¿Qué hace rara a una escritora? ¿Ser poco conocida (o menos conocida de lo que debería), excéntrica, marginal, rebelde? ¿No adaptarse a las normas sociales de su tiempo? En la última de las tres entregas de esta serie, la poeta rusa Vera Pavlova.
Lo confieso: a pesar de ser una lectora de poesía más o menos constante, no sé casi nada sobre poetas rusos. Conozco apenas algunas líneas de Mayakovski, Pushkin o Tsvetáieva, y los tres han muerto. Sin embargo, hay una poeta rusa viva a la que vuelvo recurrentemente. Se llama Vera Pavlova (¿cómo no amarla, con ese nombre?), nació en Moscú en 1963 y es experta en historia de la música.
El primer libro de Pavlova, El animal celestial, fue publicado en 1997. Le siguió, poco después, de Segunda lengua, y en 2000 con El cuarto sueño ganó el Premio Apollon-Grigoriev. Desde entonces no se ha detenido: hoy tiene más de veinte libros de poesía, cinco óperas, cuatro cantatas y numerosos ensayos sobre música y su extensa obra ha sido traducida a veinte idiomas.
Su carácter y originalidad no están tanto en los temas que toca, sino en su manera de hacerlo: leerla es como escuchar a alguien muy sabio que observa todo por primera vez y busca las palabras para decirlo. Es una poesía de la vitalidad, de lo húmedo, de todo lo que se mueve:
Animal –en invierno
Planta –en primavera
Insecto –en verano
Pájaro –en otoño
El resto de tiempo soy mujer.
Pavlova no es rara en el sentido de poco conocida, aunque lo sea para nosotros (de hecho, es considerada una de las mayores poetas de su generación en su país; sus libros se venden bien y sus lecturas públicas siempre están abarrotadas). ¿Por qué digo entonces que es un poeta rara, siguiendo con la lógica de las dos anteriores entregas de esta serie? Porque su estilo choca con el lirismo más convencional que suele asociarse con la poesía, y por la libertad total que tiene al expresarse está fuera de lo común para las poetas mujeres de su contexto y generación. Quizá es por eso que algunos, incluso, creyeron en un principio que detrás de su nombre escribía un grupo de hombres (lo mismo pasó en su momento con Elena Ferrante, seudónimo que usa la autora de la saga La amiga estupenda).
La brevedad de los poemas de Pavlova es la principal herramienta para crear imágenes poderosas cargadas de mensajes directos, mas no por ello menos sutiles (como esas frases que aparecen en sueños y una se despierta simplemente recordando). En entrevista con Lit Hub, ante la pregunta de qué la ha llevado a hacer de la concisión la característica representativa de su poesía, Pavlova contesta con una serie de viñetas que casi forman un poema aparte, para que lector escoja la que más le gusta: “Son breves para esconderlos fácilmente. Puedes leer un poema con la luz de un cerillo y puedes hacer que quepa en un respiro (¿el último?). Puede estar escrito en la palma de una mano (¿en la de un niño?). Un poema es un objeto que se colapsa, por eso el poeta debe incrementar el peso y reducir el volumen, para que absorba al mundo entero”. Y lo absorbe:
Yo
soy
la que
despierta
a tu izquierda.
“El objetivo de un poeta”, dice Pavlova, en la misma entrevista, “es darle una voz a aquellos que no la tienen”. Y pareciera que de verdad tiene esto en mente todo el tiempo mientras escribe, en su escritura son muchos los que hablan. Los años que pasó cantando en un coro y su formación como musicóloga no son casualidad: ella escucha una sinfonía de voces y va escogiendo cuáles poner el papel, acomodándolas, dándoles espacio:
Ya sé
que la muerte no existe
todavía no sé
cómo
decirlo
a los muertos
En su libro más reciente en inglés, Album for Young (and Old) –Álbum para los jóvenes (y viejos)– Pavlova escribe con base en algunas grabaciones que hizo de sus hijos cuando eran niños. Dan ganas de aprender ruso para entender cabalmente esas páginas algo infantiles, en el mejor sentido del término (inocentes, candorosas). Todo queda en familia, porque el libro está dedicado a la memoria de Steven Seymour, su esposo y principal traductor al inglés.
“Yo creo que el paraíso está cerca, si no lo estuviera no podríamos verlo”, cuenta Pavlova que alguna vez dijo su hija Natasha, a los cuatro años. “Nuestros hijos ven el paraíso. Los poetas también”.
Autor: Isabel Zapata
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