Su museo malagueño repasa sus referentes españoles
Picasso contó a Marius de Zayas, en los primeros años veinte, que no había para él pasado ni futuro en el arte, porque si una obra no podía vivir continuamente en el presente no debía ser considerada; no había, en su opinión, arte como tal que no fuera en todo momento contemporáneo: El arte de los griegos, de los egipcios, de los grandes pintores que vivieron en otras épocas no es un arte del pasado, tal vez está más vivo hoy de lo que lo estuvo nunca.
Recordando aquel espíritu, su concepción del arte como diálogo con los antiguos y no como evolución respecto al pasado, el Museo Picasso de Málaga presenta, hasta el próximo febrero, “El sur de Picasso. referencias andaluzas”, una exposición que se inscribe en el programa de actividades que conmemoran el 15º aniversario de este centro y en el proyecto internacional Picasso-Méditerranée y que rastrea el enorme peso del arte español de todas las épocas en la producción del artista; de hecho, se reúnen aquí desde piezas arqueológicas de gran valor, clásicas, fenicias o íberas, a trabajos de contemporáneos suyos, como María Blanchard o Juan Gris, pasando por obras de maestros a quienes Picasso no dejó de examinar, siendo para él una fuente de inspiración constante: hablamos de Juan Sánchez Cotán, Juan van der Hamen, Meléndez, Alonso Cano, Pedro de Mena, Velázquez, Murillo, Zurbarán o Goya.
Esas aproximaciones de Picasso a sus antecesores creativos, prácticamente “antropófagas”, se examinan en Málaga desde un doble enfoque: prestando atención a las temáticas presentes en su pintura (bodegones, tauromaquias, maternidades o ritos), pero también a sus modos de mirar, como artista de su época que se dejó seducir de forma continua por el Mediterráneo y que quiso conjugar voluntad rupturista y apego a la tradición, derivado este del cuestionamiento y la observación crítica, no de una fidelidad que solo se guardaba a sí mismo. Los clásicos eran para Picasso una fuente de tensiones y conflicto, de múltiples reformulaciones posibles en forma de variaciones y de apropiaciones solo en forma de préstamos y citas.
Pensaba él en código-imagen y la exhibición presta atención a su captación de atmósferas mediterráneas o al sello de la luz y el ambiente marino en obras no necesariamente imbuidas de sus paisajes (al Picasso más próximo al mar podemos acercarnos ahora en las salas de la Fundación MAPFRE en Recoletos), a su noción de lo clásico y del retrato a lo largo de la historia y a la pervivencia en su obra de esencias barrocas ligadas a la representación de la vida y la muerte o de determinadas esencias y arquetipos vigentes siempre en la pintura española, incluso hoy, desde la reivindicación o el rechazo; nos referimos a la sempiterna austeridad, al negro, al descreimiento, al imaginario andaluz o las alusiones a las tres culturas. Por eso “El sur de Picasso”, además de ser un estudio de las referencias picassianas desde los inicios del pintor, constituye también un análisis de la historia del arte español, sintético pero muy válido, y de lo que esta puede aportar a los creadores contemporáneos lo bastante convencidos de sus posibilidades como para no tener miedo en inspirarse en los grandes y medirse con ellos; de hecho, pone punto y final a la exhibición la presentación de obras de Picasso que influirían en sus coetáneos españoles; es decir, el mismo Picasso convertido en guía.
De algún modo, el recorrido de la exposición refuerza esa visión no lineal del autor del tiempo en la historia del arte, porque incide en el viaje intelectual llevado a cabo por Picasso del sur al norte y en su paulatino regreso al origen, a las huellas de la cultura mediterránea, en sus años finales, una vez apaciguado el ambiente parisino vanguardista y generador de novedad constante. Esculturas clásicas llegadas de Antequera y del Museo Arqueológico Nacional se entrelazan con grabados de la Suite Vollard y bodegones de Zurbarán y Antonio de Pereda dialogan con otros picassianos y con retratos donde la huella teatral barroca es patente.
El comisario de la muestra es el propio director del Museo Picasso, José Lebrero, quien a la hora de referirse a esa incidencia de la tradición del arte español en Picasso habla a la vez de integración y alteridad; en su opinión el pintor es adictivo, cíclico y fiel a una memoria iconográfica que hace suya integrándola en un acto reivindicativo de alteridad. Picasso convierte la historia del arte en una particular otra historia. Hemos dicho pintor, pero de este repaso por setenta años de la trayectoria de Picasso, por setenta años de influencias, también forman parte esculturas, dibujos y grabados, suyos y del resto de maestros presentes, cobrando la guitarra un protagonismo especial como instrumento cubista generador de diálogos con sus coetáneos María Blanchard, Gris, Moreno Villa, Manuel Ángeles Ortiz e Ismael González de la Serna. Y es la música la que cierra la visita: de la mano de Falla y el ballet Le tricorne, que el compositor andaluz estrenó en Londres en 1919 con la colaboración de Picasso en el vestuario y la decoración (sus bocetos también pueden verse aquí).
El permanente enlace del artista con el Mediterráneo, en el que empezó y acabó sus días, y con el sur, se refuerza a través de textos poéticos que Picasso escribió desde 1935 con la misma espontaneidad y libertad con la que pintó (y vivió). En esos textos incorpora numerosas alusiones a ese sur y a su identidad andaluza y española, y en la muestra se completan con su propia voz, mediante las grabaciones de dos entrevistas que realizó, con motivo de su 80º cumpleaños, para Radio Paris.
Buena parte de los fondos picassianos de esta muestra proceden de los museos del artista en Barcelona y París, y de hecho fue el Musée National Picasso quien primero planteó la idea de organizar una exposición que enraizara al malagueño con la cultura mediterránea.
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