El poeta español fue nombrado recientemente director del Instituto Cervantes
ú me llamas, amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.
Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardarán la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.
Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.
Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir, pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.
Luis García Montero, sin lugar a dudas, pertenece a la educación sentimental de muchos españoles, de hecho es conocido como el poeta de la experiencia. Actualmente asume el reto de dirigir el Instituto Cervantes, un compromiso no sólo con la institución, también con el idioma. Hace días visitó Bogotá para participar en el festival Las líneas de su mano y presentar el documental Aunque tú no lo sepas, donde aparecen sus grandes amigos Miguel Ríos, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y por supuesto su esposa Almudena Grandes, una obra cinematográfica que refleja la vida de un poeta, pero que también es la radiografía de una generación de españoles que construyó la democracia con su arte.
García Montero es autor de más de una decena de poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero; el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura en 1994 por su libro Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica.
-Hace poco fue nombrado Director del Instituto Cervantes, ¿cuáles son los retos que asume?
-Lo que quiero es consolidar algunas líneas que se vienen trabajando en el Cervantes. Lo primero, el protagonismo es el patrimonio humano que tiene el instituto, hay muchos profesores, bibliotecarios, directores que están manteniendo la institución por vocación. En España hemos pasado años de muchos recortes económicos, si la institución se ha mantenido viva es por sus trabajadores. En segundo lugar, quiero acentuar el proyecto Iberoamericano. Los españoles representamos 8% de los hablantes de nuestro idioma, hay más hablantes en México, Colombia, Estados Unidos. Eso significa que participamos de un proyecto colectivo. Como poeta, me gustaba decir siempre cuando dirigía la revista de poesía Casa de América en Madrid, que la poesía es la capital de un idioma sin centros, y yo defiendo eso. El español se enriquece de manera libre en cada uno de sus territorios. Quiero apostar también por la difusión de la cultural en español, no sólo su enseñanza como segunda lengua. Por último, el Cervantes como institución del Estado español tiene como norma desde su fundación defender todas las culturas de las nacionalidades y las regiones que se integran en ese Estado, en ese sentido el catalán, el gallego y el vasco van a tener también una atención especial porque yo soy muy respetuoso y admirador de esas tradiciones.
-En el documental Aunque tú no lo sepas muestra parte de su vida íntima, ¿cómo hizo para vencer el pudor?
-Cuando uno habla de su vida siempre siente pudor. Y muchas veces la poesía es una negociación con el pudor. Cuando me propusieron ese documental, le comenté al director, quien había sido mi alumno en un curso de poesía, que mejor buscara a un poeta muerto o a un poeta clásico, pero me dijo que era para una serie de Televisión Española donde se invita solo a personajes vivos, y bueno acepté. Le comenté que más que yo, prefería que el protagonismo lo tuvieran mis amigos. Yo no di una lista de colaboradores, el equipo del documental los buscó.
-¿Qué significa para usted ser un poeta de verdad?
-Significa apostar por la verdad. A esta época se la ha definido como la era de la postverdad, como todo va tan rápido la gente no se responsabiliza de lo que dice, y uno puede ver políticos que mienten con impunidad. Conviene sacar algunas palabras del cubo de la basura para luchar contra su descrédito, una de esas palabras es “verdad”. Yo sé que muchas veces la gente que defiende una verdad esencial, está defendiendo valores que han servido para legitimar poderes injustos. Sin perder la conciencia crítica, tenemos que defender valores que merezcan la pena. Yo sigo creyendo en la libertad, en la igualdad, en el respeto. Esas son las verdades de mi vida. Como poeta, como alumno de Albert Camus, no voy a caer en la tentación de creer que estoy en la posesión de la verdad. A lo que sí me comprometo es a no mentir, no mentirme a mí mismo ni a los demás. Yo no estoy en posesión de la verdad, pero no soy partidario de la mentira.
-¿El mayor premio para un poeta es estar en la educación sentimental de las personas o vender libros?
-El mayor premio es estar en la educación sentimental de las personas. Hay libros que se venden mucho y después desaparecen. Cuando perteneces a la educación sentimental de la gente, te recuerda a ti mismo como lector. Yo soy escritor porque primero fui lector, mi vida ha sido leer a Pablo Neruda, Federico García Lorca, Rosalía de Castro o a los poetas venezolanos Rafael Cadenas, Yolanda Pantin, Eugenio Montejo. Me emociona mucho cuando un lector me dice que un poema le ha servido para enamorarse, para casarse, para consolarse por la pérdida de un amigo, para conocerse a sí mismo. Uno necesita la poesía para negociar con los sentimientos y la vida.
-¿En eso consiste el poder de la palabra?
-Las palabras nos funden con la realidad, el lenguaje es un bien colectivo. Un poeta se equivoca si quiere tratar las palabras como una propiedad privada, las palabras son de todos. Las palabras las heredamos de la sociedad y después pertenecen a nuestra propia experiencia. Por ejemplo, si yo digo la palabra “pan”, estoy utilizando una palabra que es de todos, pero de pronto en esa palabra me recuerda a mi abuela cuando partía el pan, el olor de la panadería de mi barrio que hace tiempo cerró, o cuando era joven y no tenía mucho dinero, me compraba una barra de pan y la rellenaba con algo. De ahí que la poesía funciona cuando las palabras empiezan a oler a tierra, a lluvia o al sudor del cuerpo.
-Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Luis García Montero?
-A mí me gusta sentarme a leer al lado de una ventana, porque así tengo dos ventanas. La ventana de la literatura que me ayuda a multiplicar mi conocimiento de la realidad, y después la ventana real que me hace ver la realidad y estar en contacto por la calle. A mí me gusta mirar con atención, por eso creo en una poesía que no se separa de la calle, pero al mismo tiempo quiere estar en los sueños de los seres humanos.
Autor: Dulce María Ramos
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