Escritores como Leonardo Padura han acuñado la terminología neopolicial para referirse a relatos (latinoamericanos) que examinan los problemas políticos desde la ficcionalización de lo criminal. Así mismo, el autor aduce que en estos relatos “el hecho criminal se manifiesta como un accidente social y no como parte de un enigma a resolver y el Estado deviene motor del crimen y la corrupción.” Mucho de esta afirmación de Padura nos permite darle mayor sentido a la trama de la primera novela del psiquiatra cumanés, Jesús Miguel Martínez, La ciudad de las tormentas. Desde la argucia estilística de Martínez con su determinación de implosionar la Caracas de los techos rojos y convertirla en una ciudad de las tormentas, no solo tormentas de rayos y truenos, sino tormentas de plomo.
Publicada en 2016 por Editorial Planeta, La ciudad de las tormentas es un thriller que cumple a cabalidad con mostrarnos una visión ficcionalizada del crimen que nos permite comprenderlo no como un hecho aislado sino como la consecuencia de una cadena de violencia “normal” en cuanto a su capacidad de sostener el entramado social y las relaciones que en él se suscitan; normal en cuanto a su naturaleza común en la cotidianidad que habitamos (desde la óptica del teórico Slavoj Zizek en Seis reflexiones marginales sobre la violencia, 2007). De esta forma, Martínez teje una historia ávida en suspenso y violencia no desde la figura del malandro latinoamericano común que persigue la ganancia fácil del dinero a través del robo o la estafa, sino desde un erosionado sistema policial que favorece una cadena de delitos y corrupción, común como modus operandi, en la realidad venezolana de las últimas décadas. El papel primordial de este relato lo posee un periodista, que fungirá como un paseante, de mirada casi detectivesca, a quien le debemos la construcción del relato tras su paso.
En este sentido, La ciudad de las tormentas, Caracas, se nos presenta desde la mirada de Rodolfo Pons, periodista que “quería descubrirle al mundo los intestinos de esta metrópolis” y que en el camino, se transforma de periodista curioso a un hombre que conscientemente se deja seducir por la oscuridad y la alteridad que la ciudad contiene en sus entrañas. De esta forma, conoce a Leo, quien será su guía y quien lo conducirá – con la maestría de quien conoce el territorio- a las fauces de esa “otra ciudad que se mueve entre venenosa y obscena” y de la cual, en el discurso oficial, nadie habla más allá de los números rojos y estadísticas de los titulares de noticias.
En las 380 páginas que abarca la novela, el autor nos permite discernir hechos históricos que permiten hilvanar una sociedad donde las diferencias socioeconómicas son palpables y provienen directamente del mal ejercicio de las políticas públicas. De esta forma confluyen en el caos urbano Rodolfo (periodista), Eva (prostituta y amor de Rodolfo), Leo (delincuente), Pirela (policía) dando forma a una lucha por la sobrevivencia que se desata tras la curiosidad de Rodolfo, y los sumerge en una realidad distorsionada pero de una ficcionalización verosímil y atractiva para el lector. El detonante de la historia es la búsqueda de Pons por generar un relato vívido para adquirir fama, lo cual lo lleva a toparse con una red delincuencial conectada directamente con las fuerzas policiales y las altas esferas del poder que van en la búsqueda de un maletín con material de importancia que puede comprometer la estabilidad del gobierno. Hasta aquí, las cercanías del relato con el contexto contemporáneo caraqueño alejan a la novela de una distopia y la acercan más a la corriente del realismo sucio y de una narrativa de la violencia que puede dialogar con novelas colombianas de las últimas décadas como La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo o Scorpio City (1998) de Mario Mendoza por su capacidad de crear personajes de honda profundidad psicológica en conflicto, por una dinámica particular, en donde no hay fronteras para lo legal y lo que está al margen de la ley, algo muy común en las urbes latinoamericanas actuales (con la salvedad del caso, por supuesto, de que en la literatura venezolana actual, el fenómeno violento no ha sido registrado con el alcance y versatilidad que tiene en el campo literario colombiano). Se trata entonces de entender que ambos extremos se necesitan para mantener el status quo de la realidad a la que pertenecemos. Es así como Pirela, policía honesto, le confía a Leo, su hijastro y delincuente, el acompañar a Rodolfo a su acercamiento a la verdadera ciudad: Pirela sabe que un hombre como Pons no puede sobrevivir en un barrio capitalino si no es con la ayuda de alguien como Leo. El mismo Pons, más tarde, no tiene otra opción que aceptar las triquiñuelas a las que se acostumbra Leonardo para poder conseguir material para su libro y no morir en el intento. De esta forma, Rodolfo nos revela la vitalidad de una ciudad de una naturaleza cambiante que más que telón de fondo encarna en sí misma el germen de la sociedad actual donde se establece – como modus vivendi- un estado de guerra continuada como forma “normal” de habitar.
