Joanna Russ publicó «Cómo acabar con la escritura de las mujeres» hace 35 años. Su traducción llega ahora y no está tan desfasada como debiera.
–No, lo triste es que está de rabiosa actualidad, lo único que cambiarían son los ejemplos porque ella da algunos de su época y de otros siglos. Podríamos dar muchos de nuestro país.
–Ella se ciñe a la literatura de habla inglesa y ofrece paradójicamente otro ejemplo de invisibilización: lo anglosajón suprime casi todo lo demás.
–Es verdad, tiene que ver con el imperio también. Lo que demuestra con este libro es que el canon literario es patriarcal y universal: tomamos como leyes universales cosas subjetivas.
–¿Existe la literatura masculina?
–El canon es masculino, las mujeres que hay son excepciones que confirman la regla de que los escritores buenos son hombres. Joanna Russ habla de cómo borran nuestra genealogía: las escritoras no salimos de repente, de la nada, tenemos otras escritoras detrás y otras que nos sucederán. En ese sentido, la literatura masculina es la norma y luego hay literatura femenina, que sería cualquier libro escrito por una mujer. Otra cosa es la literatura feminista, que son las autoras que tienen conciencia de la opresión que supone ser mujer.
–Pero no tiene su contrario en lo masculino.
–Porque es la norma. Los grandes temas de la literatura son los temas masculinos. Los cuidados, la amistad entre mujeres o la maternidad son temas secundarios. No existe la literatura masculina porque no es necesario, es toda.
–El libro cita un ejemplo disparatado: sobre Mary Shelley dice que era una medium de las fantasías que había a su alrededor.
–Russ da los once mecanismos más comunes para minusvalorar la literatura escrita por mujeres, todos son absurdos en realidad. Uno de ellos es ese: hay escritoras a las que «les viene» la novela. Mary Shelley escribió «Frankenstein» e inauguró el género de la ciencia ficción y en el prólogo, escrito por su marido, dice que la novela la ha escrito él… Hasta ese punto llega.
–¿Hay algún punto que al traducirlo haya pensado que estaba obsoleto?
–Creo que somos más conscientes y hemos añadido otras opresiones que Russ solo menciona en el epílogo, como la conciencia de que no solo nos recorre el género, sino que somos una intersección de razas y clases. No es lo mismo ser una escritora negra que una escritora blanca. Eso añade complejidad al asunto.
–¿Cuál es el camino para acabar con eso?
–Veo varios rayos de esperanza: el primero darnos cuenta y luchar contra eso. Y la memoria histórica feminista: recuperar estos textos es importantísimo y se lo debemos a las pequeñas editoriales –como este libro, que han hecho al alimón Dos Bigotes y Barret–.
–Destaca también una «trampa» en la que cayeron –caímos– muchas de nosotras, se lamenta de ello la poeta Erica Jong: «Durante años comparé mis orgasmos con los de Lady Chatterley y me pregunté qué iba mal conmigo…».
–Es que si lo otro no está disponible… Todas hemos crecido leyendo sobre todo hombres y lo más preocupante es que los hombres han crecido leyendo solo a hombres. Nosotras al final generamos autoconciencia: por ejemplo, yo pensaba que Charlotte Brontë había escrito solo Jane Eyre porque el resto de libros no estaban disponibles; creces sin que te manden leer en el colegio ni un solo libro escrito por una mujer, ni en la universidad, salvo pequeñas excepciones. Eso hay que cambiarlo. Lo primero es escuchar los silencios del canon, ¿por qué no salen mujeres? Si yo hiciera una antología de textos escritos por mujeres, primero dejaría unas páginas en blanco.
–¿Por qué?
–Por todas las que han escrito y han caído en el olvido o no han tenido las mismas oportunidades que sus compañeros varones. Nuestra literatura empieza en el silencio. Debe ocurrir también que los hombres lean a más mujeres. Muchas veces se tienen que poner iniciales para que los padres compren los libros a sus niños, como pasó con la escritora de Harry Potter, J. K. Rowling.
–En Andalucía se van a modificar los libros de texto, que tampoco reflejan la realidad. Por ejemplo, en la generación del 27 no figuran mujeres.
–No, cuando sabemos por la labor de memoria histórica feminista de Las Sinsombrero y tantas otras. Quedan muchísimas escondidas y a las grandes que conocemos se les dan papeles muy pequeños, como Pardo Bazán o Rosalía de Castro. A Gloria Fuertes o Elena Fortún se les minusvalora diciendo que escribían solo cosas infantiles… Sucede que incluso a las que conocemos las conocemos mal. Los libros de historia y de literatura son lamentables.
–Y una curiosidad: ¿el libro tenía que ser completamente rosa?
–(Risas) Ahí el rosa es irónico. A lo mejor es una manera de ahuyentar a los lectores hombres… espero que no.
Autor: Marta Mañdonadp