Florence es una viuda joven que llega a un pueblo para reclamar una antigua casona. Guiada por la Divina Providencia, sin motivo aparente, decide abrir una tienda de libros. Es buena lectora, por supuesto, pero repentinamente, percibe la necesidad interior de abrir el establecimiento que, en realidad, y aunque no lo sepa, es un intento por contagiar a todos en la villa del gusto por la lectura.
Sin embargo, una iniciativa tan noble, no puede prosperar sin encontrar una férrea oposición absurda, proveniente, paradójicamente, de otros promotores del arte.
De libros, amores y otros males (The Bookshop, 2018) es una encantadora y sencilla historia de una dama solitaria que pretende transformar un sencillo pueblo rural de Inglaterra a finales de la década de los 50. La candorosa Florence (Emily Mortimer) es la personificación de la bondad. No puede existir en el mundo una creatura de espíritu más bello y amable. Sin proponérselo, asume un espíritu revolucionario con el que confirma que las letras son poderosas, que las ideas pueden convulsionar una comunidad, que las palabras se transforman en acciones.
La cinta, ambientada con elegancia, y de corte familiar, es un directo homenaje a la lectura y a los libros. Se percibe el interés de la directora Isabel Coixet por crear un discurso elogioso hacia el poder de la comunicación y, al igual que Florence, se esmera por decirle al mundo la maravilla que es la palabra escrita, la oralidad, la comunicación.
La misma Florence, hace referencia a los libros como receptáculos en los que reposan las “almas embalsamadas” de los autores, que dejan ahí sus pensamientos para la eternidad.
En la gran aventura de su vida, que representa su cruzada por incorporar a su pequeña aldea costera al concierto mundial del conocimiento, encuentra una feroz oposición de una dama de sociedad excelentemente interpretada por Patricia Clarkson. La señora, emperifollada, con una bella sonrisa cargada de desprecio e hipocresía, quiere despojar a la soñadora de la casa donde construye sus sueños, para utilizarla con fines que parecen ser del mismo propósito.
De esta manera se entabla una lucha, en el nombre de la cultura, pero con el propósito de hacer que prevalezcan las buenas maneras. Florence lo está arriesgando todo, al punto de remecer la comunidad, con la presentación de textos novísimos como el de Lolita, de Nabocov, que provoca su pequeño escándalo. La gente se interesa en la lectura finalmente. La dama caprichosa hace todos los intentos por sabotear la librería, y de pronto en esa pugna, que es de particulares, se compromete el espíritu de la comunidad que, como se demuestra, puede ser fácilmente maleable, precisamente, por la falta de cultura, y el oscurantismo.
El final es agridulce, aunque deja algunas buenas lecciones, la principal de ellas, que los libros pueden cambiar la vida de una persona e influir en la historia de un pueblo.
Es una pequeña cinta tierna que, afortunadamente, nunca cae en la cursilería.
Ver más en: Proceso