La nueva literatura latinoamérica se presenta en Fráncfort

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La nueva literatura latinoamericana, con escritores de varios países ha sido tema hoy de varios actos en la Feria del Libro de Fráncfort (Alemania), en una jornada marcada por reflexiones en torno al papel político del mundo del libro.

Precisamente, un acto sobre el nuevo papel político del escritor en Latinoamérica abrió la serie de presentaciones a la que más tarde siguió otra dedicada a algunos escritores que acaban de hacer su ingreso al mercado alemán y finalmente una mesa redonda dedicada a la escritura femenina.

La idea del compromiso ya no es tan clara como pudo serlo en los años 70 -cuando había frentes claramente definidos- pero se siguen buscando respuestas ante las crisis actuales.

La argentina Carla Maiandi habla de «deambular sin rumbo» en medio de una «especie de orfandad» mientras que el brasileño Joao Paolo Cuenca asume la literatura como «una máquina de destrucción de certezas»

Sin embargo, todos los autores presentes defendieron la creación literaria como un proceso autónomo, al margen de compromisos políticos concretos.
«Milito políticamente en la vida pero en la literatura no milito con ninguna causa. Mis personajes, entre más degenerados, mejor», dijo la también argentina Ariane Harwicz, residente en Francia y que con «Matate amor» llegó a la primera lista del Man Booker Prize.

«Matate amor», según Harwicz, no fue escrita como una novela feminista «pero la crítica la ha leído en esa clave y es legítimo», dijo.

Otro tema que aparece en muchos de los escritores latinoamericanos que han estado presentes en Fráncfort es el de la trashumancia. En «La habitación alemana» Maliandi cuenta cómo una mujer, en una crisis sentimental, viaja a Alemania buscando recuperar la historia del exilio de sus padres.

Hartwicz vive en Francia y dice que ser extranjera es algo interesante para su literatura. Wilson, hijo de padre estadounidense y madre argentina, vivió de niño en EEUU, Paraguay, Argentina y Chile, volvió a EE.UU. para ir a la universidad y luego volvió a Chile y muchos, al margen de sus dos pasaportes extranjeros, lo ven como un escritor chileno.

Sus novelas ocurren en muchas partes: Canadá, EE.UU., Argentina. Pero ello le parece secundario. «El problema de la identidad cultural me preocupó de niño. Ahora me da igual que digan que soy estadounidense, argentino o chileno y si alguien resuelve que soy paraguayo también se lo acepto», dijo.

En una última mesa redonda, sobre literatura femenina, la uruguaya Mercedes Rosende y la argentina Gabriela Cabezón pidieron mas ayuda para escritoras pero el debate llegó también a la situación política general en Latinoamérica.

Ver más en: El Espectador

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