El escritor británico, uno de los más exitosos del mundo, presenta en el Hay Festival de Segovia su última novela, «Una columna de fuego
Decía Walt Whitman en su «Canto a mí mismo» que él contenía multitudes. Bueno, Ken Follett es el que las entretiene. Dice el británico que ha nacido para esto, quizás porque cuando tenía doce años descubrió las novelas de James Bond y pensó que eran la cosa más maravillosa sobre la faz de la tierra. Ahora es uno de los autores más populares del mundo y afirma que compite con Netflix, Amazon y la gran industria del ocio: «Quiero que la gente diga no a todo esto y se quede leyendo».
Mientras conversa, controla la cadencia como si estuviera escribiendo una historia. Se para, piensa, despierta el suspense y, llegado el momento, dispara sin piedad, pero con elegancia. Follett ha venido al Hay Festival de Segovia para hablar de su último éxito, «Una columna de fuego» (Plaza & Janés), pero también de los ecos en el mundo de hoy de aquella Inglaterra del siglo XVI que retrata su libro: una cierta vuelta a la tensión entre el dogmatismo y la tolerancia… Aunque visto en perspectiva, insiste, seguimos progresando. Miremos con perspectiva, pues.
Siempre dice que su amor por la lectura nació porque sus padres, protestantes y miembros de los Hermanos de Plymouth, no le dejaban ver la televisión ni ir al cine… ¿Estaríamos aquí hablando de no ser por aquella prohibición?
Fue así, pero creo que la literatura me hubiera gustado en cualquier caso. A lo mejor si hubiera visto más televisión habría sido guionista. Quién sabe. Pero lo que está claro es que yo nací para escribir.
¿Qué libros le marcaron en esa etapa?
Leí muchos cuentos infantiles de una autora inglesa llamada Enid Blyton. Y cuando tenía doce años descubrí a James Bond. Pensaba que las historias de James Bond eran lo mejor que me había pasado en la vida.
¿Y qué pasó cuando descubrió las películas?
Bueno… Mmmm. No me gustaron tanto. Hay veces que vuelvo a leer los libros de James Bond y me siguen pareciendo buenos. Y son más realistas que esas películas.
De adolescente abandonó la religión, ¿qué supuso eso en su familia?
En mi familia se produjo una crisis. La religión llegó a enfadarme mucho cuando era joven. Claro, la religión ha generado mucho conflicto entre los seres humanos. Había razones para enfadarme. Pero a medida que he ido cumpliendo años la religión ha ido dejando de enfadarme tanto. Ahora tengo más sensibilidad hacia la espiritualidad. Esto se produjo en mí cuando empecé a visitar catedrales. A mí me interesaba la arquitectura. Pero claro, cuando uno entra en uno de estos lugares, siente algo. Y está relacionado con el hecho de que en esos edificios la gente ha orado durante cientos de años. Esto no me hace creer en dios, pero me hace creer en algo.
Han pasado ya 40 años desde la publicación de «La isla de las tormentas», que fue, quizás, su primer pelotazo, hablando en plata. Ahora, en su biografía de Twitter puede leerse: «Amado por millones de lectores»…
Es lo que yo quería. Yo sabía, cuando estaba escribiendo esa novela, que iba a tener más éxito que cualquier cosa que hubiera escrito antes.
Esa biografía muestra el orgullo que siente por escribir literatura popular. Sin embargo, hay ciertos círculos que rebajan el best seller como baja literatura.
Sí… Hay gente que cree que las novelas son pura escritura. Y estas personas me hacen pensar en la gente que va a un concierto y se centran en la técnica del violinista. Y en el intermedio hablan de su técnica. Y yo pienso: «¿y qué ocurre con la melodía?» Porque si se centran en la técnica se pierden lo importante. La música no va de técnica. Hay algunos guitarristas que son capaces de tocar a toda velocidad. Y muchos de mis amigos van a verlos. Pero a mí eso me aburre. Yo prefiero a B. B. King: con dos notas me conmueve.
Es decir, que entiende la técnica como un medio, no como un fin.
Sí. Exacto. Yo creo que mi trabajo es como lanzar un hechizo. Como un encantamiento que consigue que, mientras el lector lea, se olvide de donde está. Y que si alguien le dice algo este le conteste: «Estoy leyendo, no quiero estar en el mundo real, quiero vivir en este mundo».
