Una pinacoteca de Baltimore se desprende de varios cuadros de su colección para financiar la adquisición de piezas de grupos sociales poco representados y corregir el canon del arte
Hay museos que cacarean su voluntad de abrir sus salas, en un futuro hipotético y necesariamente lejano, a más mujeres y artistas surgidos de las minorías étnicas. Y luego están los que realmente toman cartas en el asunto. El Museo de Arte de Baltimore (BMA) se sitúa, sin lugar a dudas, en el segundo grupo. La pinacoteca estadounidense, soberana institución fundada en 1914 en esta ciudad de la costa este, ha generado estupor y titulares al vender siete obras de su colección, firmadas por nombres de primerísimo nivel como Andy Warhol o Robert Rauschenberg, para financiar la compra de otras piezas de artistas pertenecientes a colectivos poco representados en sus salas. Principalmente, mujeres y afroamericanos. Se trata de “corregir o reescribir el canon artístico de la posguerra”, como sostiene su director, Christopher Bedford, un escocés de 40 años que llegó al museo hace dos con la voluntad deliberada de hacer temblar sus muros.
Un fenómeno polémico pero habitual en Estados Unidos
La reventa de obras de las colecciones de museos es infrecuente en Europa, donde suelen ser de titularidad pública y no pueden ser adjudicadas al mejor postor, salvo en algún caso excepcional. Resulta mucho más habitual en Estados Unidos, donde los museos tienden a ser estructuras privadas y actúan con relativa autonomía. “Casi todos los museos enciclopédicos de Estados Unidos han desarrollado campañas de este tipo, algunos incluso en la década posterior a su fundación”, señala Martin Gammon, fundador del Pergamon Art Group, que asesora a colecciones públicas y privadas, y autor de Deaccessioning and its discontents (MIT Press), reciente volumen sobre la historia de esta práctica.
Si la decisión de Baltimore no ha despertado excesivas críticas, salvo alguna tribuna indignada en la prensa local, otras iniciativas similares levantaron sonadas polémicas. En 2013, la Academia de Bellas Artes de Pensilvania vendió uno de los dos cuadros de Edward Hopper que poseía para financiar la compra de obras de artistas afroamericanos como Mark Bradford, Odili Donald Odita o Mickalene Thomas. En 2009, el Rose Art Museum, en Massachusetts, estuvo a punto de cerrar sus puertas y de vender una colección de 900 obras, en las que figuran obras de Andy Warhol, Roy Lichtenstein o Jasper Johns. La Universidad de Brandeis, propietaria del centro, anuló la operación ante la indignación del mundo del arte y el anuncio de sanciones por parte de la Asociación de Directores de Museos de Arte, que solo permite vender obras si es para comprar otras nuevas.
En los setenta, el Metropolitan Museum de Nueva York fue criticado por la reventa de distintas obras para sufragar los 5,5 millones de dólares que costaba el retrato de Juan de Pareja, de Velázquez, y después se deshizo de cuadros menores del posimpresionismo para adquirir una escultura de David Smith y un lienzo de Richard Diebenkorn, comprado a precio de coste y tasado hoy en más de 10 millones de dólares. Pero la apuesta siempre comporta riesgos. “En 1945, el Museo de Arte de Rhode Island vendió La vida de Picasso, el más importante del periodo azul en las colecciones estadounidenses, para adquirir un renoir de segunda fila cuando su cotización iba a la alza en el mercado. Una decisión que no ha superado el examen del paso del tiempo”, concluye Gammon.
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