La Fundación Mapfre presenta en una exposición los puntos comunes entre Picasso y Picabia.
La Fundación Mapfre propone unir en las salas de la Casa Garriga Nogués a dos miradas aparentemente distintas, pero que tienen mucho en común. Son Pablo Picasso y Francis Picabia, dos ejemplos de lo que fue renovar la pintura a principios del siglo pasado. A partir de unas 150 piezas, entre pinturas, dibujos, grabados y documentos podemos adentrarnos en los temas comunes de un artista español nacido en Málaga y otro de ascendencia francesa e hispanocubana. Todo ello con el nacimiento del cubismo como telón de fondo, además de la presencia de secundarios de lujo como los poetas Guillaume Apollinaire y Max Jacob, la fotógrafa Dora Maar o el compositor Erik Satie.
En 1904 se abrió una exposición colectiva en la galería parisina Berthe Weill en la que nuestros dos protagonistas enseñan sus armas: Picasso con doce obras y Picabia con tres. No se conocen, pero ambos tienen la oportunidad las armas del otro. En el caso del genio malagueño nos encontramos con las formas que acabarán eclosionando en el cubismo. Por su parte, Picabia se sumerge en paisajes que copia de postales y con ecos postimpresionistas, un lenguaje que el pintor abandonará a partir de 1912 para sumergirse en composiciones que se acercan furiosamente al cubismo.
Un poeta y un libro unen a ambos nombres. Es «Meditaciones estéticas. Los pintores cubistas», un paseo por la historia del cubismo de la mano de Guillaume Apollinaire. Allí brilla con luz propia el protagonismo picassiano, pero Apollinaire se cuida mucho de también incluir a Picabia, concretamente en el orfismo, lo que es una derivación del cubismo basada en el color y el movimiento.
Coincidiendo con su boda con la bailarina Olga Khokhlova, hay en la producción un giro al decantarse por un estilo más burgués, teniendo a Ingres como modelo. En la exposición ese aspecto se contempla de la mano de los excelentes retratos que el padre de «Las señoritas de Aviñón» dedica a Apollinaire, Jacob, Breton o Satie. De la mano de este último, Picabia también se apunta a esta tendencia realizando un retrato del músico a partir de una fotografía de Man Ray.
Es también en este tiempo cuando tiene lugar una aproximación entre los dos pilares de la muestra de la Fundación Mapfre. Picabia se escribe con Picasso enviándole sus libros de poemas o pidiéndole algún favor, como que acoja a un amigo pintor que acaba de llegar a París.
Las raíces los unene y es en lo español donde volverán a encontrarse, además de en una misma ciudad, la Barcelona de 1917. Mujeres con peineta y mantilla aparecen en los óleos de las dos pintores que beben de lo andaluz. Por la sangre de Picasso corren gotas de sangre malagueña, mientras que a principios del XX Picabia había viajado por Andalucía acompañado de su mujer. Es en ese tiempo cuando este último se encuentra con la tauromaquia, una temática que llevará a su pintura y que Picasso hará suya en su relectura del tema del minotauro.
La exposición también bucea en las conexiones abstractas –aunque en Picasso siempre habrá un resto de figuración– y surrealistas. Con el tiempo, los dos incluso serán prácticamente vecinos. A principios de 1924, Picasso se instala en Cannes para hacerlo al año siguiente y de manera definitiva en la Costa Azul. Es el mismo terreno en el que también vivirá y trabajará Picasso. Compartirán la misma playa con las respectivas familias y Picabia dibujará uno de esos encuentros en la arena de Juan-les-Pins.
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