Señalemos de entrada algunas de las características que hacen de la muestra Lorenzo Lotto. Retratos un proyecto excepcional. En primer lugar, porque nunca antes había sido abordado el tema mediante una exposición monográfica; en segundo, porque ésta es la primera vez que se organiza una exposición de este grandísimo pintor veneciano en nuestro país, donde se conserva un solo cuadro en el Museo del Prado; en tercero, porque cuenta en su haber reunido casi medio centenar de piezas, algunas entre las mejores de este autor; en cuarto, porque, aunque el foco principal de su atención es, como se anuncia, los retratos, género en el que destacó sobremanera este artista, se ha hecho un hueco holgado complementario para presentar algunas manifestaciones características de la su también muy original y bellísima pintura religiosa; y en quinto, por su espléndido montaje y presentación, que lleva la acreditada firma de Jesús Moreno. Y, en fin, por si fuera poco, que aún debería señalarse como acontecimiento muesístico el hecho de que se inserte su inauguración en un momento en que el Museo del Prado exhibe simultáneamente otro par de muestras de primer rango: las de los bocetos de Rubens y la titulada Pintura italiana sobre piedra 1530-1550, formando las tres un conjunto una oferta internacionalmente simpar.
Por lo demás, la biografía de Lorenzo Lotto y su ulterior fortuna crítica no dejan de llamar la atención. Este maestro, nacido en la propia ciudad de Venecia en una fecha incierta que los especialistas emplazan hacia 1580, tuvo una formación y un arranque de su carrera brillantísimos, pues tuvo como modelos a Giovanni Bellini, del que al parecer fue discípulo directo, junto a Giorgione y Tiziano, pero también fue influido por Antonello da Messina o Durero, una manifestación del importante calado y de la variedad de la configuración de su propio estilo. Su inicio como profesional en Venecia estuvo acompañado de un éxito notable, que le auguraba lo mejor, pero la dura competencia con otros genios locales, como Tiziano, Tintoretto o Veronés, todos ellos dotados de un temperamento más pugnaz y empresarial que el que poseía Lotto, le obligaron a salir del coto cerrado de la capital de la República y buscarse la vida por otras ciudades comparativamente menores del Véneto y aledaños. De esta guisa, consiguió sobrevivir Lotto con una desigual fortuna, que, como suele ocurrir en el curso de cualquier vida, fue declinando su estrella con el paso de los años para acabar como oblato en Loreto por no saber donde caerse muerto.
Ayer y hoy, la verdad es que hay muy pocos artistas que logran sobrevivir holgadamente con su trabajo, y, aún menos, si echamos la mirada atrás, porque, hasta nuestra época, tampoco había muchas alternativas si la suerte no te acompañaba. En este sentido, la personal frustación de Lotto no puede considerarse una excepción, como tampoco que, a su muerte, no fuera reivindicado. En realidad, esta reivindicación de su memoria y labor tuvo que esperar hasta el siglo XX, cuando Berenson revisó al alza el hasta entonces despreciado arte italiano del siglo XV, pero, sobre todo, no ingresó en el aprecio público hasta la segunda mitad de dicha centuria. En cierta manera, este reconocimiento amplio de su obra es reciente, como así lo acredita la muestra que ahora comentamos, que, como ya se ha dicho, es la primera que se hace de este maestro en España y, a su vez, también la primera en el mundo que aborda monográficamente su retratística, un género donde Lotto hizo muy relevantes contribuciones. Así lo demuestra el retrato que conserva el Prado, novedoso por ser en Italia el primero de una pareja de recién casados, como asi lo manifiestan diversos elementos heráldicos. Forzado en esa ocasión a un formato apaisado, Lotto lo siguió cultivando en los retratos individuales, lo cual daba a la figura una mayor holgura espacial y la posibilidad de abarcar un horizonte más amplio. De una forma u otra, la extraordinaria calidad de los retratos de Lotto no se limita al formato, sino que afecta también a la composición, al aspecto psicológico, al buen criterio para aprovechar simbólicamente los detalles circunstanciales para identificar la personalidad, rango y oficio del efigiado, a su prodigiosa manera de representar las manos y a otros elementos de parecido interés. Sea como sea, el resultado es que los retratos de Lotto son tan modernos que quizás nos impresionen más ahora que cuando los pintó, porque nos dan la sensación de que sus fisionomías y actitudes son las nuestras. Es verdad que, durante la primera mitad del siglo XVI, en pleno manierismo, proliferaron este tipo de retratos que ahora tanto nos gustan, pero, incluso en contraste con los maravillosos retratistas de entonces, Lotto destaca. En la exposición que comentamos hay una selección donde nos encontramos con algunos de los mejores y más conocidos, como Retrato de joven con lámpara (h. 1506), Andrea Odoni (1527), Retrato de mujer inspirada en Lucrecia (h. 1530-33) o Retrato de joven (h. 1530-32), pero hay además otros de igual calibre, aunque no sean tan populares como los antes mencionados, desde el muy temprano Retrato de joven (h. 1498-1500), todavía muy bellinesco, pero con unos ojos y una boca que delatan una profunda perspicacia psicológica, hasta El obispo Bernardo de Rossi (1505), Retrato de joven (h.1512-13), Lucina Brembati (1520-23), Retrato de joven con libro (h.1525), Retrato de caballero (31535?), Retrato de hombre con barba (h. 1540), Retrato de hombre con sombrero de fieltro (h. 1541) o Retrato de arquitecto (h.1540-42), por solo citar de pasada algunos de los más sobresalientes.
Pero además de esta soberbia galería de retratos, la exposición también husmea en otros géneros practicados por Lotto, y, en especial, el de su pintura religiosa, donde delicadas figuras estilizadas se contorsionan en el espacio como un armónico ballet, cuya gestualidad se dramatiza en concertados giros, y todo queda envuelto en una atmósfera cromática de satinado relumbre brillante donde los colores se contrastan con original imaginación. Era éste un complemento imprescindible en un país como el nuestro donde se presenta monográficamente por primera vez la obra del pintor veneciano.
Por último, hay también una aportación añadida a este conjunto, al no solo ser acompañado por vitrinas que contienen diversos objetos textiles y orfebres, que no solo ilustran los vestidos y las joyas de los efigiados en los cuadros, sino que lo hacen para explicar su función simbólica dentro de la narración. Con ello se demuestra que no estamos solo ante una presentación de cuadros de Lotto, sino ante una interpretación de los mismos, en muchos casos novedosa. Es muy interesante al respecto el énfasis puesto en los retratos donde el personaje es representado como encarnación de un ideal de santidad, un asunto candente precisamente en un momento histórico de pugna ideológica que excitaba el control y la censura de las imágenes.
Esta exposición, que tras ser exhibida en el Prado recalará en la National Gallery de Londres, ha sido comisariada por Enrico Maria dal Pozzolo y Miguel Falomir, con la colaboración de Mathias Wivel. A todos ellos hay que felicitarles por su espléndido trabajo, asi como también hay que hacerlo con la disposición y el montaje de las obras, y sin olvidarnos del bello y sabio catálogo, un complemento, en este caso, imprescindible.
Autor: Dr. Francisco Calvo Serraller