Dorothea Tanning: Alicia en el País gótico de las Maravillas

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El Museo Reina Sofía reivindica la figura de la original creadora surrealista con una gran antológica, que permanecerá abierta hasta el 7 de enero

Una visita a la exposición «Fantastic Art, Dada, Surrealism» en el MoMA en 1936, organizada por Alfred Barr, le abrió los ojos a un mundo deslumbrante por descubrir: el surrealismo. Dorothea Tanning comenzó trabajando de ilustradora para grandes almacenes como Macy’s. Su primera exposición individual tuvo lugar en la galería Julien Levy de Nueva York. Fue este galerista quien le puso en contacto con el artista Max Ernst, marido por entonces de la todopoderosa mecenas Peggy Guggenheim. Ernst buscaba artistas para la exposición «31 mujeres», que estaba organizando su esposa en 1943 en su galería neoyorquina, Art of This Century.

La visitó en su estudio, donde vio un autorretrato en el que Tanning se inmortalizaba muy seductora, en un atrevido toples, descalza, con una falda arbórea que parece cobrar vida y una criatura extraña a sus pies. Al fondo de la escena, un sinfín de puertas entreabiertas. El cuadro no tenía título y Ernst lo bautizó «Cumpleaños» (Dorothea usó el mismo título para sus memorias, publicadas en 1986). Era el nacimiento de Tanning como artista surrealista. Es una de las estrellas de la antológica que le dedica el Museo Reina Sofía a la artista y escritora norteamericana.

Rabiosamente modernas

Figura esencial de las vanguardias, en su círculo de amistades se hallaban Marcel Duchamp, Yves Tanguy, Leonor Fini… Perteneció a una generación de mujeres rabiosamente modernas, que solían estar a la sombra de sus colegas masculinos, pero que no se contentaban con ser esposas, madres y musas. Mujeres que, en la época del #MeToo, se reivindican día a día en exposiciones: Tamara de Lempicka, Gala Dalí o, siglos antes que ellas, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, pioneras a quienes el Prado expondrá en su bicentenario. Sin embargo, Tanning siempre rechazó la etiqueta de mujer-artista. «Puedes ser mujer y ser artista. Pero lo primero no lo puedes evitar y lo segundo es lo que eres en realidad», decía. «Yo pinto. Solo lo puedo describir como un impulso».

Dorothea Tanning (nacida en Illinois en 1910) se casa con Max Ernst en 1946 en Hollywood en una ceremonia doble donde también contrajeron matrimonio Man Ray y Juliet Browner. Era el cuarto matrimonio para Ernst, que mantuvo una tormentosa relación sentimental con Leonora Carrington. Tras idas y venidas por Europa y Estados Unidos, Tanning y Ernst se marcharon a vivir a Sedona (Arizona).

Macabro cuento de hadas

Esta Alicia en el País gótico de las Maravillas, que parece salida de «Las flores del mal» de Baudelaire, pasa a través del espejo al mundo de los sueños y los miedos, un macabro cuento de hadas habitado por cuadros felices que ríen, sillas musicales, perros con caras humanas, mujeres con cabeza de barco, interiores claustrofóbicos, pelos electrizados, vestidos rasgados, puertas entreabiertas que recuerdan a Kafka… Y niños siniestros que parecen haberse escapado del Orfanato de Bayona. Las imágenes de Tanning también recuerdan mucho el universo de Tim Burton.

La exposición, que cuenta con el apoyo de The Destina Foundation y la Fundación Museo Reina Sofía, viajará a la Tate Modern de Londres el próximo año. La comisaria, Alyce Mahon, ha seleccionado 150 obras, que abarcan de 1939 a 1997 y todos los formatos. Su obra es autobiográfica. «He hecho todo lo posible por huir de mi autobiografía, pero somos prisioneros de lo que nos acontece», advierte Tanning en «Insomnio», un documental dirigido por Peter Schamoni en 1979, que se proyecta en las salas del Museo Reina Sofía.

Una obra compleja en la que Dorothea Tanning expandió los límites del surrealismo con espacios domésticos cerrados, autorretratos (en el último, pintado entre 1985 y 1987, se pinta desnuda de pie ataviada con una mantilla y una amapola), figurines para ballets de Balanchine, maternidades o esculturas blandas de carne rosada que recuerdan mucho a las que años después haría otra longeva y rompedora artista, Louise Bourgeois. Ésta murió a los 98 años; Tanning, a los 101.

Seducción y deseo

Una oscura y tétrica sala de la muestra reúne algunas informes esculturas, hermosamente surrealistas: la artista usa pelotas de ping-pong, tejidos y lanas que teje en su máquina de coser. Son seres ambiguos, sin sexo definido. En sus obras, la artista también cuestiona y subvierte la familia patriarcal y sus códigos morales, y explora la psicología y sexualidad infantiles con la figura de la mujer-niña. El ajedrez, marca de la casa surrealista, está presente en varios de sus trabajos. Como «Fin de partida», del 44, en el que la reina, metamorfoseada en un zapato blanco de tacón, aplasta al alfil, simbolizado en la mitra de un obispo. Toda una declaración de intenciones. Una de las piezas más destacadas de la muestra es «Habitación 202. Hôtel du Pavot» (1970-73), una instalación tridimensional con una puesta en escena surrealista. Una pesadilla en la que sus siniestras esculturas blandas parecen cobrar vida: salen de las paredes, de la chimenea… Y, de nuevo, una puerta entreabierta. Tras una puerta, siempre hay otra, y otra, y otra.

Para Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, «es una exposición necesaria. Esta artista no es lo suficientemente conocida o solo lo es parcialmente. Era preciso reivindicarla». Curiosidad, seducción y deseo definen su trabajo. Un deseo que, para Dorothea Tanning, no tiene edad ni límites.

Ver más en: ABC

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