La más grande biblioteca humana, la Internet, como infinita memoria de la humanidad junto con la mirada virtual en el reflejo de la pantalla, tuvo en el pasado antecedentes no precisamente en los laboratorios de los científicos modernos. Fueron los escenarios de los escritores donde se delineó el rostro de esta maravilla humana que hoy aparece como normal dentro de la cotidianidad de la vida.
En un cuento de Jorge Luis Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”, escrito a inicios de los años 40 del siglo pasado, el autor construye una especie de gran metáfora del tiempo a partir de la cual éstos coexisten, se superponen, se juntan, se distancian y finalmente se desarrollan en red de redes para establecer un continuumdel presente eterno. Así, la obra borgiana se adelanta a la era cibernética en la segunda parte del siglo XX.
Pero si esto no es suficiente para comprender la trascendencia del lenguaje y de la palabra en particular, será en la obra de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, cuya primera edición aparece hacia 1605, con una reimpresión ese mismo año, donde el autor construirá con su artesanal palabra, la virtualidad de un personaje que se erigirá como modelo del mal decir y del mal vivir.
Nunca existió, físicamente hablando, don Quijote. Fue el delirio por la lectura de tanta novela de caballería, tanta ingesta de granos y tanta malnutrición amorosa que lleva a Alonso Quijano al paroxismo de ser otro y proyectarse en la verosimilitud de actos y hazañas por tierras de La Mancha.
Pero este don Quijote no es del todo personaje imaginario salido de la mente alucinada de Cervantes-Quijano. Parecido al caballero de la triste figura existió en la realidad-real un anciano conquistador que, al decir de autores como Luis Beltrán Guerrero, Enrique Bernardo Núñez, Mariano Picón Salas y Luis Brito García, entre otros, demuestran con suficiente documentación la existencia del Quijote en Venezuela.
Sabido es que en la ciudad de Caracas vivió por los primeros años de su fundación un personaje, como lo fue Alonso Andrea de Ledesma (Villa de Ledesma, España, c. 1537; Caracas, 29/5/1595) conquistador, quien, junto con otros antiguos fundadores de la ciudad capital de Venezuela, poseía tierras y cultivaba y trillaba, entre otros productos, trigo, así como el pastoreo y el ordeño.
Cuando el pirata Amyas Preston, capitán de la armada de sir Walter Raleigh, toma por asalto el litoral de lo que es hoy el estado Vargas y se prepara para subir hasta el valle de la ciudad, los aterrados moradores huyen despavoridos a los bosques ante la inminencia del ataque. Es sólo Andrea de Ledesma quien, montado en su viejo y cansado caballo —que le acompañó durante las travesías por los caminos del occidente venezolano para espantar indios, junto con su vieja y oxidada armadura, casco de penacho, escudo y lanza en mano—, se enfrenta en su soledad a los terribles piratas.
Ledesma es un anciano enclenque, larguirucho y de cabello encanecido. Tendría para la época (1595) cerca de sesenta años. Toda una proeza en una sociedad donde la esperanza de vida no superaba los 45 años. Los piratas de Preston sonríen cuando le ven de frente y en actitud de combate. El pirata ordena que no le hagan daño pues sólo es un solitario anciano enloquecido quien ha osado enfrentarse quizá a sus mismos fantasmas en las tierras mágicas y telúricas del Nuevo Mundo.
Finalmente, y después de que el conquistador ha dado varios lanzazos y cortado a uno que otro pirata, suena un estruendo de arcabuz y el viejo conquistador cae mortalmente herido. Preston ordena a sus hombres que le carguen y coloquen su cadáver sobre su escudo, le cubran con su amplia capa y, en señal de respeto y valor, los piratas disparan al aire sus armas.
Alonso Andrea de Ledesma fue sepultado, según refiere la tradición de la época, “usando de todas aquellas ceremonias que suelen utilizar las milicias para engrandecer con la ostentación las exequias de sus cabos”.
Es conocida la permanencia de Cervantes en Sevilla a propósito de sus deseos, que llega a expresar en carta de solicitud a las autoridades, para embarcarse como colono a tierras descobertas. Le interesa saber todo lo que ocurre en esas lejanas tierras. Muy seguramente debió tener referencias sobre el hecho anteriormente ocurrido, entre el conquistador Alonso Andrea de Ledesma y el pirata Amyas Preston. Las noticias sucedidas en las colonias del reino eran sabidas, aunque con meses de retardo, por los habitantes sevillanos, quienes se enteraban de manera oral y por los comentarios de quienes iban y venían del Nuevo Mundo.
También existe una referencia alusiva a unos bardos españoles en el largo poema de Juan de Castellanos, soldado español quien emigró al Nuevo Mundo y posteriormente se ordenó sacerdote y escribió uno de los más extensos poemas en lengua española, Elegías de varones ilustres de Indias. Son 113.600 versos endecasílabos, escritos hacia 1577.
En este poema Castellanos nos dice, en una de sus partes, referida a la vida de unos soldados en la isla de Nueva Cádiz de Cubagua:
Y aun tú, que sus herencias hoy posees
No menos preciarás saber quién era
Bartolomé Fernández de Virués,
Y el bien quisto Jorge de Herrera;
Hombres de más valor de lo que crees
Y con otros también de aquella era,
Fernán Mateos, Diego de Miranda,
Que las musas tenían de su banda.
