El color de los sueños de Joan Miró brilla en el Grand Palais de París

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Los Reyes de España visitan hoy en compañía de Macron y la esposa del presidente de Francia la gran exposición antológica que París dedica a Miró. Soñaba cielos azules con los pies en la tierra

El otoño está siendo inusitadamente sereno y luminoso en París. Como si la climatología quisiera sumarse al homenaje que se rinde a Miró en el Grand Palais. La mayor desde 1974. Una antología cuyo emblema es Este es el color de mis sueños, una pintura poema de 1925. Da fe de que Miró soñaba en azul cielo y en azul mediterráneo. Con el contrapunto del ocre de la tierra.

Todo esto nos lo cuenta el comisario de la muestra. Jean-Louis Prat, amigo del pintor, director de la fundación Maeght durante 35 años, tiene la mirada glauca pero la pasión intacta. Seguramente será él quien guíe a los Reyes de España que la visitan hoy. El presidente Macron y su esposa Brigitte serán sus anfitriones en una breve estancia que incluye cena en el Elíseo.

El artista, en un libro entrevista con Georges Raillard de 1977, precisará: «Yo no sueño nunca por la noche, sino en mi taller; allí estoy en pleno sueño. Cuando trabajo, cuando estoy despierto es cuando sueño. El sueño pertenece a mi vitalidad, no a mis márgenes. Eso jamás».

La misma curiosidad a los 84 que a los 20 cuando Miró descubre los nuevos horizontes del arte en una exposición presentada por el gobierno francés en Barcelona durante la Primera Guerra Mundial. Cézanne y el cubismo le sacan billete para París.

Más que un viaje, una opción vital. «Decididamente, Barcelona, nunca más. París y el campo y así hasta la muerte (…) hay que ser un catalán internacional; un catalán casero no tiene ni tendrá ningún valor en el mundo» escribe en 1920 a un amigo pintor, Enric Ricart. ¡Qué cosas!

Miró tiene, no obstante raíces. En esas tierras y en esos paisajes que rodean la granja familiar de Mont Roig donde pasa todos sus veranos. «La tierra me nutre, es algo más fuerte que yo. Las montañas fantásticas juegan un papel en mi vida; el cielo, también. Mont Roig es la fuerza que me nutre, el choque primitivo al que vuelvo siempre».

El comisario Prat ha hecho parada y fonda delante de La ferme (la granja) que viene desde la National Gallery de Washington. Miró la comenzó en el verano del 21 en Mont Roig y la terminó en París aquel invierno. Nueve meses a razón de siete u ocho horas diarias pintando. Miró, al contrario que su amigo Picasso que le compró varias telas, pintaba lento. En toda su vida, realizó unas dos mil piezas lo que pone en valor la muestra parisina que ha logrado reunir unas 150, muchas obras maestras.

«Allí dentro hay todo lo que hueles cuando estás en España y todo lo que sientes cuando no puedes ir»

Cronólogicamente, la primera fue La ferme, también conocida como La masía. Tiene una historia estupenda que reconstruyó hace un par de años Alex Fernández Castro en «La Masía, un miró para Mrs. Hemingway». La obra no gustó nada. El marchante le sugirió trocear la tela y vendarla a cachos porque las casas ya eran pequeñas y la gente no quería cuadros grandes. Miró, indignado, la recuperó.

Hemingway y Miró eran amigos y compartían afición por… el boxeo. Practicaban en el Círculo Americano y su peso era tan desigual que «hacían reír a los pederastas», contó Miró. Fue otro miembro de la Generación Perdida, Evan Shipman, quien le echó el ojo a la pieza. Miró le dio a elegir una obra a precio razonable en agradecimiento por haberle presentado a un nuevo marchante. Escogió La ferme y se lo comentó a Hemingway que también la quiso. Así que la echaron a cara y cruz. Como ninguno tenía dinero, los dos crápulas, en unión de John Dos Passos, recorrieron una noche todos los tugurios dando sablazos hasta reunir los 3.500 francos. El escritor la quería para su mujer pero se lió con otra y tardó en recuperarla. Pero ya nunca se separó del cuadro. «Allí dentro hay todo lo que hueles cuando estás en España y todo lo que sientes cuando no puedes ir». ¿Acaso no quedan guionistas en España? Porque este episodio, tiene película.

Volvamos al Grand Palais. Las telas de Miró se han poblado de monstruos. Es el ascenso del fascismo. Puede verse en París una plantilla de su célebrre diseño del sello de 1 franco Aidez l’Espagne. Un campesino catalán, barretina roja y puño en alto. Servirá de modelo para El segador que se expuso en el pabellón español que en 1937 diseñó Josep Lluis Sert, arquitecto tiempo después de la Fundación Miró en Barcelona, su taller en Mallorca y la Fundación Maeght en Saint Paul (Francia). El segador frente al Guernica. Miró frente a Picasso. Con una escultura de Julio González y la fuente de mercurio de Calder. La obra de Miró que medía 6 metros y estaba compuesta por paneles desapareció para siempre.

Del sombrío periodo son las maravillosas y oníricas constelaciones que nos recuerdan que el pintor tuvo una cuadrilla de amigos poetas, Paul Eluard, Tristan Tzara, André Breton.

Queda por ver la escultura, toda la cerámica, demostración de que Miró no iba de farol cuando afirmó: «Con un trozo de cable puedo crear un mundo». Así es. «La caricia de un pájaro» es un tótem lleno de humor hecho de tabla de planchar, caparazón de tortuga, tapa de retrete, sombrero de paja y… un pajarillo de barro».

En París está también el Miró último de brochazo más grueso. Pero antes de salir al cielo de París hay que pararse un minuto, al menos, ante los tres azules del Pompidou. Tres obras de gran formato de 1961 que dan la razón al filósofo Gaston Bachelard que decía que «el azul es el color profundo de los sueños».

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