Delfina movió la cabeza, negando, y el Negro Miguel Ángel fue quien pudo hablar.
-¿Y de verdad no sabes de dónde salió ese tipo, Conde?
-No lo sé. Tú deberías entenderlo, Negro. ¿No te dio en una época por ser disidente y denunciar las pérdidas de valores morales que estábamos sufriendo? ¿No se te aparecía gente a decirte que te callaras la bocaza y vecinos tuyos a gritarte insultos? Ese tipo salió de allá afuera… de la realidad. Y no creo que estuviera jugando conmigo… Lo que sé es que Alguien no quiere que Fernando tenga acceso a esos papeles…
-¿Tú crees entonces que de verdad es policía? -siguió Miguel Ángel.
-No sé qué coño es pero…
-Pero sabía que existían esos papeles del profesor Pardo -intervino Delfina-. Y que Fernando Terry los quería y…
-¿Tú misma no dices que aquí siempre hay Alguien que lo sabe todo? Saberlo no era lo difícil -siguió Conde-. Lo importante es que lo supiera y se lanzara a recuperar esos papeles antes que yo para hacerlos desaparecer.
-¿Porque tú crees que los desapareció?
-Lo que sé es que ni Fernando ni nosotros vamos a verlos nunca. Y también sé que no puedo seguir dando lata con esto porque hay gente que puede salir jodida. Ustedes dos entre ellos.
-Más jodido de lo que estoy… -apuntó Miguel Ángel-.
-¿No te dejaron tranquilo cuando tú te quedaste tranquilo? ¿No te cansaste de querer hacerte el salvador de la negritud nacional? Negro, tú agachaste la cabeza para que la cuchilla no te cortara el cuello. Es jodido, pero eso es lo que a veces hay que hacer. O casi siempre…
-Y todo se queda igual -sentenció Delfina-.
-Ojalá fuera igual… Creo que es peor. Se me adelantaron porque alguien dio un soplo…
-¿Un soplo?
-No puedo pensar otra cosa… Bueno, lo que sí sé es que casi siempre los hijos de puta corren tanto que nadie los puede agarrar. Y siguen sueltos… por los siglos de los siglos, y Amén.
Para aquella noche Conde necesitaba a sus compinches y tres botellas de ron. Carlos, que ya no era flaco, el Conejo y Yoyi, bajo el frondoso aguacate lo escucharon narrar su encuentro con una realidad enferma con cara de futbolista famoso. ¿A dónde habían llegado?, se preguntaron y bebieron. ¿O cómo habían llegado hasta donde estaban, en cueros en plena calle?, y volvieron a beber.
-Estamos jodidos -sentenció el Conejo, y desplegó su filosofía de la historia-. Si no podemos ventilar la mierda prehistórica… ¿Se imaginan la mierda histórica? Ya lo dije un día… Alguna vez vamos a enterarnos de que no fue Colón quien descubrió Cuba, sino el Mío Cid Campeador o el apóstol Santiago.
-No le den más ron a este -advirtió Carlos.
-Todo ese teatro -entró Yoyi en el ring-, ¿por un papel viejo? ¿Por Heredia y del Monte que se murieron hace 200 años? ¿Por Fernando Terry que se fue de aquí hace 30 años?
Conde se dio un trago demoledor.
-Sí y no, Yoyi… O más bien no… Entre las cosas que dejó el viejo Pardo podía haber otros documentos valiosos. Había otros documentos… Y Alguien con conexiones o con plata le pidió a Cristiano Ronaldo que lo resolviera como si fuera un asunto de mafiosos o de segurosos para quedarse con ellos. Hasta lo disfrazaron… Pero ese tipo no me amenazó por gusto. Yo no creo que fuera policía… Conozco a los policías… Pero sabía hacer su trabajo… Y de verdad metía miedo. Tengo que pensar que esos documentos pueden valer un dinero… Esto es por dinero.
Carlos asintió y movió las manos, en un gesto habitual para pedir un espacio en el diálogo.
-Mira, Conde… ¿Tú eres mi hermano, verdad? -Conde afirmó y luego bebió-. Pues óyeme bien… Tú no vas a arreglar nada. Lo que se jodió se jodió… Y tampoco fuiste tú el que lo jodió… Tenemos lo que nos merecemos, con traiciones y puñaladas traperas incluidas, con tipos disfrazados de mafiosos y otros que son los que nos han jodido… Pero, pero… ¡también tenemos ron! ¡Y a los Credence!... ¿Por qué coño nadie ha puesto el disco y no estamos oyendo Proud Mary…?
-Y comprobamos que John Foggerty canta como Dios… -susurró el Conde, mientras sentía que volvía a penetrar en el rincón del universo en el que era invencible, el sitio donde tan bien se está: con música, con ron, con amigos y con la certeza de que en aquel mundo había además una mujer todavía bella a la que amaba y que lo amaba, y un perro viejo y ciego al cual debía cuidar… porque le pertenecía. Daba igual si uno estaba en cueros en la calle o desnudo en un tejado, sin un centavo en los bolsillos… Entonces calculó que quedaba botella y media de ron, respiró el aroma de algún plato que preparaba Josefina, la madre de Carlos, y se dejó caer dentro de aquella cueva donde Mario Conde se sintió feliz, como un obeso pez plátano.
En Creta, julio de 2018.