El museo que vende ‘warhols’ para comprar obras de mujeres y negros

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Una pinacoteca de Baltimore se desprende de varios cuadros de su colección para financiar la adquisición de piezas de grupos sociales poco representados y corregir el canon del arte

Hay museos que cacarean su voluntad de abrir sus salas, en un futuro hipotético y necesariamente lejano, a más mujeres y artistas surgidos de las minorías étnicas. Y luego están los que realmente toman cartas en el asunto. El Museo de Arte de Baltimore (BMA) se sitúa, sin lugar a dudas, en el segundo grupo. La pinacoteca estadounidense, soberana institución fundada en 1914 en esta ciudad de la costa este, ha generado estupor y titulares al vender siete obras de su colección, firmadas por nombres de primerísimo nivel como Andy Warhol o Robert Rauschenberg, para financiar la compra de otras piezas de artistas pertenecientes a colectivos poco representados en sus salas. Principalmente, mujeres y afroamericanos. Se trata de “corregir o reescribir el canon artístico de la posguerra”, como sostiene su director, Christopher Bedford, un escocés de 40 años que llegó al museo hace dos con la voluntad deliberada de hacer temblar sus muros.

El BMA ha tomado medidas drásticas para terminar con esa situación. En mayo, el museo se desprendió de cinco obras en una subasta en la sede neoyorquina de Sotheby’s. Entre ellas había piezas de destacadas figuras de la abstracción estadounidense, como Franz Kline, Kenneth Noland o Jules Olitski, además de un cuadro de la serie Oxidation paintings (1978), que Warhol realizó invitando a algunos de sus amigos a orinar sobre un lienzo cubierto de pintura metálica. Otro gran formato del artista pop, Hearts (1979), debería ser transferido en una venta privada en las próximas semanas, tal como un mural de Rauschenberg, Bank job (1979), demasiado grande para ser expuesto regularmente. En total, la venta de las obras, todas ellas firmadas por hombres blancos, debería generar un mínimo de 12 millones de dólares (10,3 millones de euros), que pasarán a formar parte de un fondo para rellenar los huecos de su colección del arte posterior a 1945. Hasta ahora, el presupuesto anual del museo para las nuevas adquisiciones era de 475.000 dólares (407.000 euros).
Parte de ese dinero ya ha sido reinvertido. Sirvió para comprar obras de artistas como Wangechi Mutu, Isaac Julien, Njideka Akunyili Crosby o Lynette Yiadom-Boakye, todos ellos surgidos de la diáspora africana. En la lista también figura Amy Sherald, “No entiendo por qué se le da tanta importancia. Es importante que la colección esté al día. Además, los autores de las obras vendidas ya figuran en museos de todo el mundo”, sostiene la artista, que también forma parte del consejo de administración del BMA. “Diversificar era un paso necesario. El museo toma esta decisión porque el mundo del arte está cambiando. Se empieza a contemplar el trabajo que los artistas negros llevamos décadas haciendo. Nuestras obras deben figurar en las salas de los museos y no solo en los sótanos de centros culturales”, explica Sherald durante una pausa del rodaje de la nueva serie de Spike Lee para Netflix, en la que se interpretará a sí misma.artista afroamericana de 44 años que reside en Baltimore desde 2002 y que se dio a conocer cuando Michelle Obama la escogió para firmar su retrato oficial»,
Desde hace varios meses, el museo propone un diálogo incómodo pero estimulante y se plantea la necesidad de recoger la experiencia afroamericana en el museo, igual que el reciente video ultraviral que Beyoncé y Jay-Z filmaron en el Louvre. Las obras de los maestros de los últimos dos siglos, de Fragonard a Pollock, conviven con las colchas bordadas de Stephen Towns, joven artista negro de Carolina del Sur, y con las alegorías sobre el esclavismo que propone Meleko Mokgosi, nacido en Botswana y residente en Nueva York. Durante el verano, todas las muestras temporales están protagonizadas por artistas de color, encabezados por Jack Whitten y sus monolitos dedicados a titanes de la cultura afroamericana, de Muhammad Ali a Maya Angelou, y por Maren Hassinger y su mezcla de arte povera y performance teñida de negritud. Además, una pequeña exposición recuerda la pionera muestra dedicada al arte afroamericano que el museo albergó 1939, que también sería una de las primeras en todo el país. Baltimore aspira a volver a ocupar ahora esa misma vanguardia. “Queremos ser un modelo a seguir”, admite el director.
El gesto es encomiable, pero presupone que cualquier visitante afroamericano siempre preferirá ver una obra de un artista de su mismo color de piel que un cuadro de una figura fundamental como Warhol. “Es alguien importante para todo el mundo, también para los negros. Pero ya tenemos muchas obras suyas en el museo. Contamos con una sobreabundancia de material que provoca que sigamos contando la misma historia del arte una y otra vez”, responde Bedford. “Creo que podemos hacer un trabajo más efectivo si nos desprendemos de una o dos obras suyas. No tendrá prácticamente ningún impacto en nuestra manera de relatar la historia del arte”. Es cierto que el museo cuenta con otras 94 obras de Warhol en su colección y que el resto de autores revendidos también seguirán figurando en ella a través de obras que el BMA consideró de mayor calidad. Pero también lo es que Kerry James Marshall, nueva superestrella del arte afroamericano que en mayo batió un récord al vender uno de sus cuadros por 21 millones de dólares (18 millones de euros) suele acudir a un hombre blanco para resolver sus problemas con la reproducción de la luz sobre el lienzo. Su nombre es Rubens.

