Elogio de Guillermo Morón (1926-2021)

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“Si una vida fue amplia y generosa, fue la suya. Sus vocaciones, intereses e increíble capacidad de trabajo (a veces 20 horas al día) parecen ser los de varios hombres sumados en uno solo. Todo indica que fue capaz de alcanzar sus sueños, o al menos una parte fundamental de los que empezó a pergeñar desde su pupitre de escolar en Carora. Escribió mucho, lo que es la felicidad para quien ama escribir, y fue leído y en general celebrado. Creó y fomentó instituciones. Tuvo éxito como editor, como gerente y como empresario”

Al morir, el 19 de noviembre de 2021, Guillermo Morón tenía noventa y cinco años,  más de setenta libros publicados y la distinción de ser uno de los historiadores más conocidos y atendidos de Venezuela.  Incluso, para muchos, el historiador por antonomasia del país.  Su Historia de Venezuela, en cinco volúmenes, fue un verdadero éxito editorial, con numerosas ediciones en el medio siglo que ha corrido desde su aparición en 1971; sus manuales escolares fueron intensamente usados por varias generaciones de estudiantes y maestros; sus novelas lograron vender tirajes enteros; sus columnas de prensa fueron muy leídas y comentadas; sus micros de televisión lograron familiarizar su rostro entre quienes normalmente no leen libros de historia ni se saben el nombre de ningún historiador. Mucho antes de que la historia pública fuera una categoría, de que los profesores universitarios se preocuparan por dialogar con el mundo que está más allá de los campus, y de que los medios y las redes fueran un espacio común para la historiografía, Morón era ya un historiador público. Aquello no pareció responder a un plan predeterminado, sino que era expresión de su vida multifacética de educador, empresario,  gerente, periodista y narrador, completamente entregado a uno de los más grandes esfuerzos colectivos de la historia venezolana: la construcción de una modernidad en la segunda mitad del siglo XX.

Si entre las décadas de 1950 y 1990 se crearon instituciones, se fomentó la riqueza, se alcanzaron grandes logros sanitarios y educativos, se revolucionó la historiografía, con todo lo que eso implica para la conciencia que una nación tiene de sí misma, se debió al esfuerzo de hombres y mujeres como Morón. Los volúmenes de lomo azul de su Historia de Venezuela se convirtieron en una imagen común en casi todas las bibliotecas públicas y privadas, por lo que son lo primero a lo que refiere su nombre. Pero tanto o tal vez más importante para la historiografía fue su papel como editor, sobre todo desde la Academia Nacional de la Historia. Coordinó y curó la colección Sesquicentenario de la Independencia, que puso al alcance de todos documentos, testimonios y periódicos que, básicamente, moldeó casi todo lo que se ha escrito sobre el período desde entonces.  Impulsó los casi trescientos tomos de la colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, que en esencia articuló los estudios de historia colonial, casi por completo desatendidos hasta el momento. Coordinó una Historia general de América de más treinta volúmenes, que reunió a muchos de los principales americanistas del mundo. Organizó la edición comentada de autores venezolanos del siglo XIX, la Colección Clásicos Venezolanos, que en las letras tendrá un impacto similar al de la colección Sesquicentenario. Hizo de su Historia de Venezuela un verdadero bestseller, lo que es notable para cualquier libro de historia (y en especial para uno de cinco volúmenes). Dirigió la Revista Shell, una publicación cultural clave de Venezuela, durante uno de sus momentos de oro. Fomentó la carrera de muchos jóvenes investigadores, a quienes les publicó sus primeros trabajos; difundió en Venezuela estudios de historiadores extranjeros; rescató a numerosas tesis del olvido de las bibliotecas universitarias, a todavía más documentos de archivos a los que sólo accedían especialistas, a muchísimos clásicos del peligro de que desaparecieran con los dos o tres últimos ejemplares que quedaban de sus obras.  Y así, ayudó como pocos a transformar a la historiografía venezolana.

Guillermo Morón nació en Carora en 1926, hijo de Armando Morón, que muere cuando tenía nueve años, y de Rosario Montero de Morón, maestra de escuela y figura clave en su formación como hombre e intelectual.  La familia se mudó a Cuicas estando recién nacido, por lo que los primeros años y recuerdos transcurren en aquella localidad trujillana. La madre, que queda viuda y debe hacerse cargo de la familia, compulsa muy rápido su interés por las letras y lo incentiva. Los Morón regresan a Carora, donde estudia la primaria y halla otra referencia fundamental: el escritor Cecilio Chío Zubillaga, que hace amistad con el joven, lo orienta y acerca a nuevas ideas y lecturas. En 1945, tras graduarse de bachiller en el famoso liceo Lisandro Alvarado de  Barquisimeto y de empezar a escribir en periódicos de la región (llegó a ser jefe de redacción de El Impulso), se marchó a Caracas para iniciar estudios superiores. Lo hace en el Instituto Pedagógico Nacional (hoy de Caracas), donde sigue el profesorado en Ciencias Sociales. Es el paso definitivo hacia su vocación de maestro e historiador. Comparte su tiempo entre las clases a nivel medio, sus estudios y una intensa actividad escribiendo artículos de opinión y cuentos, que poco a poco empiezan a ser aceptados en las páginas de Fantoches, El Nacional y El Heraldo.

