La nostalgia, el amor por su madre y la rebeldía es todo lo que quiere decir en sus pinturas.
“Ella representa mucho mi vida. Tiene los ojos cerrados, desea realizar todos sus sueños y se rebela ante los estereotipos que le impone la sociedad. Esa ropa militar simboliza su lucha y las mariposas sus sueños”, dice Flor Padilla, mientras mira con cariño su cuadro más querido ‘Sueños de libertad’.
En su casa de Magdalena del Mar, esta hija de ayacuchanos todo lo que toca es arte. Sus pinturas, su pareja Ronald Companoca (es artista) y su perro Van Gogh a quien también ha inmortalizado en sus pinturas.
¿En el universo femenino de Flor Padilla están permitidos los hombres?
¡Claro que sí! Chicos también compran mis cuadros. Todos tenemos una parte masculina y femenina. Mis muñecas cuentan una historia. Más adelante voy a dibujar niños (varones).
¿Cuál es tu historia?
Tuve que esperar mucho para cumplir mi sueño de ser artista. Estudié Zootecnia en la Agraria de La Molina, porque quería que mis padres fueran felices. Ellos son ganaderos en Ayacucho. Cuando acabé la universidad y empecé a trabajar en una granja por Lurín, todos los días al volver en el bus me preguntaba: ¿Esto va a ser mi existencia?
¿No eras feliz?
Podría haberlo sido, tenía una carrera, una pareja estable, pero un vacío y dolor muy grande. No le encontraba sentido a mi existencia. Hasta que dejé todo y postulé a la Escuela de Bellas Artes, ingresé en segundo puesto. ¡Uf! Mi papá estaba decepcionado y mi mamá me dijo: “Haz lo que te gusta, si no eres feliz”. El arte ha sido mi forma de rebelarme, aunque ser artista es algo que yo deseé desde niña
¿Siempre fuiste así?
Cuando era chica mi padre me decía: “No hagas tal cosa porque eres mujer, por ejemplo: No subas al caballo”. Yo iba, me subía y corría en el caballo.
¿Cómo fue tu etapa en la Escuela de Bellas Artes?
Ingresé a los 28 años. Al tiempo de estudiar cerraron la Escuela durante ¡un año! En ese lapso pude haber cambiado de opinión, pero empecé a trabajar en la restauración del Teatro Municipal. Ahí me di cuenta que eso era lo que quería y seguí hasta el final, acabé la carrera el 2013.
¿En qué momento empiezas a confiar en tu trabajo?
Cuando vendí todos mis cuadros, descubrí que podía vivir de esto. Además, mi pareja Ronald (también artista) ha sido una gran motivación para mí, me ha dado seguridad y mucha paz. Cuando salí de la escuela me costaba crear un cuadro nuevo, demoraba mucho. Ahora tengo un montón de ideas en la cabeza, tantas que espero me alcance la vida para pintarlas todas. Mi reto, es superarme a mí misma.
Volviendo al tema de tus muñecas… ¿Por qué los ojos grandes?
Soy fan de unas muñecas japonesas que tienen los ojos grandes. Cuando estudiaba mis profesores me decían que no les haga los ojos tan grandes porque no se veían reales.
¿Las coleccionas?
Cada que puedo me compro una, me gustan los juguetes antiguos.
¿Te recuerdan a tu infancia?
No mucho, en mi niñez no tenía muñecas, solo las viejas que heredaba de mi hermana.
¿Por qué nunca sonríen?
Mi infancia está expresada en mi arte y la tristeza que siento al no tener cerca a mi madre (ella vive en Ayacucho). La infancia es el boceto de lo que vas a ser de grande. Este año pintaré a una de mis niñas con su madre, así al menos en mis pinturas la tendré cerca.
¿Qué consejos les darías a los chicos que como tú quieren ser artistas y admiran tu trabajo?
Nunca es tarde para empezar, solo lo es, si tú lo crees así, si algo es tuyo irás tras de él. Nosotros mismos a veces somos los que nos ponemos los obstáculos.
Ver más en: El Comercio