Antonio Skármeta, escritor: «La relación entre la poesía y la vida era más intensa antes en Chile

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«El Cartero de Neruda» vuelve a publicarse con una edición ilustrada por Raquel Echeñique, que el autor espera, logre conectar con los lectores jóvenes. «Es una generación tan visual, que viven entre imágenes», asegura.

«Fue uno de aquellos días de desconsolado vagabundeo» cuando el personaje Mario Jiménez encontró en la ventana de la oficina de correos, un aviso que no pudo resistir, y que lo llevaría a asumir el trabajo de repartirle cartas a un solo cliente en Isla Negra: Pablo Neruda.

Con estas primeras escenas arranca «El Cartero de Neruda» (1985), una historia de Antonio Skármeta que a estas alturas ya es considerada un clásico de la literatura chilena. Una nueva edición ilustrada (Lumen, $14.000) vuelve a poner la obra sobre la palestra, esta vez con un ejemplar donde las andanzas del cartero Mario Jiménez van acompañadas de obras de la dibujante chilena Raquel Echeñique. «La artista fue muy sensible a los personajes y a las situaciones. La mezcla de las imágenes con las palabras produce un efecto estimulante», dice Skármeta tras hojear esta edición de lujo de su emblemática obra. El autor, Premio Nacional de Literatura 2014, espera que este tomo ilustrado logre conectar con nuevos lectores jóvenes: «Esta es una generación tan visual, que viven entre imágenes», dice. A más de 30 años de que «El Cartero de Neruda» viera por primera vez la luz, el autor conversó acerca de la importancia que en su carrera literaria tiene esta obra, que para la fecha ha sido traducida a más de 20 idiomas.

– ¿Qué lugar ocupa «El Cartero de Neruda» en la historia de su carrera como escritor?

«Es un libro que significa mucho para mí. Tuve el privilegio de hacer una película que se llamó ‘Ardiente paciencia’, con el gran actor Roberto Parada haciendo de Neruda. Luego tuve la suerte de que el director Michael Radford se interesó en mi obra para hacer la película ‘El cartero’, que incluso llegó a la selección de los Oscar. También una ópera cantada por Plácido Domingo y varias obras teatrales de gran relevancia. Son todas satisfacciones, y ahora este libro ilustrado, ya es una bendición. Es una obra a la cual le tengo gran cariño por que me ha tratado muy bien».- ¿Recuerda cómo fue el proceso de escribirla?

«Sí, lo recuerdo. Escribí esta obra viviendo en Alemania y muy concentrado en los recuerdos más emocionantes que tenía de Chile, desde la distancia. Aparecían situaciones de mi vida vinculadas al colegio, a mi familia, a mis amores. Entre ellas destacó Pablo Neruda y el recuerdo de las visitas que le hice a Isla Negra, donde yo viajaba ocasionalmente manejando una citroneta. La figura de Neruda y su poesía me tendió un puente hacia Chile».

– ¿Qué relación tuvo usted con Pablo Neruda?

«En primer lugar, la de un lector entusiasta de su obra. Yo tenía por él una admiración muy grande -y la sigo teniendo-, y cometí la ingenuidad o el desacato de llevarle el primer libro que publiqué. Con ese ímpetu de la gente joven, le llevé el libro que se llamaba «El entusiasmo», y Neruda me dijo que lo iba a leer y que volviera en un par de meses. Volví en dos semanas. Él algo había leído y me dijo que encontraba que el libro estaba bueno, y ahí fue que enunció la famosa frase, tan curiosa: ‘Que te diga que tu libro es bueno no quiere decir mucho, porque todos los primeros libros de escritores chilenos son buenos’. Luego lo habré visto unas siete veces, siempre en encuentros muy agradables y llenos de humor, en que jugábamos a cambiarle palabras a poemas suyos, o de otros autores, para producir efectos cómicos. Nos reíamos de esas travesuras y a veces yo iba con alguna amiga para que conociera a Neruda, y si estaba de buen humor, hasta nos invitaba a almorzar».

– ¿Cómo diría que ha cambiado Chile, desde que comenzó a escribir esta obra, hasta el día de hoy?

«Creo que la relación entre la poesía y la vida era más intensa en los tiempos que vivía Pablo Neruda. Los lectores constantes o esporádicos se sentían alentados por la presencia de un poeta del volumen de Neruda, que luego obtendría el Nobel de Literatura. El premio reafirmó el de otra gran poeta, Gabriela Mistral. Era asombroso que Chile tuviera dos poetas de fama mundial y un grupo de otros muy buenos: como Jorge Teillier y Enrique Lihn. Fueron tiempos maravillosos en que los chilenos se sentían más representados por poetas que por la selección de fútbol. Yo diría que el país hoy tiene un trato menos íntimo y épico con la literatura y me imagino que son muchos los factores. Por cierto el auge de la TV, luego internet, la computación… todos estos son fenómenos que ocupan el intelecto y van llenando la vida.Había una pregunta que me hacían mucho los periodistas cuando publiqué mis primeros libros: ¿Qué tiene Chile que produce tan buena poesía? Incapaz de describir de manera exhaustiva la belleza de nuestra gente, del paisaje, del mar, de la cordillera, de la historia chilena y de sus dramas, siempre abreviaba diciendo que «la poesía es buena, porque el vino es bueno». Con eso salía del paso, se sonreían y yo me libraba de la pregunta».

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