Ha alcanzado el éxito con la novela histórica… ¿por qué cree que tiene tanto tirón este género?
En la literatura hay modas. Cuando escribí «Los pilares de la tierra», a finales de los ochenta, la novela histórica no era tan popular, no gustaba tanto. Pero a la gente le encantó «Los pilares de la tierra». Quizá eso desencadenó un cierto retorno a ese género. Además, la novela histórica puede ser aburrida si solo hablas de reyes o batallas. Puede ser soporífera. La novela histórica tiene que hablar de la gente, de la gente que vivió esos periodos, de sus emociones. Todo lo demás es interesante en la medida que afecta a los personajes. Pero es que la historia real es así.
Usted se preocupa mucho por la veracidad, trabaja con asesores históricos y realiza largas investigaciones.
Es que el relato procede de mi trabajo de documentación. El comienzo de «La columna de fuego», por ejemplo, parte del hecho de que yo descubrí que Isabel I de Inglaterra fue la que puso en marcha el primer servicio secreto inglés. Y la novela, el relato, parte de ese hecho histórico. Pensé: ahí hay una buena historia. Entonces leí más al respecto y me di cuenta de que había un conflicto interesante por el hecho de que Inglaterra se estaba convirtiendo en un país protestante mientras había millones de católicos allí. Es un conflicto muy interesante y tiene su resonancias en cosas que ocurren hoy.
¿Como cuáles?
Por ejemplo, en el Reino Unido tenemos un problema con el terrorismo islámico. En el siglo XVI teníamos un grupo llamado la Compañía de Jesús. ¿Eran terroristas? Es una buena pregunta. En el siglo XVI se debatía en Europa si los jesuitas eran terroristas. Y hoy en día los ingleses ven las mezquitas en sus barrios y piensan del mismo modo en ellos como pensaban los ingleses de los católicos en el siglo XVI.
¿Cree que estamos volviendo hacia atrás?
En la política siempre damos dos pasos hacia delante y uno hacia atrás. Dos pasos hacia delante y uno hacia atrás. Es así. He escrito una trilogía sobre el siglo XX y ahí se ve cómo la mujer lucha por su derecho al voto, cómo los afroamericanos luchan por sus derechos, igual que los mineros y los judíos en el Reino Unido. Y en todas y cada una de esas luchas la libertad avanza. Pero luego hay una reacción. Siempre hay una reacción. Parece que ese es el patrón.
¿Estamos en esa reacción?
Si echamos la vista atrás, tenemos que aceptar que estamos progresando. Pero claro, cuando uno está metido en el lío… Cuando Donald Trump empieza a hablar de los mexicanos y dice que son violadores y borrachos y traficantes de drogas, uno piensa: «Dios mío, no puede ser. Esto ya lo habíamos superado hace años, y él lo vuelve a traer aquí». Y entonces te sientes descorazonado y desesperado.
¿Se siente así por el Brexit?
Hay países que, en la historia, se quedan apartados, rezagados. Quizá sea el caso del Reino Unido. Quizá dentro de cincuenta años veamos que Francia, Alemania, Italia, España son países mucho más ricos que nosotros, mucho más poderosos en el mundo que nosotros, mucho más pacíficos que nosotros. Pero espero que no.
Por cierto, ¿cómo es escribir en tiempos de Netflix?
Hoy en día tenemos muchas formas de entretenernos. Hay muchísimos programas de televisión. Tenemos Netflix, Amazon… Montones de series de televisión. Tenemos videojuegos. Y seguimos haciendo cosas tradicionales como ir al bar de la esquina a tomarnos una cerveza. Yo quiero que la gente diga no a todo esto y decida quedarse leyendo porque es mejor que todo lo anterior.
¿Y por qué lo van a hacer? ¿Por qué lo hacen?
Una de las ventajas que tenemos como escritores es que la gente cree que puede aprender algo leyendo. Siente que puede aprender además de disfruta con la acción, el romance o el drama. La gente dice esto de mis libros: «Me gusta mucho la historia, el relato, y ahora entiendo cosas que no entendía antes». Ese es el secreto, el arma secreta del escritor. Todos leemos porque nos gusta. Y tenemos el plus de que aprendemos.
Tras más de cuarenta años en esto, ¿ha pensado en jubilarse en algún momento?
No, no. Bueno, cuando vaya al infierno. Allí jugaré al golf (ríe).
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