La exposición exhibe el legado del coleccionista alemán Justin Thannhauser
De nuevo Picasso. Si a principios de semana, París inauguraba una importante muestra dedicada al genio malagueño, hoy el artista más universal del siglo XX está presente también en Bilbao. Si en la primera lo hacía solo, en el Guggenheim, lo hace acompañado de los artistas que admiró y coleccionó la familia Thannhauser, linaje de galeristas alemanes que reunieron una de las mejores colecciones de arte europeo de finales del XIX y principios del XX.
La colección Thannhauser llegó al Guggenheim de Nueva York en 1965, primero como préstamo y luego, en 1978, como donación, y fue fundamental para los fondos de la institución, hasta entonces, centrados en el arte abstracto. Las 75 obras del legado son impresionistas, posimpresionistas y firmadas por Picasso, pionero de la modernidad. Justo lo que el Guggenheim no tenía. Y son, también, el reflejo del gusto de un linaje entregado al arte. Son las piezas que o compraron expresamente o que pasaron por sus manos y etiquetaron con la cartela: «No está en venta». Las disfrutaban. Ahora, 50 de ellas, entre estas 22 picassos, cuelgan, hasta el 24 de marzo, de las paredes del edificio de Frank Gehry en De Van Gogh a Picasso.
La historia de los Thannhauser es la de muchos amantes del arte judíos en la Alemania de los años 30. Marchantes que apostaron por el arte moderno –degenerado para los nazis– y que acabaron huyendo para salvar la vida y en la marcha perdieron parte de sus colecciones. Así pasó con Justin Thannhauser, heredero de Heinrich, el primer marchante de la familia. Después de exponer a Monet, Gauguin, Rousseau…; presentar por primera vez a Picasso en Alemania; realizar la muestra más grande del país dedicada a Matisse, y organizar la primera exposición del Jinete Azul y, por lo tanto, de triunfar como galerista, se tuvo que exiliar a Estados Unidos, en 1941, previo paso por París. De Alemania Justin y su familia marcharon en el 37 camino a la capital francesa. Allí se instalaron y distribuyeron su colección entre museos y exposiciones itinerantes para evitar que fuera destruida.
El Moma, por ejemplo, conservó Montañas de Saint-Rémy de Van Gogh, que llegó a Nueva York 1939 para una exposición y allí se quedó hasta que Justin pudo recuperarlo. Aún así, muchas obras se perdieron. Algunas expoliadas por los nazis, y otras destruidas. Otras, como Mujer con periquito, de Renoir, y El Palacio Ducal visto desde San Giorgio Maggiore, de Monet, se salvaron al estar de gira por Suramérica. Las tres lucen en la exposición, también lo hacen La mujer del pelo amarillo y Langosta y gato, de Picasso.
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