En este sentido, en el tránsito de Rodolfo, se nos construye una dinámica urbana con personajes e historias comunes que, aunque en un primer acercamiento pudiesen parecer casi anodinas, gracias al giro ficticio como técnica narrativa, generan en el lector la sensación de un cambio particular en los eventos hasta el punto de hacerlos capaces de desencadenar un sinfín de acontecimientos inesperados. Así se nos presenta, por ejemplo, el acercamiento entre Rodolfo y Eva donde más que esperar la cristalización del cuento de hadas de la sufrida y humilde joven con el apuesto príncipe de clase media, nos conformamos con que sus cuerpos puedan encontrarse y hallar un nuevo sentido juntos a la telúrica existencia en esta geografía agónica.
Sin duda, observar esta obra desde la visión de un thriller con el único interés de entretenernos es coartar las posibilidades de lectura que nos puede ofrecer como discurso de nuestra realidad circundante. El carácter de investigador acucioso del autor se pone en la palestra a través de la articulación de la inoperancia del Estado o peor aún, la operatividad del mismo, a partir de la anomia manifiesta en los síntomas que este deja ver en el espacio ciudad, siendo el más palpable de todos la descomposición social a la que se ve sometido cualquiera que habite Caracas: el robo, la pobreza, la prostitución, los proxenetas, la corrupción de la autoridad. La historia es categórica: solo quienes son capaces de asumir como norma la tensa convivencia entre lo legal y lo ilegal pueden existir en estos espacios. No se puede ser ni totalmente correcto ni totalmente contrario a la ley. Pero a la vez, aunque muestra con crudeza los intersticios de lo real de forma descarnada, no resulta desagradable el efecto espejo de ello; al contrario, es capaz de fascinar con sus argucias retóricas, un mundo que atrapa por el suspenso al que somete al lector.
De esta forma, esta novela debe adquirir, a la luz de nuestra realidad país, un alcance mayor al que se le ha ofrecido en el panorama de nuestra literatura ya que su camino está andado en ser, posiblemente, parte de una nueva tendencia en la narrativa venezolana actual, en su empeño por brindar, simbólicamente, una lectura al fenómeno político social que nos aqueja. El mismo autor, en una entrevista ofrecida en el 2015 a El Estímulo, se refiere a la obra como un medio para “metabolizar” lo que ocurría a su alrededor. En todo caso, más que referirse a ella solo por haber destacado entre las obras finalistas del premio Planeta 2014, habría que pensarla como un gran ejercicio en la construcción de una ficción oníricamente real de una Caracas cautiva por la violencia urbana donde su personaje principal, como un héroe épico (y como cualquiera de los que la habitamos) emprende cada día un viaje de descubrimiento y refundación de esa ciudad en la que no se (re) conoce pero que a la vez es parte del origen que trae a cuestas, lo que inevitablemente nos sumerge en la redefinición – consciente – de nuestro pasado y su valor en nuestro presente, en esa búsqueda de romper con las ficciones fundacionales que han mitificado el origen de lo actual y lo venidero.
Autor: Lorena María Velásquez Briceño
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