En 1949 egresa del Pedagógico con el título de Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales en la famosa promoción Juan Vicente González. Entre sus compañeros están Ramón Tovar y Federico Brito Figueroa, a quien lo unirá una estrecha amistad y una cordial confrontación ideológica. Si un deslinde asumió Morón ya como estudiante, fue su enfrentamiento al marxismo en una época en la que se expandía en el mundo académico.  Toda su vida sostendrá, frente a las ciencias sociales del momento, una preferencia por el humanismo de corte clásico; frente al materialismo, sus convicciones cristianas; frente a los enfoques centrados en la economía, la reivindicación del papel del espíritu. Eso, en las décadas de 1970 y 1980, le ganó no pocos enemigos, pero hoy lo perfilan como un pensador original, que sin dejar de ser controvertido, en muchas cosas antecedió a la revaloración de lo cultural que hoy se vive en el mundo académico.

Como fue norma con los egresados del Pedagógico hasta entrada la década de 1970, Morón regresó a su tierra para ejercer el magisterio en su Liceo Lisandro Alvarado (ahí tuvo la oportunidad de darle clases de historia a dos muchachos talentosos: Rafael Cadenas y Manuel Caballero). También obtiene un cargo muy bien remunerado: secretario del gobernador del estado Lara, nada menos que el también historiador Carlos Felice Cardot.  Pero tras el magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud y el endurecimiento de la dictadura, Rosario Montero, que tenía una idea muy clara de lo que habían pasado los escritores durante el gomecismo, concluyó que lo mejor era sacar al hijo intelectual del país. En lo que debió ser un sacrificio de toda la familia, es enviado a estudiar a España. Será la segunda estación fundamental de su vida.

Los tres años en la Universidad Central de Madrid (hoy Complutense), entre 1951 y 1954, lo pusieron en contacto con todo el movimiento americanista que entonces se impulsaba en la academia española, muy alineado con la política de la hispanidad del franquismo. En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en especial en su Revista de Indias, y en diversas universidades, maestros como Francisco Morales Padrón y Demetrio Ramos Pérez estaban revolucionando lo que se sabía del pasado colonial hispanoamericano. El joven Morón se imbuyó en esa escuela. Su tesis doctoral, Los orígenes históricos de Venezuela, constituyó la síntesis de lo que se sabía en aquel momento del siglo XVI venezolano. En una historiografía que a lo sumo repetía lo dicho por los cronistas (con algunas excepciones, como la del gran Luis Ramón Oramas), aquello fue una ráfaga de aire fresco: todos los aportes que el movimiento americanista de España estaba produciendo entraron de ese modo a la historiografía venezolana. Publicada en 1954 por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (pero con financiamiento por la Universidad Central de Venezuela), el libro rápidamente llamó la atención a los dos lados del océano, y Morón se convirtió en la gran promesa de la historiografía venezolana. No por coincidencia, logró obtener una Beca Humboldt para estudiar Filosofía y Lenguas Clásicas en Alemania (según se repite, fue de los primeros latinoamericanos en obtenerla). Vuelve a destacarse: para 1956 el joven caroreño es ya profesor de la Universidad de Hamburgo. ¿Habrá que aclarar que era un políglota en lenguas clásicas y vivas, capaz de defenderse bastante bien en alemán, en griego y latín? Ese mismo año publicó su manual de secundaria Historia de Venezuela, que se reeditó una decena de veces.

Para 1958 Venezuela era una tierra de oportunidades. Cristóbal L. Mendoza lo incorpora como director del recién creado departamento de publicaciones de la Academia Nacional de la Historia. Su primer proyecto fue la Colección Sesquicentenario de la Independencia, que editó documentos, testimonios y periódicos de la época, que en las siguientes décadas moldeará casi todo lo que se ha investigado sobre el tema; se incorpora a la compañía Shell de Venezuela, que por su producción y ganancias era una de las empresas petroleras más grandes del mundo, donde se le nombra director de la Revista Shell; y comienza a dar clases en la Universidad Católica Andrés Bello como profesor de historia de la literatura venezolana (fue con sus alumnos que organizó la Colección Clásicos Venezolanos, que a su vez consiguió financiar por la Shell: así era como aunaba sus diferentes facetas el esfuerzo de promover la cultura).  Por si fuera poco, consigue un crédito para comprar una imprenta y hacer de su vocación de impresor una actividad empresarial. En 1959 es elegido Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Es de los más jóvenes en haber alcanzado la distinción.