Un fenómeno polémico pero habitual en Estados Unidos

La reventa de obras de las colecciones de museos es infrecuente en Europa, donde suelen ser de titularidad pública y no pueden ser adjudicadas al mejor postor, salvo en algún caso excepcional. Resulta mucho más habitual en Estados Unidos, donde los museos tienden a ser estructuras privadas y actúan con relativa autonomía. “Casi todos los museos enciclopédicos de Estados Unidos han desarrollado campañas de este tipo, algunos incluso en la década posterior a su fundación”, señala Martin Gammon, fundador del Pergamon Art Group, que asesora a colecciones públicas y privadas, y autor de Deaccessioning and its discontents (MIT Press), reciente volumen sobre la historia de esta práctica.

Si la decisión de Baltimore no ha despertado excesivas críticas, salvo alguna tribuna indignada en la prensa local, otras iniciativas similares levantaron sonadas polémicas. En 2013, la Academia de Bellas Artes de Pensilvania vendió uno de los dos cuadros de Edward Hopper que poseía para financiar la compra de obras de artistas afroamericanos como Mark Bradford, Odili Donald Odita o Mickalene Thomas. En 2009, el Rose Art Museum, en Massachusetts, estuvo a punto de cerrar sus puertas y de vender una colección de 900 obras, en las que figuran obras de Andy Warhol, Roy Lichtenstein o Jasper Johns. La Universidad de Brandeis, propietaria del centro, anuló la operación ante la indignación del mundo del arte y el anuncio de sanciones por parte de la Asociación de Directores de Museos de Arte, que solo permite vender obras si es para comprar otras nuevas.

En los setenta, el Metropolitan Museum de Nueva York fue criticado por la reventa de distintas obras para sufragar los 5,5 millones de dólares que costaba el retrato de Juan de Pareja, de Velázquez, y después se deshizo de cuadros menores del posimpresionismo para adquirir una escultura de David Smith y un lienzo de Richard Diebenkorn, comprado a precio de coste y tasado hoy en más de 10 millones de dólares. Pero la apuesta siempre comporta riesgos. “En 1945, el Museo de Arte de Rhode Island vendió La vida de Picasso, el más importante del periodo azul en las colecciones estadounidenses, para adquirir un renoir de segunda fila cuando su cotización iba a la alza en el mercado. Una decisión que no ha superado el examen del paso del tiempo”, concluye Gammon.

Ver más en:  El País

 

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