Samuel Jaramillo González, un poeta diverso y diferente

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Además es economista, especializado en urbanismo, marxista, novelista y profesor.

Su infancia en la selva chocoana, su adolescencia en la zona cafetera, su juventud en la sabana de Bogotá y algunos años en ciudades de Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Argentina le han dado mucha tela de donde cortar para coser una poesía en la que transmite, con lenguaje original, sus vivencias intensas por esos espacios geográficos tan distantes y disímiles. Han sido siete libros que no han dejado indiferentes a sus lectores ni a los entendidos. Y en narrativa: una biografía y una novela, escritas con la destreza del experto y la belleza del poeta, se han vendido muy bien, a pesar de no contar con publicidad distinta a la del boca a boca.

No levanta la voz ni es ostentoso en sus argumentos, pero sus verdades no admiten discusión. Tal vez por esto, desde los catorce años en que comenzó a escribir poesía, publicada en los magazines literarios de la prensa nacional, tuvo la certeza que sería poeta. Certeza que refuerza con la premisa de que la poesía es una profesión precoz. Si no fuera así, ¿cómo explicar que Baudelaire no escribió una letra más después de los 19 años?

También, desde su adolescencia tomó la decisión de combinar el verso con una profesión que le permitiera vivir bien, sin tener que escribir por encargo o traducir tratados médicos. Trae a colación al escritor Ezra Pound, que fue cajero de banco por quince años y con ese sueldo solventó su existencia a la vez que logró consolidar esa obra poética modernista de relevancia.

“El poeta no tiene que responder a ese estereotipo que lo pone como vago, el que rompe copas en las fiestas o el que más alcohol bebe. Ser una persona productiva, buen profesional, no le quita méritos ni le disminuye creatividad”, asevera, siempre sonriente.

Padrinos y militancia

Comenzó estudiando arquitectura, pero le pareció que esa no era la mejor época para desarrollar los proyectos urbanísticos que concebía y se cambió a un programa doble: Economía y Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. Encontró en esas dos facultades, sobre todo en la de Letras, un fervor izquierdista, como nunca más se volvió a vivir, y además tuvo la fortuna de hallar respaldos para la escritura de su poesía. Su profesor Eduardo Camacho Guizado, por citar tan solo un nombre, no solo lo alentó, sino que se convirtió en su auspiciador.

Por el lado de la militancia política había partidos para todos los gustos. Samuel Jaramillo recuerda divertido el primer grupo en el que militó. “Era maoísta, en años lejanos en los que ni se había fundado el Moir; respondía al nombre de Sol Rojo y Fusil”.

Esa extraña mezcla de poética prochina con insurgencia doméstica no lo convenció. Así que se fue a donde los socialistas, con los troskistas más específicamente, que le parecieron sofisticados: se sentía más seguro siguiendo los planteamientos de Trotski, quien suscribió manifiestos con los surrealistas y fue amigo de André Breton, que con los compañeros que ansiaban repetir la Gran Marcha por esta tierra y a quienes no les gustaba su poesía. “La encontraban derrotista y muy sofisticada para sus bases”, expresa.

Samuel Jaramillo, como tantos otros jóvenes de esos años, se hizo socialista de tiempo completo. “Me eché sobre los hombros la responsabilidad de cambiar este país a punta de discursos, de vender prensa obrera escrita por intelectuales y de unirnos a cuanta lucha obrera y popular tenía ocurrencia. Vivíamos los días, con sus noches, angustiados porque los resultados eran exiguos a pesar de todo lo que trabajábamos”. Ayudó a los vecinos de los barrios de la Perseverancia y alrededores en su lucha contra la construcción de la avenida de los cerros; escribió en el periódico de su partido sesudos análisis marxistas, fue solidario con los pliegos de peticiones de los bancarios, de los maestros, de los obreros de Vanitex y un largo etcétera, en una época de paros y protestas. Pasaba horas en esos grupos de estudio, en los que la revolución permanente era la razón de su existencia.

Contra cualquier pronóstico se graduó de economista y de filósofo. Justo en ese tiempo comenzaron las divisiones de su partido y decidió viajar al exterior a doctorarse en dos cuestiones: una muy concreta, aspectos urbanos y regionales de la vivienda y la propiedad del suelo, y, otra más abstracta, teoría económica marxista. En Francia fue alumno preferido del sociólogo y urbanista Manuel Castells.

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