En 1966, durante los grandes debates por las reformas de las leyes de hidrocarburos y de impuesto sobre la renta, Morón incursiona en la política. Creó uno de los primeros movimientos de carácter liberal (o podría decirse neoliberal) en la Venezuela contemporánea, el muy controvertido Comité de la Clase Media.  Fue un grupo de presión con bastante resonancia en su momento y que resultó muy exitoso, ya que ambas reformas fueron detenidas. Esa experiencia lo llevó a ser coordinador del Movimiento Desarrollista, de Pedro Tinoco, en 1968. En lo siguiente mantendrá una fluida relación con el mundo político, incluso llegó a ser diputado, pero ya sin dejar su centro en el mundo académico y en sus actividades de editor. En 1971 publica su Historia de Venezuela en cinco volúmenes, obra que desde el primer momento generó admiración y controversia, y que fue la suma de los quince años anteriores de trabajo historiográfico (el primer tomo son Los orígenes históricos de Venezuela). Objeto de críticas y elogios, la sociedad salió con alacridad a comprarla, siendo otro de los grandes bestsellers de la época dorada de las editoriales venezolanas, cuando fueron un buen negocio.

Recogiendo lo que ya se vio en su tesis doctoral y lo que estaba impulsando en las Fuentes para la historia colonial de Venezuela, su principal aporte está en que la visión del período colonial es innovadora y une los pedazos de las historias regionales, y normalmente desatendidas (la “estructura provincial”), en un conjunto coherente para entender a la Venezuela que existe desde 1777.  Es verdad que su rechazo al marxismo y en general a las corrientes historiográficas predominantes en Venezuela entonces, en su momento le dieron un sabor un poco anticuado en muchas de sus ideas, susceptible de polémicas e incluso de señalamientos encendidos, algunos atendibles; y que sus posturas muy críticas frente a la democracia fundada en 1958 no dejan de ser controvertidas: Morón siempre condenó al 18 de octubre y lo que consideró la interrupción una evolución gradual y sosegada hacia la democracia. Pero no por eso dejó de convertirse en una pieza clave del establishment democrático. Guillermo Morón fue director de la Academia Nacional de la Historia entre 1986 y 1995. Durante aquellos cinco bienios desplegó su usual actividad, impulsando el trabajo de sus departamentos de investigaciones históricas y de publicaciones.

A los sesenta años de edad publicó su primera novela, de sabor autobiográfico, El gallo de las espuelas de oro, que es un éxito en las librerías y entre los lectores. Hasta el final de su vida siguió siendo el historiador público de avanzada, acaso el primero de Venezuela;  escribiendo en la prensa, artículos de opinión y ensayos; dictando conferencias, promoviendo ediciones, editando libros suyos y publicándole a muchos sus trabajos, no pocas veces como un impulso de maestro a jóvenes talentos. Si una vida fue amplia y generosa, fue la suya. Sus vocaciones, intereses e increíble capacidad de trabajo (a veces 20 horas al día) parecen ser los de varios hombres sumados en uno solo. Todo indica que fue capaz de alcanzar sus sueños, o al menos una parte fundamental de los que empezó a pergeñar desde su pupitre de escolar en Carora. Escribió mucho, lo que es la felicidad para quien ama escribir, y fue leído y en general celebrado. Creó y fomentó instituciones. Tuvo éxito como editor, como gerente y como empresario. También lo tuvo aquellas veces que se incursionó en la política. Es célebre su capacidad para vivir feliz la vida (a pesar de todo lo que hizo, siempre le alcanzó el tiempo para compartir la mesa y las copas con los amigos).  Dios, en quien creyó mucho, lo bendijo con una familia amplia y con una vida larga.  Y en el ínterin dejó una obra fundamental para la historiografía latinoamericana.

No debe extrañar, por lo tanto, que al morir el 19 de noviembre de 2021, fuera llorado y homenajeado como uno de los intelectuales más conocidos, atendidos y sobre todo queridos del país.  Que descanse en paz.


*El presente texto apareció inicialmente en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, No. 416, octubre-diciembre 2021, pp. 151-157.

Autor: Tomás Straka

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