediarios». A ella la han visitado lectores con frases o títulos de sus libros tatuados, le han llevado a niños bautizados con los nombres de sus personajes, y le han dicho una de las cosas más gratificantes que le pueden decir a un autor sobre un libro suyo: «Yo me convertí en lector el día que leí Temblor«.
La fórmula de la Feria, analógica donde las haya, ha funcionado durante décadas pero va planteando nuevos desafíos no siempre fáciles de resolver. El más básico, el del espacio disponible en el Retiro, tristemente famoso por la muerte en marzo de un niño de cuatro años al caerle un árbol.
Enfrentamientos
La cuestión es que no parece que vaya a crecer por mucho que lo haga la industria y muchos portazos que den los editores cuando se excluye, como se ha hecho, a la edición facsímil y se reduce, como también se ha hecho, el metraje de medio centenar de sus casetas, limitando así la visibilidad de muchos sellos para los que «la presencia en la feria es tan importante como las ventas», según Miguel Barrero, presidente de los editores de Madrid. Porque tras esta determinación, que confirma Belén Llera, directora general de Bibliotecas, Museos y Archivos del Ayuntamiento, está el juego de equilibrios municipal para proteger el parque, que ha generado no pocos enfrentamientos entre la dirección del Retiro y los libreros.
La última vez, la víspera del arranque de esta edición, cuando el nuevo reglamento impuesto obstaculizó el montaje de las casetas. «La directora del parque [por Caridad Melgarejo]no nos quiere en el parque», exclama Reyes Díaz, presidenta de los libreros madrileños. «Nos llegó a decir que nos fuéramos a Barajas y tuvo que intervenir la alcaldesa Carmena», continúa. «Si la Feria sale del Retiro, económicamente nos la vamos a cargar», sentencia su director, Manuel Gil. «En 1979 se hizo en la Casa de Campo y el desastre fue tamaño king size». Editores y libreros se han citado tras el cierre de esta edición para estudiar soluciones a un reto que, por otra parte, es doble, si como parece, la cita aspira a transformarse más allá del puro negocio.
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