Sobre la estrofa anterior nos comenta Luis Beltrán Guerrero, poeta, entrañable amigo, lejano familiar y académico de la lengua, que “Diego de Miranda se llama en el Quijote el Caballero del Verde Gabán. Diego de Miranda es uno de los pobladores de la Nueva Cádiz primitiva. Como recordaréis, el Caballero del Verde Gabán es aquel con quien Alonso Quijano topó en la tercera de sus salidas, el que vio absorto la singular aventura de los leones, el primer santo a la jineta que Sancho había conocido, aquel prototipo de la sabiduría clásica que pasaba la vida con su mujer, sus hijos y sus amigos; se ejercitaban en la caza y la pesca, sin muchos aspavientos de utensilios, galgos y halcones; poseía unas docenas de libros, sin que entre ellos se contasen los de caballerías; invitaba a cenar a sus vecinos, amistaba a los desavenidos, daba con la derecha sin que la izquierda lo supiese, ni murmuraba ni consentía que se murmurase en su presencia. Aquella casa del Caballero del Verde Gabán, la bodega en el patio, la cueva en el portal, muchas tinajas a la redonda, que por ser del Toboso le rememoraron al ínclito caballero el nombre amadísimo de Dulcinea. Hay quienes juzgan que el Caballero del Verde Gabán de Cervantes era hijo del Diego de Miranda de Nueva Cádiz y su casa se levantó con el producto de la venta de perlas. Lorenzo, hijo del Caballero del Verde Gabán, es aficionado a la poesía, contra la voluntad del padre. Hereda la afición literaria, ¿de quién, si no del abuelo? Si las musas tuvieran al abuelo ‘de su banda’ no olvidemos que Cervantes refiere que el Quijote, tan sabidor en achaques de letras, proclamó poeta consumado al nieto de nuestro conquistador”.
Dos acotaciones sobre lo mencionado por Luis Beltrán Guerrero. La primera es la referencia a la ciudad de Nueva Cádiz de Cubagua, primer asentamiento poblacional europeo en tierras de lo que es hoy Venezuela. Allí existió el primer emporio perlífero que fue el inicio del saqueo de los bienes materiales e inmateriales a las culturas ancestrales de esta parte del mundo. Como ejemplo podemos indicar que las diez mil perlas que se exhiben en el manto de Nuestra Señora de Toledo, en España, fueron sustraídas de las innumerables zambullidas a que se les forzaba a los indígenas para expoliar sus riquezas.
La otra referencia es al nombre de Dulcinea del Toboso. Doña Aldonza Lorenzo es la amada, la tosca campesina en quien la mirada obliterada quijotesca transforma en maravilla estética y afirma el ideal amoroso de la nueva humanidad. Nunca aparece en la novela, salvo por referencias, merced a la evocación y el deseo.
No es de nuestro interés indicar en modo alguno de quién es la paternidad del verosímil don Quijote. Quizá la realidad-real se desdobla y anula la Otra realidad haciendo de Cervantes un personaje y del caballero de la triste figura el autor que se proyecta en su metáfora hasta alcanzarnos en nuestros días.
Es merced al lenguaje que se libera donde se aprecia la inmensa y descomunal imaginación humana que nos permite encontrar, más que en un análisis literario y filológico, el sentido real y verdadero de aquello que para nosotros significa esta obra y su influencia en la lengua española actual.
Quien desee aprender los aspectos de gramaticalidad española, su coherencia y cohesión fonológica, morfosintáctica y semántica, perderá su tiempo en esta monumental obra humana.
Entonces el lenguaje viene liberado en la voz de don Quijote. No es sueño, tampoco locura. Son los actos del lenguaje hechos metáfora (de meta-fêro, eso más allá de…) que construyen las realidades múltiples que hoy denominamos como ciberespacio, realidad virtual, y por lo tanto conducen al tiempo único del aquí y el ahora, o mejor, el yllo témpore o presente eterno, que es precisamente el tiempo de los dioses, o en lo humano, el tiempo donde los niños se instalan para experimentar la vida.
En esta obra de la cual hablamos, Don Quijote, el estado poético (de poiesis, construcción) se asocia al estado amoroso para crear su propio universo, su propia y única verdad. La obra, esta obra de arte, es el compendio de la cultura hispánica desde su misma esencia, desde su fuente cultural primaria en boca de campesinos, desterrados, putas, malhechores, hijosdalgo, salteadores, fracasados, pero todos soñadores de un destino semejante al destino de los dioses que se hablan desde un mismo lenguaje, ese de las palabras dichas en metáforas, parábolas o salmos, y que sigue por los siglos repitiéndose como un eco en boca de decimistas, trovadores y juglares, y en los nuevos cantadores de la vida, cruel a veces, como en el reguetón donde se habla de sexo, drogas y la violencia de la vida. Da igual, sus ancestros están en los reggae jamaiquinos o en el soul del sur norteamericano y, más atrás, los spirituals de los esclavos africanos que cantaron en actos mágicos su destierro a estas tierras de nadie y de todos.
En aquéllas como en éstas permanecerán siempre las voces que se niegan a perecer en la realidad-real de una vida seca, sin amor ni poesía. Quizá atropellada, desamparada pero colmada de lenguaje erótico de tanta plenitud de vida y que es palabra telúrica en la inmensa figura alada del caballero don Quijote, héroe de la cotidianidad, amo del fracaso, único dueño de la mágica palabra.
Autor: Juna Guerrero
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